Por Félix Rodrigo Mora
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Ha muerto Karlos Luckas, o sea, Enrique Álvarez Carrillo.
Juntos editamos la obra de Félix Martí Ibáñez, “El sentido de la vida”, y juntos hicimos muchas más cosas, muchísimas. Éramos amigos desde hace bastantes años. Buenos amigos. Amistad que no se perdió ni menguó cuando surgieron diferencias ideológicas y políticas entre nosotros. Sabedor de mi difícil situación últimamente, me ayudó como hacen los amigos.
Enrique era canario, de Tenerife, con gran arraigo en la sociedad canaria y en su cultura. Gracias a él, yo aprendí mucho sobre el pueblo canario, sobre su historia y su presente, pero también sobre su cultura, en particular su maravillosa música popular y su gastronomía. Enrique me consiguió el libro “Tierras comunales e instituciones pastoriles en la isla de El Hierro”, de M.J. Lorenzo Perera, toda una revelación. Mi visita con él y otros amigos canarios a esta isla, hoy maltratada hasta el horror por la emigración africana de masas dirigida contra el pueblo canario, forma parte de mis mejores recuerdos.
Enrique poseía atributos y habilidades que me sorprendieron positivamente. Por ejemplo, que hubiera trabajado como oficial de la marina mercante, su afición al buceo submarino, con capacidad para sumergirse muchas docenas de metros en el mar, lo que me maravillaba más aún debido a que yo ni siquiera sé nadar, sus vastos conocimientos musicales, su aptitud para conocer y catar vinos a la manera popular, su enorme biblioteca y otros.
Me interesó su aproximación a la obra escrita de Antonio Cubillo, dirigente del independentismo canario, ya fallecido, en particular cuando aquél sufrió un atentado organizado por los servicios de inteligencia del ejército español, quedando a resultas paralizado de cintura para abajo. Enrique me proporcionó sus memorias, que leí con interés, pues su autor es un excelente narrador. Mucho hablamos él y yo de Cubillo y el MPAIAC, la organización independentista creada por aquél. Enrique estaba al tanto de los actuales trabajos para conservar, clasificar y editar el archivo personal de Antonio Cubillo, que contiene una información decisiva sobre una parte sustantiva de la historia de Canarias, la que va desde 1960 a 1990.
Pero no se quedó ahí. Enrique continuó estudiando la evolución de la sociedad canaria y su situación actual, haciendo importantes aportaciones en el ámbito del análisis geoestratégico, la significación de la emigración masiva y la denuncia de la sustitución étnica en Canarias. Sus textos han sido leídos, y lo siguen siendo, en muchos ámbitos y por diversos actores intelectuales y mediáticos.
Ha ido publicando varios libros, el más enjundioso es “Nacionalismo y revolución. El Estado nación y el paradigma de la revolución integral”, que lleva un prólogo mío. Sus contenidos me convencieron de que yo estaba equivocado en algunos de mis análisis sobre el Estado liberal, y también desacertado en una de mis propuestas programáticas, materias en las que he efectuado las correcciones y actualizaciones oportunas. A la vez, el libro de Enrique falla en el análisis histórico global.
Luego, publicó más libros, unos de análisis y otros de memorias. Estos últimos ofrecen un panorama realista, fidedigno y vivo de la sociedad canaria de los años 70 y 80 del siglo pasado, de modo que serán bastante útiles a quienes deseen historiar ese periodo.
Enrique asistió al I y II Encuentro de la RI (Revolución Integral). Su enfermedad le impidió acudir a los posteriores, a lo que se unió un cierto distanciamiento respecto a las formulaciones de la RI. Sólo hacia algunas, pues en otras muchas coincidía y estaba de acuerdo.
Ha estado nueve años padeciendo la enfermedad que finalmente le ha llevado a la muerte. En ese tiempo ha tenido una conducta personal y una emocionalidad magnificas, ejemplares, que he admirado día a día, y que he tomado como referencia de dignidad moral, fortaleza del ánimo y serenidad ante el dolor y el anuncio de la muerte.
Hace unos meses me regaló el libro “La vida privada y pública de Sócrates”, de René Kraus, que no conocía, y me di cuenta que tomaba al gran filósofo griego como fuente de inspiración, para vivir con virtud y grandeza sus últimos días. Lo mismo hacía con los escritos sobre estas materias de Cicerón, Epicteto y otros pensadores estoicos de la gran cultura clásica europea.
Hasta el último momento permaneció entero, erguido y sereno. Ni una queja, ni un gesto descompuesto, ni un momento de abatimiento. Sus últimas horas fueron igualmente sublimes y elegantes, de modo que falleció rodeado de toda su familia, dialogando con ella. Sin duda, tuvo una buena y hermosa muerte. Su ejemplo permanecerá y nos inspirará siempre. Fue como una reproducción del cuadro de David “La muerte de Sócrates”, adaptado a las condiciones del siglo XXI.
Todo ello es filosofía moral práctica de la mejor, filosofía en actos. Porque un buen morir es un buen vivir. Y Enrique tuvo lo uno y lo otro.
Se marchó al mundo de la nada absoluta y del no ser sin tiempo con serenidad, y a nosotros, a quienes lo conocimos y tratamos, nos ha dejado la desolación, orfandad y dolor ocasionados por su pérdida.
No puedo habituarme a que ya no esté.
Félix Rodrigo Mora
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