Cordelia no sabe tejer

Publicado el 1 de noviembre de 2025, 16:55

Por Blai Collado, lector de VyR

 

Hay maneras mucho más pedantes de empezar un artículo que con una referencia a Shakespeare. Así que ahí va una advertencia: no vayas a creer que nosotros (tú que lees y yo que escribo) somos más listos que la mayoría cuando se habla de política, lo que pasa es que tenemos menos habilidades sociales. Y aunque no fuera así, aunque en efecto fuésemos más inteligentes, eso no tendría importancia. Lo que importa realmente (como dirían Beethoven o mi abuelita, que en paz descanse) es la bondad.

 

Ser buena persona nos importa. Y parecerlo. Parecer buena persona es más importante (al menos para el colectivo) que serlo… Lo mucho que parecemos buenas personas constituye la base de nuestro capital social. Y el crédito social nos ha permitido tejer fructíferas redes de cooperación. Pero, en general, tampoco somos un hatajo de cínicos. No nos conformamos con parecer buenas personas, queremos serlo. Nos importa serlo. Nos importa antes de dormir, cuando recordamos ese desplante que tuvimos con el chico de la cafetería (seguro que era su primer día, pobre chaval), nos importa cuando nos descubrimos fantaseando con la vecina y pensamos: “¿Por qué, Señor, con lo que quiero a mi mujer, me haces esto?” Nos importa cuando nos maldecimos al no ayudar a ese anciano a cruzar la calle por las malditas prisas. Al menos, a mí me pasa, y creo que no estoy solo. De hecho, me causaría auténtico pavor el saber que estoy solo en esto, que a nadie más le preocupa ser buena persona. Y esto es otra cosa que, en mayor o menor medida, nos preocupa a todos. No nos gusta estar solos.

 

Estamos programados para que no nos guste estar solos. Estamos programados para buscar la aprobación del otro. La palmada en la espalda. La mirada agradecida. Eso nos sacó de la sabana. “Buen trabajo, buena caza”. (Si ahora mismo estás pensando que tú no eres así, que a ti los demás te importan un comino, enhorabuena Raymond, el resto somos unos Charlie Babbit de la vida pero bastante más feos, y de estos es de los que hablo).

 

Escribo esto al albur del lento declinar mediático del conflicto en Gaza. El largo verano nos trajo de vuelta el tanga y la existencia de Oriente Medio. Entre cerveza y cerveza la actualidad se asentó, y el principio de otoño nos ha deleitado con una variada colección de kufiyas unisex. Hemos tenido también mucha charla de bar. Mucho experto de Chat Gpt y mucho niño muerto. Mucho genocidio. Mucho hijo de puta suelto a favor del mucho genocidio y del mucho niño muerto.

 

Cordelia es la hija menor del Rey Lear. Esta tragedia shakespeariana arranca con el viejo rey del título reuniendo a sus tres hijas. El propósito es simple: el monarca quiere jubilarse, y está dispuesto a dividir su reino entre ellas. Antes les pide una cosa, solo una: que le digan cuánto le quieren. Por supuesto, mientras las dos mayores se deshacen en halagos e hiperbólicas declaraciones de inconmensurable amor eterno; la pequeña, Cordelia, habla con mesura y sensatez. Lo quiere tanto como se puede querer a un padre, pero al fin y al cabo no debe olvidar que algún día ella se casará, tendrá hijos etc. y el amor para con su progenitor ocupará ni más ni menos el lugar que debe ocupar en esta extrañísima Tier list. Ni mencionar tiene que el viejo se enoja, la deshereda y las dos otras arpías que tiene por hijas lo empujan a la soledad y la locura (organizando de paso una guerra civil…) todo acaba como… pues como una tragedia shakesperiana.

 

Cordelia cometió un error fatal: respondió con interés genuino a aquello que se le preguntaba. Cordelia no se da cuenta de lo que realmente está pasando: la cosa no va de discernir el nivel de cariño filio-paternal. La cosa va de comunicar que, en efecto, pertenecemos al grupo, que ocupamos en él el lugar correcto. No es un diálogo, es un ritual. No incurriré en la cursilada de citar al zorro de El principito pero sí, los rituales son importantes.

 

Me costó mucho tiempo darme cuenta de esto: cuándo hablamos de política, en realidad no estamos hablando de política, sino que estamos en plena acción performativa (que diría Goffman). Un puñado de profes en España, por ejemplo, no critican a Vox porque quieran hablar de política, sino que lo que hacen no es distinto de la señoras que salen a tomar el fresco en verano y “pasan revista" a la gente del pueblo mientras hacen ganchillo. Doña Julia afirma que “vaya pieza” el niño de la Puri y a otra cosa. Las vecinas no se han reunido para analizar las categorías éticas del niño de la Puri. Las vecinas ni siquiera se han reunido para tomar el fresco, se han reunido para cohesionar el grupo. Este ritual vespertino de ganchillo y chismorreo es poderoso. Vacuna a las señoras contra la soledad; facilita la ayuda mutua cuándo es necesaria. ¿De qué sirve el Cordelio de turno que viene a pedir ejemplos concretos del mal comportamiento del niño de la Puri? ¿Para qué coño vas tú, Cordelio, a pretender razonar que bajo el mismo criterio deberíamos denostar también a la Rosi del tercero, a la que tanto alaban? ¿Para qué vienes tú a preguntar qué significa “Palestina libre” en términos de población y territorio? Este tipo de intervenciones son tan bien recibidas como un eructo en un bautizo.

 

Había pensado linkar fuentes y tal… pero ¡Qué demonios! Pregunta al Chat Gpt o busca en Google, como todo el mundo… pero te aseguro que hay una larga y rica tradición antropológica y sociológica que sitúa al chismorreo como elemento capital para comprender el desarrollo del lenguaje y la socialización humana (Robin Dunbar, sin ir más lejos, habla del chismorreo como de una forma de “tocarnos” con palabras, así como los monos se despiojan y acarician…) Demasiadas veces, repito, los Cordelios de la vida creemos estar hablando cuando en realidad estamos socializando (bastante mal, por cierto).

 

Nos convertimos en salvapatrias de patrias que van tirando (a trompicones, como siempre, pero tirando al fin y al cabo), guardianes de la razón desprovistos del más elemental sentido común, enarbolamos estudios y bibliografía diversa (no por más cierta menos irrelevante) que demuestra a las claras cómo occidente se infantiliza, cómo el discurso político se vuelve cada vez más pueril, emocional (encontrarás estudios cuantitativos, como los de la Universidad de Carnegie Mellon o el Flesch-Kincaid Index, que muestran esa tendencia descendente, basados en la variedad léxica, la riqueza estructural etc. que demuestran que los discursos presidenciales estadounidenses están dirigidos a un público cada vez más imbécil).

(Nota mental: no terminar nunca un párrafo con un paréntesis)

(Y escribir párrafos cortos. Frases sencillas)1

Y nosotros, los Cordelios de la vida, acabamos canturreando por lo bajo aquello de “No todo va ser follar”.

 

Blai Collado

 

Notas

1 Por aquello de la concentración y tal…

 

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios