Por Antonio de Murcia

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Los seres humanos ¿son buenos o malos? O sea, ¿al Ser Humano le tira el bien o tiene querencia al mal? ¿Hay un bien absoluto, algo bueno que sea bueno para todo el mundo, sin excepción, sin nada de relativismo personal? Y el mal ¿existe como entidad independiente, como fuerza primaria, él mismo como causa de sí mismo, sin porqué alguno que lo desencadene?
Estas preguntas y otras así, un poco ingenuas y como infantilonas pero trascendentes, se nos han presentado a todos cuando nos da por cavilar —aunque no siempre es una reflexión consciente— si será posible construir una sociedad armónica en un mundo como el nuestro, tan conflictivo y tan demente. Reconozcamos que es una cuestión que llevamos dentro y sobre la que necesitamos hacernos alguna idea. Y ésta es una de las ideas que definen y condicionan nuestra actitud ante el mundo humano, una idea base moral de comportamiento. Una idea básica que impregna y hace de filtro de todo lo demás que senti-pensamos.
Las ideas dominantes
Como tema digamos filosófico es el pan de cada día. Los clérigos de todas las confesiones no tienen dudas: sólo tienen que glosar el libro donde lo pone en claro. Aunque para algunos la contradicción entre la infinita bondad divina y la existencia del mal en el mundo supone una duda teológica. Y todos los estados, en su deriva general totalitaria, establecen qué está bien y qué está mal. Pero también los teóricos sociales, intelectuales, políticos y los tratados antropológicos nos explican los males y nos enseñan el buen camino. Todos con la intención de ganar la hegemonía social a través del predominio de las ideas.
Porque lo cierto es que el dominio puede ejercerse mediante el poder económico o policial, pero lo que asegura que la dominación se imponga y perdure es la supremacía en las ideas. Tanto las clases dominantes (Arriba) como las sometidas (Abajo) lanzan al aire sus memes con la intención de que prevalezcan. La superestructura ideológica de una sociedad está impregnada por quien tiene más y mejores medios de influencia, con los que logra popularizar las ideas-fuerza que le favorecen. Al conjunto de las ideas que uno tiene depositadas en su cabeza es a lo que podemos llamar “mentalidad”, o “condicionamiento”.
Respecto a esas ideas fuerza no es lo importante averiguar si es más o menos verdadero o falso lo que expresan, porque son tan característicamente superficiales y simples que para todas se pueden encontrar argumentos o ejemplos que las defiendan o las contradigan. Se trata de discernir qué efecto causan, qué función cumplen, qué pretenden inducir y en definitiva para qué bando trabajan. En resumen, si sirven a la esclavitud o a la libertad. Detectar un origen o el otro es fácil: basta mirar si benefician a los poderosos o al pueblo.
Refranes
Ejemplo ilustrativo de mensajes de uno y otro signo es el acervo popular de refranes. Los refranes son sentencias para aplicar a la moral práctica, que se presentan como la voz de la experiencia, como sacadas de la vida misma, lo que les da marchamo de verdad inmutable. Encontramos refranes portadores de ideas sumisas al statu quo, que por tanto favorecen al amo, y otros que abogan por la liberación. Asumir unos frente a otros implica tomar distintas actitudes ante la vida.
Véase el caso en que se recomienda la resignación temerosa con: No dejes camino viejo por sendero nuevo,
o estos otros donde el egoísmo es ley de vida: Por el interés te quiero, Andrés;
o: El que no corre vuela,
la desunión es lógica y natural: Cada cual en su corral,
la desconfianza,la línea de conducta: Quien de otro se fía llorará algún día;o: Piensa mal y acertarás,
se loa el servilismo del padrinazgo: Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija,
el autoritarismo disfrazado: Quien bien te quiere te hará llorar,
o el pesimismo más negro: Al fin y a la partida la muerte triunfa sobre la vida.
Y en contraposición, estos otros con un mensaje más o menos antagónico:
apuesta por la osadía: Quien no arriesga no gana,
por la amistad: Quien tiene un amigo tiene un tesoro,
se ensalza el desprendimiento: Haz el bien y no mires a quien,
el amor compartido: Amor con amor se paga,
o el vitalismo: Quien teme a la muerte no gana la vida.
Salta a la vista la diferencia de “mentalidad” que transmiten unos y otros. En conjunto son tantos y tan variados que esta forma de sabiduría vale para un roto y para un descosido.
Filosofía barata
Son muchas las vías por las que una idea se impone. Ya sabemos que los Medios de Manipulación de Masas juegan el gran papel de lograr que la gente asuma como verdad propia las ideas-fuerza que la propaganda ha difundido. Estas sí que son todas mentirosas, como no puede ser de otra forma, ya que es sobre la mentira sobre lo que todo poder se sostiene. Las justificaciones del poder son mentiras que pasan por verdades.
Del montón de torpes ideas que han sido siempre populares destaco dos que tocan al asunto que tratamos:
“Siempre ha habido ricos y pobres” será una cosa bastante dudosa (se pueden identificar pueblos donde todos eran más o menos igualmente ricos, o más o menos igualmente pobres), cosa que no estorba a la idea que pretende introyectar en las mentes: que la desigualdad extrema es un mal antiquísimo, y por tanto debe de ser natural. Pero sobre todo se proyecta desde el pasado incuestionable al futuro inexorable: lo que ha sido, es y será. No tiene sentido querer cambiar las cosas que son inmutables.
“Si el ser humano no necesitara comer, sería posible una sociedad justa y perfecta”. Con esto otro se pretende manifestar que eso de soñar utopías será muy bonito, pero luego viene la realidad a ponernos en nuestro sitio. Y la Realidad es que la competencia por satisfacer las necesidades naturales nos hace acaparadores, egoístas y malos.
La humana condición
Una vez que se acepta el planteamiento de la oposición Bien/Mal, caben lógicamente tres visiones: Hombre bueno, Hombre malo, Hombre bipartito (éste mitad y mitad o en alguna otra proporción cualquiera).
Hombre bueno. Como defensor de la primera tesis está Jean Jacques Rousseau, con su fe en la bondad natural ejemplificada en el buen salvaje, criatura inocente y pura de las sociedades que no han sido corrompidas por la civilización.
Cristo en la cruz pone el foco en la ignorancia como origen del mal: «Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen». En la cruz pidió clemencia para los brutos que lo martirizaban y que lo seguirían martirizando por dos mil años (hasta ahora).
Sócrates había incidido en lo mismo muy cristianamente: «Nadie hace el mal a sabiendas», afirman sus discípulos que dijo.
Estas posturas suponen que un mayor nivel de conocimiento espiritual implica la renuncia al mal. En la práctica, derivar el mal de una defectuosa información, la cual tuerce la verdadera naturaleza humana, hace pensar que con una educación moral correcta se resolvería el problema del mal en el mundo.
Hombre malo. Muchos más adeptos tiene la segunda tesis. Sin duda el ser humano es capaz de las más atroces crueldades. El antiguo refrán Homo homini lupus nos ha llegado tal cual desde la república romana; un caso exitoso, sin duda. Una máxima que dos mil años más tarde Thomas Hobbes estableció como justificación de su defensa de un poder fuerte y absoluto como medio de evitar la violencia de todos contra todos.
Hombre bipartito. Que bien y mal tientan por igual ya lo sugiere con mucha gracia el Arcipreste don Juan Manuel en su Libro del Buen Amor:
Que probemos las cosas no siempre es lo peor;
el bien y el mal sabed y escoged lo mejor.
Y ahí están los pecados capitales: Codicia, Soberbia, Lujuria, Ira, Gula, Envidia y Pereza; y las virtudes que los compensan, respectivamente: Largueza, Humildad, Castidad, Paciencia, Templanza, Caridad y Diligencia. (Aunque yo pienso que el pecado de pereza se basta y sobra para evitar los otros seis y hacer de las virtudes algo prescindible).
Sigmund Freud estableció la existencia de dos impulsos primarios, Eros y Tánatos, pulsión de vida y pulsión de destrucción y muerte, que luchan en el interior de la psique. El origen del mal estaría en el deseo de muerte. Una teoría, exitosa gracias al prestigio de su magna obra, que sigue gozando de predicamento. Es un intento de encontrar la explicación definitiva a la conducta humana. Y un ejemplo más de tantos buenos científicos que se hacen de viejos malos filósofos en su afán de descubrir el secreto del mundo con una teoría redonda antes de morirse.
Por su parte, Friedrich Nietzsche opta también por una dicotomía de resonancia clásica (apolíneo/dionisíaco) para nombrar a dos fuerzas contradictorias de la naturaleza humana. La primera, encarnación de la armonía y la razón; la segunda del desorden y la fuerza vital. También esta dualidad ha influido mucho, en Freud y en muchos de los filósofos que cortaron el bacalao a lo largo del siglo XX.
Los viejos anarquistas renunciaron a resolver esta cuestión de la bondad/maldad humana y dieron con una solución práctica que justifica por ambas vías su propuesta política de abolir el estado. Algo así como: si resulta que el hombre es bueno, no necesita al estado; y si resulta que es malo, mejor que no tenga a su disposición un aparato de poder capaz de expandir su maldad hasta extremos espantosos.
La gente es mala, qué duda cabe. La gente es buena, qué duda cabe. De lo uno y de lo otro hay ejemplos a porrillo. Distinguir el mal del bien es una ciencia que tiene muchas ramas, cosa que ya el Génesis nos manifiesta con la elocuente imagen del famoso árbol. Así que el debate sigue y la confusión también, y más en esta actualidad en que el poder nos ha transmutado todos los valores y nos presenta el bien como mal y el mal como bien.
Las cosas que no sé
Pues casi todas. Desde los lejanos tiempos de mi adolescencia no he estudiado nada con algo parecido a un sistema. Así que la lista de las cosas que no soy es larguísima: filósofo, teólogo, lógico, científico, psicólogo, biólogo, retórico, moralista, etc., etc. Me considero un ignorante que anda por el mundo sin conocimiento más que a retazos de lo que se ha dicho por ahí. Desconfío de las ideaciones que pretenden comprender más allá de sus posibilidades; lo que se llama pedantería, vamos. Descreo de la imaginería científica sobre el Cosmos en tanto que “La Ciencia” se entroniza como la actual religión, y no sé qué es eso de la Naturaleza, y menos la naturaleza humana.
Aun así, esto de qué es el bien, qué es el mal, sigue siendo también asunto mío, como de todos, en tanto que humano. Tengo la esperanza de no saber mucho del tema, pues me atengo en esto y en otras cosas al viejo refrán de que cuanto menos se sabe, menos se equivoca uno. Lo que tiene de malo el aprendizaje es que acaba uno sabiendo demasiado —en el Génesis se nos precavía sobre el árbol de la ciencia—, con lo que se sofoca y se vela el sentir, la otra pata indispensable del conocimiento.
Las cosas que no me creo
Pues muchas. No creo en la tesis romántica de que la bondad sea posible solamente en estado “salvaje”. (La antropología nos muestra toda clase de tipos de sociedades primarias: jerárquicas o igualitarias, pacíficas o belicosas, crueles o compasivas). Esta idea perniciosa sugiere que solamente renunciando a la civilización podremos vivir en paz. Convierte en imposible edificar una sociedad sobre bases armónicas, siendo como es irreversible la evolución civilizatoria. Correlativamente, tampoco se puede aceptar la maldad congénita del civilizado, blanco o no blanco.
Por su parte, la consideración del hombre como un animal intrínsecamente perverso radica en un pesimismo de fondo que justifica todos los horrores. No es preciso remontarse al pasado medieval en que el comportamiento díscolo del niño se atribuía a una posesión diabólica en el momento del parto —diablo que era necesario expulsar a base de palos—. Con parecido fervor religioso la Genética sigue buscando la Causa en los genes del mal (que supongo serán primos de aquel gen egoísta que se hizo famoso en Biología hace cincuenta años), mismamente como buscaban genes con peineta para identificar sarasas.
La idea de que el mal sea un fruto de la ignorancia se ve desmentida por la conciencia del mal, en tanto que tal mal, que muchos malhechores manifiestan, llegando incluso a suplicar que se les impida seguir ejerciendo la maldad. Por otra parte, se ve habitualmente que lo que para uno es bueno es malo para otro. Pero esta forma subjetiva y utilitaria de valorar se basa en dar prioridad al interés personal, no en la ignorancia. Esta especie de autismo transmuta los motivos innobles en razones nobles.
La concepción maniquea de una separación categórica en personas buenas y personas malas nos sitúa cerca de una explicación genetista y de la tentación eugenésica. Una idea actualizada en el cine de buenos y malos. Simplista, y por simple falsa, y por falsa servil.
Mucho más plausible parece la naturaleza bipartita, dicotómica: el bien y el mal en perpetuo conflicto dentro del ser. Así se cuenta en la parábola de los dos lobos, muy socorrida en los círculos espiritualistas. Aparentemente dota al individuo de libertad para alimentar más y mejor al lobo bueno o bien al lobo malo, pero la verdad es que no hace más que posponer el problema. Y es que también nos dota de personalidad múltiple, a saber: los dos lobos, el que les da de comer, el que decide a cuál de los dos da de comer, el que evalúa a cuál es mejor dar de comer… todos dentro de uno en un barullo infinito. El modelo dual supone la equivalencia entre bien y mal como componentes vitales básicos con igual carta de naturaleza. Yo no creo en eso y no sé por qué.
Herramienta para indagar
Entre lo que no creo y lo que no sé pocos medios tengo para aclarar el asunto. Tal vez sólo quepa confiar en la sola fuente de razón natural que nos donaron nuestras madres y que todos compartimos: el lenguaje, la herramienta del sentido común, de la honestidad intelectual, de la lógica, de la razón común. Al fin y al cabo, las razones se tienen que sostener por sí solas, sin el apoyo de autoridad ninguna.
Verdad es que el lenguaje sirve para esclavizar, obstruyendo la libertad de pensamiento mediante cánones mentales. Pero también sirve para liberar, analizando y disolviendo esos mismos cánones. El pensamiento vivo, siempre en marcha, evalúa por cuenta propia todas y cada una de las ideas que circulan por el mundo con marchamo de verdades y patente de inmunidad. Combate por tanto las creencias y la fe, ese mandato de dejar de pensar, de no ir más allá.
La madre del cordero: el origen del mal

Está visto que somos buenos y malos, según. Pero ¿según qué? Como todo no va a ser intentar deshacer ideas, propongo aquí un postulado que a mi parecer no ha recibido hasta ahora la consideración que merece. Trataré de exponerlo de forma concisa, pero no quisiera aparecer, tras haber dado unas cuantas vueltas, como creyente en alguna clase de bondad innata. En lo que sí creo, por supuesto, es en la inocencia del cachorro humano, en justa correspondencia con el reconocimiento de la inocencia de los cachorros de las demás especies.
ENUNCIADO: El origen del mal en el mundo humano es el maltrato infantil.
“Maltrato infantil”, un concepto que está muy en boca de toda clase de psicoterapeutas, de asistentes sociales, de periodistas, de políticos incluso. Sin embargo, la comprensión del alcance del maltrato tiene la dimensión de tabú social, de secreto universal mejor guardado de la humanidad. Que yo sepa, únicamente Alice Miller, investigadora de origen polaco fallecida en 2010, explora cabalmente el fenómeno a lo largo de sus obras.
Hace unos años pude comprobar, con ocasión de un coloquio organizado por la asociación psicoanalítica de Murcia para analizar la Carta al padre, de Franz Kafka, la completa ceguera de los psicoanalistas presentes respecto al maltrato infantil en una familia normal. A lo largo del debate, me quedó claro como el agua que, negando los motivos del sufrimiento de Kafka, ocultaban el suyo propio.
DEFINICIÓN: llamo maltrato infantil a la vulneración de las necesidades naturales del cachorro humano por parte de sus cuidadores, necesidades que pueden resumirse en dos: protección y amor (que al fin son dos maneras de nombrar lo mismo).
El abandono es vivido por el bebé como una amenaza efectiva de muerte; y el desprecio a sus sentimientos como evidencia de que no merece el amor que garantice su supervivencia. Este miedo temprano a la muerte, anclado a nivel vegetativo, engendra de modo subconsciente una impronta de odio —rencor en los casos menos agudos— precisamente hacia las mismas personas a las que necesita amar. Por necesidad, pues, este odio es reprimido, negado y ocultado, y percibido como vergonzoso. La exigencia social de amar y perdonar a los maltratadores sella el cajón del sufrimiento. Posteriormente, la represión de los sentimientos buscará su alivio en forma de descarga sobre un chivo expiatorio, a veces con resultados sociales catastróficos. La salida del círculo vicioso de odio-represión-odio sólo se producirá si el adulto brinda el respeto debido al niñito que fue. Sin dar razón de los sufrimientos infantiles se sigue abandonando a aquel niño y se bloquea su madurez. Reconocer por fin la verdad de los hechos —lo que realmente ha ocurrido— es, ni más ni menos, que el distintivo de hacerse adulto.
CONSECUENCIAS: La protección y el cariño defectuosos tiene, claro está, muchas formas y distintos niveles de gravedad; y su repercusión está mediada por las circunstancias familiares, ambientales y sociales. Sus consecuencias son por tanto muy variadas.
Se producen desde luego demasiados casos extremos de palizas, humillaciones, violaciones o abusos, o todo junto; experiencias que desparraman por el mundo su muestrario de enfermos o monstruos individuales.
Pero más grave me parece el maltrato integrado y aceptado, porque es general, universal, y sus efectos son masivos. Dejo de lado cosas como los procedimientos en el parto o la educación escolar, que merecerían un tratado entero aparte, y me refiero a la crianza normalísima que la mayoría disfruta, a las faltas de respeto normalísimas, una por minuto, sesenta veces por hora: besos forzados —bueno—; pellizcos en la cara —vale—; voz demasiado fuerte —alarma—; rostro demasiado cerca —miedo—; ñoñerías imbéciles —resignación—. Y más: con impunidad total los adultos hablan a gritos a la criatura como si fuese sorda; le encajan una tontería tras otra como si fuese imbécil; le advierten como si fuese malvada; le enjuician todo lo que hace; pontifican sobre su carácter. A todo esto, la chantajean, la entrenan en el chantaje… y se la hace chantajista. Y todo lo redondean con la moralina de conducta correcta que dejan al niño humillado por su ignorancia, juzgado por su malicia, culpable de estupidez. Incapaz de nada bueno, vaya. Producción acelerada de nuevos adultos a imagen y semejanza de los presentes, y cuanto más rápido mejor.
En ese sentido, todos los niños son niños maltratados. Se dirá que a esa crianza hemos sobrevivido más o menos decentemente. Pero ¿a qué precio?
El maltrato general no es físico, ni siquiera psicológico, sino sobre todo emocional. El agente especial del FBI, Robert Kenneth Ressler (fallecido en 2013), aporta un testimonio significativo referido a una expresión de maldad máxima: los asesinos en serie. Este Ressler no es sospechoso de idealismo o de cientificismo, pues su perspectiva es la de un policía (no la de psiquiatra, filósofo, sociólogo, etc.), por lo que tiene una concepción operativa para su trabajo: conocer, identificar y detener a los asesinos. Como máximo especialista en el tema, era requerido para estudiar todos los casos que se presentaban a lo ancho de los Estados Unidos; y a lo largo de décadas de entrevistas y pesquisas estableció mediante datos ciertos los perfiles típicos de los asesinos en serie. Halló que TODOS los asesinos sufrieron malos tratos emocionales durante su infancia, con el 40 % maltratado físicamente y objeto de abusos sexuales (referido en El País Semanal, domingo 17 de noviembre 2002). Paremos ahí. El 60 % de los niños que luego se convertirían en asesinos múltiples NO sufrió maltrato físico o sexual, sino “solamente” emocional.
COROLARIO: El mal se engendra en la frustración del bien.
La percepción de la ausencia de amor causa el desequilibrio que conduce directamente a un mal multiforme. El trato negligente (incluida la protección excesiva), el descuido de las necesidades naturales, y la falta de relación entrañable sobre todo con la madre incapacita para las vinculaciones sociales. El maltrato quiebra la conexión con el entorno natural y daña la capacidad de apreciar la belleza natural viva. Y la ceguera anímica para lo bello lleva consigo la indiferencia hacia lo ético. (Jean Liedloff desarrolla esos procesos en su hermoso libro El Concepto del Continuum, de 1984).
El resultado más leve es la reproducción de individuos necesitados de halagos, expuestos a la manipulación. Más grave es la falta de vitalidad y la depresión generalizada, que tiene como secuela la pasividad ante los problemas del mundo.
Pero más peor es la participación activa en los horrores. Para desentrañar el origen del mal hay que exigirse entender, por ejemplo, el proceso por el que un niño de ocho años, que desea por encima de todo contemplar a su entorno feliz, que disfruta todavía de la risa ingenua y que responde con ternura a la ternura, es capaz, apenas diez años después, de lanzar sus bombas sobre las casas de los jóvenes enemigos, de los niños, de los viejos, de los niños de cualquier edad. “Mal” es el nombre de la capacidad de destruir. Sin duda se ha producido la aniquilación del alma infantil. Ahora bien, se nos dijo: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos». Pues estamos buenos.
A estas largas alturas del artículo no caben más justificaciones, pruebas o argumentos, que pueden quedar, si acaso, para otra entrega.
La hipótesis aquí expuesta es lo bastante clara como para ser falsable (y tal vez en definitiva falsa, en el sentido de que no sea tan universal como pretende, sino que solamente aporte una explicación parcial). Quizá no desenrede la madeja tanto como quisiera. Yo me conformo con que dé qué pensar a quien se interese por ella, a alguien que reflexione sobre ella y la use como método para mirar la realidad del mundo. Y ahí estáis vosotros, los lectores interesados, para señalar sus fallas y puntos débiles.
Antonio de Murcia, 30 de mayo 2025.
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