Máquinas de carne

Publicado el 1 de abril de 2024, 4:00

Por Antonio Hidalgo Diego

Tiempo estimado de lectura: 8 minutos

 

Las cosas juegan el papel de los hombres,

los hombres juegan el papel de las cosas;

esa es la raíz del mal 1

 

Circulo por la autovía. Frente a mí, el impresionante macizo de Montserrat. Su visión no consigue alegrarme el espíritu. Aunque trato de evitarlo, una extraña fuerza acaba dirigiendo mi mirada a la ciudad-cementerio en la que permanecí enterrado en vida los años que marcaron el final de mi juventud. Una puñalada en el vientre, náusea, mis entrañas se revuelven al recordar las interminables horas que pasé en el taller 8 de la Seat de Martorell. Subir las escaleras que conectan el aparcamiento de autobuses con la planta de producción es como bajar a la mina, despedirse del cielo, separarse de la humanidad, rebelarse contra la naturaleza, adentrarse en el mismísimo infierno de Dante que te recibe con la frase: «Quienes entréis aquí, abandonad toda esperanza».

 

 

El torno de entrada de la factoría es un portal interdimensional que conecta dos universos temporales antagónicos. Una vez traspaso la línea, el tiempo se ralentiza mientras espero con ansiedad los 5 minutos de descanso, los 20 minutos del bocadillo, la maldita hora de volver a casa.

 

El mortífero tictac de la monotonía2.

 

El tiempo transcurre tan lento en el interior de la fábrica como vuela vertiginoso cuando acaba la jornada laboral. Mientras me disfrazo con el uniforme gris, cuelgo mi humanidad en la percha de la taquilla, un tesoro que la empresa retiene a modo de garantía. Y cuando llego a casa… ¿Qué es un esclavo cuando no trabaja? Un cuerpo inútil, un espíritu encadenado, un peón de ajedrez en un tablero de parchís. ¿Qué infierno es peor? ¿El de la jornada laboral, con el reo sometido al fatigoso ritmo de las máquinas? ¿O el de las horas en las que no trabajo y sueño que estoy trabajando? Es el tiempo de las horas secuestradas por el obsesivo pensamiento que te persigue, que te acompaña al supermercado, se sienta a tú lado en el bar y se acuesta contigo por las noches, el pensamiento traumático del momento de regresar al agujero negro que absorbe tus energías, tu alegría y tu naturaleza humana.

 

El obrero no sabe lo que produce, y por consiguiente no tiene el sentimiento de haber producido, sino el de haberse agotado en vano3.

 

El trabajo es monótono, aburrido, automático. Mis propias manos son capaces de realizar la tarea sin mi ayuda. No pongo ninguna atención al acto que ocupa un tercio de mi vida y por el que recibo un estipendio de menos de 700 euros al mes. Después de una hora apretando tornillos se te acaban los pensamientos, se te atascan las ideas, se te escapan los sueños. Pese a permanecer recluido en una prisión con 12.000 internos, te sientes solo, encadenado al robot naranja que marca el ritmo de tus movimientos y se apodera de tu alma.

 

Me siento esclavo ante mi máquina4.

 

Levanto la vista y veo las mismas luces fluorescentes, los mismos conductos de ventilación, los mismos carritos que van y vienen para reponer las mismas piezas, las mismas caras tristes. Repta hacia mí la misma caravana de coches en fila india que me recuerda a una hilera de orugas procesionarias venenosas, carcasas de vehículos iguales, pintadas casi siempre de gris, como el taller, como los uniformes, como nuestras inermes vidas. No hay ventanas, no hay luz natural, nada que te recuerde si es de día o de noche o cuál de los tres turnos se apropia de tu ritmo vital; no hay nada que te indique que hay un mundo exterior que vale la pena construir.

 

Si se acaba el mundo ahí fuera, me la pela, me la pela, me la pela, me la pela, me la pela, me la pela, me da igual si llueve o truena5.

 

El taller es enorme pero no hay profundidad de paisaje. Entre los siniestros brazos robóticos merodean figuras humanas vestidas de color gris sobre fondo gris, personajes fantasmagóricos de una película de cine mudo, sombras silenciosas, siempre en movimiento, tan cercanas como inaccesibles; soy el espectador de mi propia realidad: si les hablo no me escuchan, si me hablan no las oigo. Josep Pla decía que el hombre no es un animal racional, sino sensual6. El obrero industrial solo es un animal laborans con el intelecto atrofiado por el agotamiento, el trabajo repetitivo y la falta de libertad, y con los sentidos anulados, como un prisionero de Guantánamo: la cegadora monotonía cromática, el zumbido sordo de una fábrica en silencio, la soledad de los guantes antiestáticos, el cancerígeno olor a plástico y el insulso chusco de pan duro componen los 5 sentidos de la Seat.

 

Me monto en la alargada culebra metálica en movimiento y me mareo. Saco la pistola y apunto al coche de turno: disparo y atornillo, pero no puedo matar a la bestia, que sigue su rumbo imperturbable. Nada tiene sentido. Empiezo a perder la cordura y pienso, cada vez más en serio, que la Seat, en realidad, no existe, que es solo mi infierno particular, que todo está dispuesto así por mí, porque si existiese de verdad no tendría ningún sentido. En mi particular condena los coches no están a la venta; al final del proceso de montaje acaban siendo aplastados y convertidos en chatarra para ser reciclados y reiniciar el ciclo de muerte en un principio de eterno retorno, en la peor de las torturas, en la pesadilla de Sísifo.

 

 

Piso el acelerador y consigo alejarme del agujero negro. Han pasado muchos años y ahora sé que mi infierno personal existe porque es también el de otros muchos, máquinas de carne consagradas a la producción y condenadas al consumo en otro siniestro ciclo que secuestra tu vida para llevarte al mismo punto de partida. Quiero romper el círculo, salir de la cadena de montaje del consumo y el trabajo asalariado. Redimirme, ser libre.

 

 

El trabajo será libre, no esclavo ni a cambio de salario. Eso significa que el trabajador será propietario o copropietario de los medios de producción y participará absolutamente en la determinación del por qué, para qué, para quién y cómo del acto productivo (…) La futura economía popular se ha de centrar en producir valores de uso y no mercancías, es decir, productos para satisfacer necesidades y no para enriquecer a nadie (…) Los bienes materiales, en sí mismos, no tienen valor de cambio; solo tiene valor el trabajo humano incorporado7.

 

 

Para consumir, primero hay que producir,

y para producir hay que trabajar (…)

Solo es necesario producir lo que es necesario consumir8

 

 

Primer sufrimiento, los obreros se aburren (…) Se debe, en primer lugar, a la obediencia (…) La extrema obediencia es la que quita cualquier posibilidad de disponer del propio tiempo, es decir, del orden en el que uno realiza su propio trabajo (…) Este aburrimiento se ve agravado por la monotonía de la tarea (…) Algunos, que lo padecen (el aburrimiento) desde hace demasiado tiempo, o en una forma demasiado dura, o que son física o moralmente débiles, sucumben a él. No desean nada más, sufren una especie de muerte moral (…) Han llegado a odiar el lugar al que van a trabajar todos los días igual que un prisionero odia las paredes de su celda (…) Por eso, un obrero bien pagado está muy cerca de un obrero mal pagado, y lejos, por ejemplo, de un pequeño comerciante que vive tal vez tan difícilmente o más que él, pero que es dueño de su comercio (…) El obrero no puede sentirse nunca en su casa en el lugar donde trabaja, puesto que una palabra puede echarlo de allí (…) Su salario, pequeño o grande, no es nunca suyo (…) A veces, esta sed se apacigua en parte con la adquisición de una casita, de un pequeño huerto; pero la mayoría de las veces no tiene nada de material, es una sed de propiedad espiritual (…) Tercer sufrimiento, los obreros se sienten humillados9.

 

La condición obrera (Editorial Trotta, 2013) Simone Weil

 

 

 

1 Reflexiones sobre el trabajo de fábrica (1935) Simone Weil.

 

2 La tiranía del reloj (2008) George Woodcock.

 

3 Reflexiones sobre el trabajo de fábrica (1935) Simone Weil.

 

4 Diario de fábrica (marzo de 1935) Simone Weil, quien lo escribió en femenino.

 

5 Pastillas de freno (2004, en el álbum ¿La calle es tuya?) Canción de los hermanos Estopa.

 

6 El quadern gris (1966) Josep Pla. La frase exacta es: «I és que l'home no és un animal racional; l'home és un animal sensual».

 

7 Bases para una revolución integral (2024). Obra colectiva.

 

8 La condición obrera (30 de septiembre de 1937) Simone Weil.

 

9 A propósito del sindicalismo 'Único, apolítico, obligatorio' (febrero-marzo de 1938) Simone Weil.

 

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