Morir solos

Publicado el 1 de abril de 2023, 11:01

Por Antonio de Murcia

Va para tres años que los principales estados y organizaciones supranacionales desencadenaron una guerra de sometimiento total contra las poblaciones del mundo. Utilizaron la propaganda del terror, el caos y métodos mafiosos para sofocar cualquier atisbo de resistencia. No os canso: ya sabemos todo eso.

 

En España, la ofensiva alcanzó muchas dimensiones, todas las facetas de nuestra vida fueron afectadas, todos los derechos anulados. Como en toda guerra, nada realmente nuevo.

 

Sin embargo, sí hubo un aspecto extraordinario del golpe de mano que el Estado ha desplegado contra las gentes de los pueblos de España, un ataque que sólo se produce en momentos de destrucción total del enemigo, en guerras de aniquilación, en genocidios. Un ataque a una faceta humana esencial, pues nos anula y destruye en lo más hondo.

 

El 30 de abril de 2020 entró en vigor la Orden del Mº de Sanidad que prohibió los velatorios en todas las instalaciones públicas o privadas, y en domicilios, para todos los fallecidos por cualquier causa hasta la finalización del Estado de Alarma y sus prórrogas, así como la celebración de cultos religiosos y ceremonias civiles fúnebres. Asimismo, limitaba a tres personas el número de asistentes a entierros y despedidas de cremación; todo ello excluyendo a los contactos estrechos del fallecido, que debían quedar en casa observando la cuarentena. Además, desde el principio (mediado marzo) estaban prohibidas de hecho las visitas a enfermos ingresados en hospitales y a los ancianos en los asilos en base a la avalancha de órdenes, decretos, protocolos y directrices escudadas en resguardar la seguridad de internos y personal.

 

El resultado lo recordamos. Se denunciaron situaciones inhumanas en 486 centros durante los primeros meses de pandemia y hubo escalofriantes testimonios de los trabajadores; medio millar de investigaciones fueron archivadas sin un mínimo esfuerzo por esclarecer lo ocurrido y la Fiscalía dio carpetazo a las muertes en residencias sin una investigación suficiente. Murió mucha gente en los asilos, en los hospitales, en sus casas. Enfermaron, tuvieron miedo, vivieron la angustia de su alrededor. Los decretos prohibieron salir a la calle y prohibieron las visitas. La gente que murió, murió sola, sin compañía, sin consuelo, torturada, aterrorizada, sin cuidados familiares, sin una mano, sin una caricia, como perros en la cuneta. Luego fueron despachados sin duelo, sin compartir el duelo.

 

¿Qué significado tiene esto en términos espirituales, en términos sociales? La civilización humana se funda en el cuidado de unos a otros, especialmente en estados de necesidad, y se erige sobre la honra y el recuerdo a los muertos. Legislar contra ello es un atentado contra nuestra esencia humana, contra el fundamento de las colectividades humanas: ejercer el amor en las situaciones de dolor, desesperación y muerte[1]. Es un campo que está más allá de la Constitución, del Derecho, de los Derechos Humanos, o individuales, o colectivos, más allá de las derechas y de las izquierdas, de la seguridad sanitaria, de las epidemias, de las cifras.

 

Si la persona a la que amamos sufre y muere en esa desolación, y a nosotros nos prohíben ofrecerle la mano, y ante ello nosotros no nos rebelamos con desesperación ciega, si consentimos que la persona a la que amamos muera sola..., ¿para qué queremos vivir, para qué vivimos? Que el Poder decrete que así ocurra es atentar contra el sentido profundo de nuestra vida. Acatarlo es perderlo todo.

 

Sin embargo, ante ello no ha habido ninguna rebelión, ni protesta pública, ni siquiera escándalo social expreso. Ciertamente es demasiado horroroso sentir que esa situación nos pueda suceder a nosotros, pensar que algún poder nos puede hacer “eso”. Y enterarnos de que “eso” está ocurriendo (que le está ocurriendo a otros) es fácilmente olvidable mediante un discreto silencio y una hipócrita amnesia. Si se produjeron casos de rebelión individual ante la prohibición de atender a los familiares enfermos, no nos hemos enterado.

 

Pero es palpable que los rastreadores de opinión al servicio del Estado detectaron el soterrado malestar y conmoción que se había provocado en sectores de la población. Una prueba son los reiterados intentos de neutralizar y prevenir una posible reacción por medio de la difusión en los medios de masas de los testimonios, de tono sentimental, de “despedidas” por carta, a posteriori, dirigidas al más allá. También proliferaron las entrevistas a deudos en las que se lamentaban de no haber podido despedir a sus muertos, por causa de fuerza mayor y por responsabilidad. Y, sobre todo, se organizó un espectacular Homenaje de Estado a las víctimas.

 

Muy conscientes, a su manera, de la gravedad de lo que habían hecho, los Ejecutivos del Estado montaron un homenaje civil el 16 de julio de 2020 en la plaza de la Armería del Palacio Real. El objetivo era enjuagar, diluir y disimular el daño social producido. Expresamente no se intentó justificar las medidas, ya que se daba por sentado que habían sido impuestas por la necesidad. Más que un lavado de imagen, se trató de aplicar una anestesia: hacer ver que lo ocurrido no había ocurrido. Se empleó toda clase de recursos escénicos, desde la disposición de los invitados (unos 400), pebetero, ofrenda floral (rosas bancas), orquesta y coros, hasta el poema final. Los asistentes cubrían todo el espectro de poderes nacionales: Jefe del Estado, Presidente del Gobierno, los ministros, los presidentes del Congreso, del Senado, del TC, del TS, del CGPJ, de todas las CC.AA., el Jefe de la Oposición, expresidentes del gobierno, Alcalde de Madrid, el Cardenal de Madrid, representantes de todas las confesiones religiosas y de las fuerzas parlamentarias, y hasta el presidente de la Federación española de Municipios y Provincias; e internacionales: Presidentes del Parlamento Europeo, de la Comisión Europea, y del Consejo Europeo, el Alto Representante de la UE para Política Exterior y de Seguridad, el director de la OMS, el Secretario General de la OTAN, y hasta el Secretario General de la Organización Mundial del Turismo.

 

De todos esos, durante el acto solamente hubo tres discursos, y con guiones por lo demás breves. El primer orador, hermano de un conocido periodista muerto de covid, habló de que la compasión es el sentimiento que nos hace más humanos, que no vamos a olvidar y que la memoria es un deber, etc. Pero su mensaje estrella consistió en: «…hoy nos despedimos simbólicamente de madres, padres, hijos, hermanos, amigos, tomamos sus manos, acariciamos sus mejillas, besamos su frente, registramos en nuestro corazón su mirada». En tercer y, como es natural, último lugar, nuestro Rey, tras una buena cantidad de lugares comunes, se centró en el asunto: «…Este acto no puede reparar el dolor de muchas familias por no haber podido estar al lado (sic), a su lado en sus últimas horas, ni mucho menos atenuar la tristeza por su ausencia…», «…Muchas personas en soledad, muchas otras padeciendo la enfermedad en sus casas, y familias enteras han asumido con una gran entereza, abnegación y disciplina el confinamiento en sus domicilios, sabiendo que su actitud consciente y comprometida era fundamental y lo sigue siendo para combatir la pandemia».

 

Pero el papel central se lo habían dado a una infame enfermera, supervisora de Urgencias del hospital La Vall d’Hebron de Barcelona, que no tuvo empacho en prestarse a declarar: «…Hemos cubierto las necesidades básicas y emocionales. Hemos sido mensajeros del último adiós para personas mayores que morían solas escuchando la voz de sus hijos a través del teléfono. Hemos hecho videollamadas. Hemos dado la mano. Y nos hemos tenido que tragar las lágrimas cuando alguien nos decía: “no me dejes morir solo”. Hemos vivido situaciones que te dañan el alma, porque quien había detrás de los EPIs no eran héroes, éramos personas…», «…dispuestas a transmitir fuerzas y ánimos», «…fuerzas transmitidas a través de los ojos, de las miradas, porque era la única parte del cuerpo que nos quedaba visible».

 

El ataque a nuestra humanidad ha sido obra de todo el Estado, de todas las instituciones que lo forman, de los partidos políticos y sindicatos, del ejército y la policía, de las entidades sanitarias, culturales, científicas y universitarias, de los medios de información apesebrados, de los famosos, de las jerarquías religiosas… Para quien lo quiera ver, se ha revelado una vez más su estructura integrada y su monstruosa capacidad de alcanzar cualquier grado de destrucción. No admite, pues, reforma: solo su eliminación podrá preservar nuestra humanidad en un entorno social libre. El pueblo que olvide que envileció a los sanos, maltrató a los enfermos y abandonó a los ancianos será atormentado por las heridas de los vivos y la memoria de los muertos.

 

Quien tenga oídos vea y quien tenga ojos oiga.

 

Antonio de Murcia

 

[1] Incluso la ley estatal vigente recoge y ratifica el derecho natural a no morir solo. La Ley 4/2017, de 9 de marzo, de Derechos y Garantías de las personas en el proceso de morir, dice, entre otros ítems: «El enfermo tiene derecho a no morir solo». Y después: «El enfermo tiene derecho a recibir ayuda de su familia en la aceptación de su muerte».

Añadir comentario

Comentarios

ANA-TV
hace 9 meses

Hay un PRECEDENTE, que no suele ser mencionado, cuando se habla de lo que pasó en 2020, y es la OLA DE CALOR (canícula) de 2003 en toda Europa, pero lo que sucedió concretamente en FRANCIA:

* Las PERSONAS ANCIANAS QUE VIVÍAN SOLAS fueron el grupo social con más víctimas mortales.
No sólo murieron en soledad, sino que fueron enterradas deprisa y corriendo ('riesgo sanitario' los cadáveres se acumulaban y no sabían dónde meterlos) sin que la administración pública hiciera mucho esfuerzo por avisar a las familias.

*Otras familias no quisieron enterarse , quizás por que habían perdido el contacto desde hacía años, (disputas, alejamiento) y por no tener que correr con los gastos de sepultura.

Al final, muchos cuerpos no reclamados fueron enterrados en la parte del cementerio reservada a los indigentes (o personas sin hogar , sin recursos financieros).

* Un fenómeno curioso fue la diferencia de muertos entre partes diferentes de Francia:

Por ejemplo PARÍS tuvo cifras de víctimas mucho más altas que MARSELLA, a pesar de que en Marsella (sur del país) las temperaturas fueron más altas.

La diferencia puede ser explicada por:
1. menor cantidad de ancianos viviendo solos,
2. la mejor atención de las familias a sus mayores
3. y por un plan de emergencia que puso en marcha el ayuntamiento de la ciudad (a pesar de contar con mucho menos dinero y personal que la capital del país).

Y todo esto puede leerse en estudios oficiales que fueron publicados en Francia un año o dos después de los sucesos.

ANA-TV
hace 9 meses

.*** De los muchos paralelismos entre 2003 y 2020, también hubo una (emotiva o hipócrita...) CEREMONIA OFICIAL por los fallecidos , para acallar las críticas y acusaciones al respecto de la actuación de las autoridades.

(Y quizás, también, para acallar las conciencias de la gente menos importante).

ANA-TV
hace 9 meses

ENLACES:

"Se cumplen 10 años de la ola de calor"

https://blogs.elpais.com/fondo-de-armario/2013/08/la-ola-de-calor-de-2003.html

_______________________________


ESTUDIO: ESPAÑA Conclusiones

* Desde principios del siglo 20 se conocen los riesgos sanitarios del calor.

* población susceptible ha aumentado desde años 1970.

* Quién es 'población susceptible':
Riesgo social ( soledad y/o pobreza)
Riesgo sanitario ( ancianidad, enfermedad crónica)

"VALORACIÓN del impacto de la Ola de Calor del Verano del 2003 sobre la Mortalidad"

https://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0213-91112004000400040