Cuando las IAs no gobernaron el mundo

Publicado el 1 de octubre de 2023, 11:11

Por Celia Rodríguez

Tiempo estimado de lectura: 10 min

 

Desde hace algunos meses no hago más que oír hablar de las maravillas del chat GPT. La primera vez fue en un grupo de amigos donde uno de ellos se refirió a la nueva estrella de la tecnología como a “Gepeto”.

 

Y, sinceramente, creo que no hay definición mejor: Gepetto, padre de Pinocho, constructor de marionetas.

 

Aunque dudo que el GPT te coja el cariño que el anciano a su creación, una vez eliminados los molestos sentimientos de la ecuación, lo que subyace, está bastante cerca de la realidad.

 

Esta versión mejorada de Google te permite redactar un trabajo de ciencias, resumirlo y hasta escribir un poema[1] (lamentable y sin alma, por cierto), dejando muy atrás al “Rincón del vago” y convirtiéndose en herramienta y azote del profesorado a partes iguales.

 

Es una amenaza para escritores y redactores, aunque su misión ya quedó relegada hace tiempo a poco más que a coger noticias de los grandes grupos de prensa, reguisarlas y lanzarlas. Tampoco son pocas las fuentes que ni se molestan en cambiar la foto de Reuters. Pero, en la época de la inmediatez, ¿a quién le importa?

 

Una vez más, podemos perdernos en el discurso de si la tecnología es mala o no y, como siempre, la respuesta es exactamente la misma: depende de lo que hagas con el martillo.

 

Como en su día señaló Toni (del canal Migas de Realidad y Turmix Mental) la tecnología solo resuelve aquello que nos obliga a pensar de manera cotidiana: el término medio, el entrenamiento diario y necesario para nuestro cerebro. La tecnología que se está creando nos “libera” de hacer un esfuerzo intelectual medio (como encontrar calles o calcular raíces cuadradas), pero no para funciones tan sencillas como lavarse los dientes.

 

La tecnología, esta tecnología, nos está haciendo cada vez más torpes. Al mismo tiempo, nos permite estar más centrados en lo único que parece que importa: producir para otros[2].

 

La evolución tecnológica siempre va en la misma dirección: reducir costes. La calidad o la utilidad importan en la medida que es percibida por el consumidor final. Para que una tecnología sea aceptada de buena voluntad por el usuario, debe obedecer a tres principios (dos como mínimo): hacerlo antes, hacerlo mejor o hacerlo más barato.

 

Ninguna de las tres condiciones es cumplida por el coche eléctrico, por cierto.

 

Como te comenté en el artículo anterior sobre las redes, hay una cuarta lección que aprendí estudiando Ciencia de Datos: el dilema de la responsabilidad.

 

Lo que se plantean estos grandes genios del Big Data, creadores incansables de IAs y tecnologías que persiguen "que el mundo sea un lugar mejor", es que si el robot camarero de cuatro patas, odiado por perros a todo lo largo y ancho del mapa, te tira encima el café, ¿de quién es la culpa, del creador de la tecnología o del robot?

 

Del robot, por supuesto...

 

Y se quedan tan anchos.

 

La primera revolución industrial dejó sin su taller, tierras y forma de vida a millones de personas, arruinando su autosuficiencia y su forma de vida. Esto los obligó a adaptarse a un nuevo sistema que no pocas veces pasaba por trabajar para otro en una fábrica y en condiciones miserables.

 

Esta nueva tecnología persigue, una vez más, tener obreros poco cualificados, con escasa capacidad de presión, eliminando todo rango medio. En resumen, podemos estar ante el previsible fin de todo trabajo medianamente especializado, que suele verse reflejado en una clase media que cae en picado.

 

La destrucción de la clase media viene de manos de la política de robo y latrocinio de las entidades estatales, y que favorece mucho a toda esta precarización que sin tecnología no podría verse.

 

Sanitarios, periodistas, literatos y bancarios, serán de los primeros en caer, y no serán defendidos por el populacho que razón tiene de arremeter contra estos colectivos. Simplemente porque “cumplir órdenes”[3] nunca fue un argumento válido.

 

Lo que se impone es una apabullante nueva y creciente clase baja que estará a servicio de un jefe informatizado, con trabajos muy precarios, amontonando diferentes labores que son cogidas por los candidatos, ya no en una selección de personal, ya sin un jefe que te premie o te riña, sino a través de una aplicación móvil (dispositivo que has pagado tú), que te premiará según la puntación dada por otro pobre ser de clase baja, convirtiendo a tus iguales tus propios enemigos.

 

Tu trabajo no será pasar horas en una fábrica, sino que será pasar horas conectado a diferentes aplicaciones para ver si lo que toca hoy es el reparto de comida a domicilio, un viaje en coche compartido, un texto para una web de productos de belleza, un diseño de un logo, o seguir subiendo fotos de la ropa que no te pones para ver si consigues llegar a fin de mes.

 

Mientras un propietario gana dinero por tener a un par de informáticos que mantengan el sistema y a muchos obreros por los que comisiona a los que nunca tendrá que verles la cara y que serán juzgados por sus iguales. Algún que otro coordinador, por si acaso.

 

Estamos cada día más sometidos a una tecnología con la que no es posible razonar, controlada por seres humanos que no siempre saben cuáles son los errores propios de sus iguales, aunque quieran hacer bien su trabajo (y no dudo que haya muchos de estos), pero que no entienden que comerse un punto final cuando se pide, o que se expresen las unidades de medida finales del total cuando solo se pedían números, puede ser motivo de frustración para alguien que se ha hartado de estudiar y que recibe un cero por su respuesta.

 

Y mientras, nos meten por los ojos toda suerte de películas apocalípticas que te aterran hablándote de que las máquinas tomarán el control y nos someterán a todos...

 

Pues no. Si de verdad alguien cree que los enfermos del control van a permitir que la propia tecnología creada por ellos mismos escape a su control, debería pensarlo un par de veces.

 

Si yo fabrico un brazo mecánico para pintar puertas de vehículos, tendrá las funciones que yo le permita tener. Tal vez falle y desvíe la pintura, pero no va a transformar la pistola de pintar en un fusil de asalto, salir corriendo y ponerse a dar tiros al aire en el centro de la ciudad. Pensar eso es tan absurdo como esperar que un martillo te prepare la cena.

 

Quieren controlar hasta el pensamiento más recóndito del ser humano, sin embargo, te cuentan que van a permitir que los bits que sí han sido desarrollados por ellos se reproduzcan por sí mismo. ¿De verdad hay quien se haya llegado a creer esto?

 

Tampoco es justo decir que no hay algo de verdad. La tecnología, esta tecnología ya nos está controlando, solo que sus creadores son los que siempre han estado y estarán tras ellas. Y si un día la tecnología aparenta perder el control, será más fácil digerir que las máquinas se han vuelto locas que el cuestionarse que las han programado para que acaben contigo.

 

Una vez más, es la reinvención de lo mismo de siempre, el chivo expiatorio al que ahora visten de materiales semiconductores. Aquello a lo que no quieren que te acerques porque si la tecnología cae en buenas manos, podría ser utilizada para el avance y no para perpetuar el sistema de esclavitud.

 

No, señores, no habrá un apocalipsis al estilo de Terminator, ni de Matrix, porque la tecnología siempre será controlada por humanos. Y si algún día pudieras llegar a preguntarle a esas máquinas por qué causan tanto mal, te dirán que solo cumplen órdenes.

 

Celia Rodríguez Franco

 

 

[1] Tecnologías que copian estilos artísticos de pintores e inventan un cuadro propio. Entrar en el dilema de si eso es o no arte es no entender que la esencia del arte está en la expresión del alma o de los sentimientos más profundos, por ende, lo que se crea sin sentimientos, jamás será arte. Una inteligencia artificial pinta un nuevo cuadro de Rembrandt tras estudiar toda su obra (uaeh.edu.mx)

[2] El canal de Youtube proporciona grandes beneficios para la empresa y una pequeña parte para ti (y con suerte). Igual pasaría con las redes sociales y su publicidad. Por el contrario, tú regalas tus datos tanto si eres empresa como usuario. 

[3] Argumento estrella de aquellos que se han vendido a los poderes fácticos, alcanzando en ese 2020 su mayor grado de miseria moral.

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