Todo va a salir bien

Publicado el 1 de marzo de 2024, 10:20

Por Jesús Trejo

[Tiempo estimado de lectura: 12 minutos]

 

 

Hay un mantra que la mentalidad infantilizada occidental, fruto de décadas en la parra de la abundancia imperialista de sus Estados, se repite cada vez que descuidadamente se les cuela entre sus filtros de cancelación, alguna noticia desagradable: Todo va a salir bien.

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Me encamino a Toledo por cuestiones laborales, y me encuentro a primera hora que la carretera está parcialmente cortada a la altura de Illescas por un grupo de agricultores con tractores, enarbolando la bandera de España, mientras discuten con la Guardia Civil que porta el mismo estandarte rojigualdo, símbolo del Estado español que con sus políticas y sus grandes empresas distribuidoras de alimentación, precisamente están arruinando por su plutocracia al sector primario local, con el globalismo y sus acuerdos estratégicos con terceros países.

 

Así que, al volver, entro en el Mercadona a comprar algo de fruta y avíos para el cocido, y me llevo uvas de Sudáfrica, arándanos del Perú, y unos garbanzos made in USA, sin que en las etiquetas se exprese el nivel de explotación laboral que contiene su producción, el desgaste y pauperización del terreno monocultivado de donde proceden, o los pesticidas que contienen. Al salir, en la puerta, un chico negro de Nigeria en la treintena y bien conformado, me da los buenos días, mientras extiende la mano en busca del impuesto de culpabilidad que su color demanda a los blancos, cosa que consigue con creces en mi barrio (curiosamente, cuando es sustituido por un gitano rumano la caridad disminuye muchísimo) . De camino a casa, un cartel publicitario de la asociación española contra el cáncer, me informa de que una de cada tres mujeres y uno de cada dos hombres lo padecerá, sin dar explicaciones sobre la forma de vida tóxica en la que estamos inmersos, tanto en el mundo laboral, el del consumo o el emocional, y generando el consabido terrorismo de Estado, para que la gente siga al pie de la letra las instrucciones invasivas de la sanidad pública iatrogénica, con su carga de químicos venenosos ( en las alturas sin embargo, los poderosos parecen optar por otros métodos, como el rey de Inglaterra).

 

Empiezo a cocinar, y en la radio el entrevistador comenta una estadística de la universidad de Washington, donde avisa de la gran pandemia que se avecina y se llama depresión, que ha subido del 4% al 7% desde el año 2012, alcanzando a casi 500 millones de personas en el mundo, con sus secuelas de suicidios, desequilibrios sociales con violencia y fallos en el trabajo, gracias al maravilloso mundo desarraigado, atomizado y multicultural (sic) que se ha creado en las sociedades desarrolladas.

 

Volviendo a la rutina laboral, en el trayecto de 20 minutos que tardo en coche, escucho por el dial que se implanta la situación de emergencia en Cataluña por la sequía, y apuntan a que en la zona del Levante también parece que en breve se adoptaran las mismas medidas, sin que se diga nada de los cambios estructurales en la agricultura, implantados por la UE en el territorio ibérico desde hace 40 años, incentivando monocultivos derrochadores de recursos hídricos y deforestando sin escrúpulos, por no hablar del despilfarro que supone el sector terciario turístico, con sus piscinas, sus campos de golf y su descerebrada masa turística ajena al entorno, porque está todo pagado.

 

Después en las noticias siguen hablando de los ataques de EEUU a milicias iraquíes apoyadas por Irán en represalia por el ataque sufrido en Jordania en un puesto avanzado norteamericano y el aumento de la tensión extrema en la región, con riesgo real de confrontación bélica, y que la base de Rota, uno de los principales enclaves USA en la zona mediterránea, está en alerta def con 2, con la posibilidad de ser objetivo militar por parte del eje irano-chino. El aumento de gastos militares en un 26% respecto del año pasado en España, junto con el descarado aumento de la propaganda militar, incidiendo en el orgullo patrio y los buenos y caballerosos que son los integrantes de las Fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, no hace sino presagiar un impulso militarista para facilitar la próxima cooptación de levas militares entre la población juvenil y adulta.

 

Por la tarde acabo pronto de trabajar para ir al tanatorio de Getafe a despedir a mi tio Ángel, de muerte tardía pero provocada por las esquirlas de amianto que se quedaron latentes en su pulmón derecho, de cuando trabajaba en la empresa Uralita en el polígono de Villaverde, y que acabaron por consumirlo. En el sepelio nos encontramos la familia extensa, y nos ponemos al día los primos: Santi con su hernia que le paralizó el cuerpo, de trabajar durante 20 años en turno de noche en la empresa de mudanzas “la guipuzcoana”, Ana con su quemadura en el brazo de hace 7 años en la farmacéutica donde trabajaba por hacer un pedido de última hora, Ester que lleva dos años con depresión y que cada vez que intenta reincorporarse a su puesto en el Instituto de la Vivienda le vuelve a dar el yuyu. Estas son secuelas del “trabajo que nos hace libres” según el feminismo y que comparte eslogan con los campos de concentración nazis.

 

Cuando llego a casa al anochecer, hablo con un conocido al que me encuentro saliendo del garaje, sobre lo que le pasó a una vecina que trabaja en el estanco del barrio, secuestrada, golpeada y amenazada con atentar contra sus hijos por dos sujetos encapuchados con acento marroquí, para sustraer el dinero del local, y que ella no podía facilitar al no tener las claves de la caja. Nos sorprende que en este suceso, que ha sido trending topic a nivel nacional, no se haya mencionado el origen de los delincuentes, como en tantos y tantos delitos, y de nuevo el Estado globalizante y sus turbios intereses para blanquear los problemas y tensiones en el seno del pueblo, provocados por el desplazamiento desarraigante y meramente economicista de las personas, que sin embargo parece interesar mucho a la gran patronal y su demanda constante de mano de obra extranjera, y sus machaconas campañas culpabilizando a la gente común de ser racista. Acabando la jornada hablo con mi pareja de la plaga de chinches que por primera vez se da en su vivienda en el barrio de San Blas, que seguramente son provocadas por el tráfico masivo de mercancías y personas, fundamentalmente por vía aérea, gracias una vez más al ecumenismo económico implantado desde hace más de 40 años con la globalización.

 

Todo va a salir bien…

 

En 2024, con casi 250 años desde el inicio de lo que se ha llamado la Modernidad, el Sistema político-económico que inauguró el Estado de Bienestar y que se implantó a raíz de la Revolución Francesa, para supuestamente liberar de la opresión y la penuria a la humanidad, se ha convertido en la época más terrorífica, mortal, desigual, enferma y paupérrima de toda la historia. Recorriendo el número de muertes en el campo de batalla (guerras napoleónicas, las del 48, en el 76 entre Francia y Alemania, la guerra de secesión norteamericana, las dos guerras mundiales, y la tercera guerra mundial soterrada en la guerra fría) , en las fábricas y minas (la vida media de los obreros fabriles en el siglo XIX fue de 30 años), en las regiones devastadas por el hambre y la sequía recurrente en África por el espolio occidental (las crisis del Sahel…), las enfermedades por hiperconsumo adulterado con química de la industria alimentaria (el cáncer y la diabetes, las dos grandes jinetes del apocalipsis occidental, directamente relacionados con el consumo compulsivo de alimentos procesados y adulterados), sumadas todas ellas, hacen que se pueda catalogar a la luminosa época moderna como la época del triunfo de Tanatos, el dios de la muerte y la destrucción.

 

Todas estas masacres contra el género humano siguen impunes, y solo el maquillaje, denunciado por la escuela situacionista de Guy Debord y su sociedad del espectáculo, evita reconocer el horror cotidiano del Poder de las elites, estructurado en sus instituciones políticas y formas de seducción ideológica con su cultura, arte y educación. Esto es el Estado de “Bienestar”, aunque no se especifica qué es eso del estar bien, habida cuenta de la retahíla cotidiana, reflejada en mi relato personal: enfermedades, depresión, miedo, guerra, represión policial y económica, violencia estructural, desarraigo, vacío existencial y apoplejía intelectual, todo ello hace del sujeto medio un ser desamparado que solo encuentra cobijo en evasiones provisionales y anuladoras.

 

El verdadero cambio que orquestó la nueva era contemporánea del Poder estatal estuvo en la adhesión masiva de sus propuestas por parte de la ciudadanía. Esto se comprobó claramente con la postura de los revolucionarios franceses con las colonias esclavistas, especialmente Haití, donde se impuso, a cambio de la manumisión, unas penas económicas que suministraron el 10% de la renta total francesa en todo el siglo XIX, para compensar a los esclavistas (cuando en realidad tenía que haber sido al revés). El Estado de Bienestar fue fruto de esta capacidad de sustraer la riqueza a las colonias, comprando con ello la voluntad de las masas de las metrópolis, y corrompiendo su esencia popular, creando el germen de lo que se ha llamado clase media, y que es el freno fundamental del cambio social en lo que se llama Occidente. El Estado, en su fase elefantiásica, aglutinador de la voluntad despiadada de las elites propietarias, ha alcanzado ya en el siglo XX hasta hoy su paroxismo y su capacidad de penetrar todo el tejido social, natural y cultural.

 

Por eso podemos decir que el mayor dolo y quebranto que el ser humano ha sufrido del megaEstado, junto con las dolencias físicas que han provocado a los pueblos y gentes humildes el ejercicio de su violencia institucionalizada, es especialmente el desgarro y alienación psíquico- espiritual a la que el ser humano está sometido, y cuyo vacío existencial está comprometiendo seriamente la pervivencia de la humanidad. Como decía Hannah Arendt, la pérdida de la empatía es el signo principal de la barbarie, y en estas sociedades individualistas y consumistas se ha conseguido hacer olvidar emocionalmente la brasa candente que anidaba en el seno del pueblo, aquella que era padecer con el vecino, lo que se llamaba solidaridad, y que se expresaba en su componente cultural, y pasemos, como dicen por ahí, a ser transhumanos, que más propiamente sería como un humano transhumante, pastando de un sitio a otro dependiendo de dónde haya más hierba/trabajo, sin raíces ni hogar, sin tradiciones, sin pasado, sin vínculos afectivos.

 

Por otro lado, en Occidente hace tiempo se produjo la desarticulación de la escuela más didáctica en empatía y solidaridad, al margen de la unidad familiar extensa, que fue el trabajo colectivo, tanto en su versión más auténtica, en forma de trabajo en común cooperativo, como en su forma deformada asalariada de la fábrica y el taller, donde el esfuerzo en la tarea productiva junto con el repudio de la figura del jefe creaba lazos de camaradería profundos.

 

La sombra de la dominación del Poder de las elites estatalizadas es alargada, y sus sistemas de adoctrinamiento están difusamente dispersos. Hasta 1970 no se invirtió la relación campo /ciudad en beneficio de la segunda, y hoy día el 70% de la población mundial habita en zonas urbanas y megaurbes. Este es el método más eficaz de adoctrinamiento. El ciudadano, habitante de la ciudad, se convierte en un ser habituado a la delegación y al servicio, lo propio del Estado interiorizado, especializado en cosas inútiles y superfluas, acostumbrado a coger de los estantes su sustento y de la televisión su verdad. Por eso la ciudadanía es hoy el mal más extendido y al que hay que combatir con todas las fuerzas.

 

Podemos decir entonces que hay dos Estados: el político institucionalizado exterior y el espiritual o interior. El Estado interior es el germen que seguirá insuflando el interés por estructuras jerárquicas de dominio y Poder sobre el resto del pueblo, y se manifiesta como tendencia a delegar, a servir y a ser servido. Esta lacra espiritual es la quintacolumna decisiva de todo Estado, y el hecho de que, a pesar de tanta sevicia acumulada en la Historia, las estructuras de dominación sigan en buena forma, gracias a la masiva penetración y aceptación de este credo entre los individuos. De ahí la necesidad de la Revolución interior, por eso el repudio a toda vida subvencionada, a toda vida fragmentada por especialidades inútiles y estupidizantes, por toda autocomplaciencia conformista, y por lo fácil.

 

Recuperar lo mejor del ser humano implica recuperar su multidimensionalidad y polifacetismo, su autarquía escasa de comodidades, pero rica en recursos, su gusto en darse simplemente por ayudar, por sentirnos parte de una colectividad fraternal y por recuperar el amor, que tantas veces olvidamos, al ser prostituído por el asistencialismo de un Estado perverso y aniquilador.

 

Es un lugar común citar la frase con la que acababa el político y censor romano Catón el Viejo todos sus discursos, tuvieran o no que ver con el tema, para concienciar a los romanos del enemigo principal que había que encarar con obstinación. “Delenda est Carthago”. Hoy día podríamos hacer lo mismo cambiando Cartago por Estado como enemigo principal, y ya no solo como recurso retórico de insistencia, sino como una obviedad: debido a su insaciable instinto de dominar todo, la despótica presencia del ente estatal nos la encontramos en cualquier problema que enfrentamos. Pero sobre todo dentro de nosotros. Así que digamos también: Delenda est Imperium. El exterior y el interior.

 

Jesús Trejo

 

[Consultar: Bases para una revolución integral, capítulo 1, Hacer la revolución, capítulo 9, Los valores de la nueva sociedad y capítulo 12, Reconstruirnos como seres humanos: la revolución personal]

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