Por Antonio de Murcia
6 min. aprox.
Cabe suponer que la mayoría de lectores de esta revista no hayan visto el Festival de Eurovisión de este año. Yo mismo no he visto ninguno desde 1983 (cuando la representante española se preguntó: ¿quién maneja mi barca?), con la excepción del de 20002 en el que nuestra Rosa de España declaró a gritos que Europa estaba de fiesta (Europe’s living a celebration). Aparte, claro, de unos cachos de otros años mirando de reojo al pasar por delante de alguna pantalla, o en Informativos de días posteriores. Pero este año me designé a mí mismo para hacer un servicio a la comunidad zampándomelo entero (votación incluida), enterarme de por dónde van los tiros del conglomerado de televisiones europeas, y contarlo luego. No me perdí ninguna actuación, ni me moví más allá de un cierto rebullir en el sofá y apenas parpadeé durante las 4 horas.
Como no tomé notas, ni he vuelto a visionar las actuaciones, mi me he leído las letras de las canciones, ni he investigado datos sobre el espectáculo, la presente crónica no es un análisis sesudo ni tiene la autoridad de un estudio completo; no está la mollera como para eso. No es más que el emotivo testimonio del impacto en el cerebro de un ciudadano medio (o sea, medio normal) que se expuso a las radiaciones del programa. La resultante ha sido una clara idea, de la que ahora disfruto, de lo que es Europa a ojos de la Unión Europea de Radiodifusión, gran ente encargado de la Formación de Masas a nivel icónico.
Y la principal cristalina idea que ha infiltrado mi cuerpo y mi espíritu, introyectada por acumulación, es que Europa es una. Que hay mucha unidad. Vamos, que más que una ensalada es más una salsa esfumada. Pero muy perfilada, muy rotunda.
Aquí van los ingredientes del guiso que ilustran lo que digo y que aprendí en esa noche sola:
GEOGRAFÍA: Que Israel es Europa ya lo sabía, aunque me enteré de mayor, pero que también Australia está aquí cerca lo ignoraba (con lo grande que dicen que es). Las diferencias geográficas han sido abolidas (la Geografía es una ciencia agotada). De hecho, se ha puesto de moda la idea de fichar a un cantante de otro país, a modo de mercenario, para representar al propio. Qué más da, todos somos Uno.
IDIOMAS: Solamente queda uno: el inglés este de pachanga. Los vocalistas en general, quien más quien menos, llevaban sus letras en inglés, quizás con algún párrafo en concesión a las pobres lenguas indígenas. Loable excepción de la cantora española, que por otra parte se limitó a repetir mucho Eaea en perfecto español. Igualmente, los presentadores y presentadoras de todas las naciones exponían el emocionante reparto de puntos en un inglés de variable calidad fónica. Nueva loable excepción de Grecia, pues lo hizo en francés, quizás por rencorosa inquina contra los británicos por causa de la añeja rapiña de tesoros arqueológicos, que los griegos no se cansan de reclamar —y los otros no se cansan de hacer oídos sordos.
CANCIONERO: Solamente se cantó una canción; en 26 partes, es cierto, pero una sola. Cada uno de los 26 intérpretes le daba un toque personal a su parte, pero como porción de la gran obra colectiva. Las letras formaban un solo cuerpo, ya que son de ese tipo sugerente que puede significarlo todo y no significar nada. Sólo por obstinación personal puede uno decidir, si quiere, que entiende lo que dicen.
Ya desde el principio hace más de sesenta años, este festival de la canción castigaba (ahí tenemos el ejemplo de La Barca) las delegaciones que optaban por música representativa del país, étnica, de raíz, folclórica que se llama. La norma era una canción melódica, baladas, quizá algo de pop, yeyé, o cosa así. Bastante uniforme, sin duda, pero se reconocía a un italiano cantando en italiano con estilo italiano, y a una francesa lo mismo, etc. O sea, que se notaban diferencias “nacionales”. En el certamen de este año se ha culminado, al fin, la unidad total.
MÚSICA Y CANTO: El ritmo general fue el chunda-chunda como base universal de percusión, con ligeras variantes. La forma de cantar muy homogénea: a gritos, que es como se estila ahora. Más allá de algún comienzo piano o de un interludio tranquilito, no te podías confiar porque la cosa seguía de pronto con berridos, en una competición por batir el récor de la nota alta altísima.
BAILE: Asimismo, una sola coreografía con danzantes que se renovaban para cada trozo. Carreritas a izquierda y derecha alrededor del cantante, todos ejecutando ejercicios de gimnasia sueca. Una mecánica muy de hoy, muy adaptada a los tiempos, muy estable. Moverse para estar quietos.
ATREZZO, VESTUARIO Y MAQUILLAJE: Lo mismo para todos. Un derroche de humos y luces de colores que serían envidia de las fallas de Valencia. Es que el empeño de epatar a toda costa con fantásticos atavíos, máscaras por maquillaje, peinados fabulosos, mitológicos aderezos… nos envuelve en una pacífica normalidad europea. Es cierto que la cosa resulta un poco viejuna, ay! ya aquellos rokeros, aquellos punkis, aquellos metal, aquellas drag queen, hicieron todo lo que había que hacer. Resultado cutre en fin, pero todo sea por que nada nos turbe, ni nos espante.
SEXO, GÉNERO, O ALGO: Resultante de todos estos ingredientes es que las efigies que desfilaron por el escenario representan una maravillosa encarnación de la unidad. Es cierto. Se han borrado los motivos de disputa que nos han tenido preocupados tantos siglos. No más guerras patrióticas. Ni civiles. La misma guerra de sexos ha pasado a la historia, ya sin hombres ni mujeres que la libren. Y también la lucha por los derechos de las minorías oprimidas. Ya no hay blancos ni negros, ni rubios ni morenos, sino todo marrón (bajo el mucho brillo cegador, eso sí). Ni hay gays, ni lesbianas, ni heteros, ni trans, ni bi, ni tri, ni nada. Las figuras que fluyeron por la gala son… otra cosa. ¿Qué cosa? Ahora mismo estoy convaleciente; cuando mis sesos se recompongan intentaré averiguarlo.
Por cierto, que no lo he dicho, que ganó Suecia (con el tema del tatuaje como metáfora del amor, ¡je!, perpetrado precisamente por una cantora de cepa bereber marroquí y prima de Eduardo Manostijeras). Pues a mi descompuesto magín se le ha ocurrido que a lo mejor Suecia ha recibido el premio por su reciente empeño en entrar en la OTAN. Y quedó segunda Finlandia (la cual por poco no se lleva el gato al agua). Y Finlandia acaba de entrar en la OTAN. Y puede que el año que viene Finlandia gane el Festival por, digamos, afinidad vecinal. Así que Putin va a tener fiesta en el patio de la casa de al lado dos años seguidos. ¡Qué planazo!
Antonio de Murcia (Europa), 22 mayo ’23
Añadir comentario
Comentarios
Este análisis de Eurovisión de este año resulta sumamente interesante, ya que nos brinda una idea de los intereses políticos y la institucionalización del llamado movimiento "woke" en Europa. Eurovisión ha sido históricamente un evento político, con preferencias de votación entre países que reflejan estrechas alianzas políticas.
Gracias.
Yo ya decepcionada hace años que dejé de ver este "aquelarre" extraño, lleno de tecnología y apariencias.
Lo triste es que de pequeña me encantaba. Yo ya era una niña muy influenciada por la tele en los años 80.
Cualquiera con un poco de memoria observa el cambio de Eurovisión (y de la tele en general) de los últimos cuarenta años, la DECADENCIA CULTURAL es clara y síntoma de la decadencia de toda nuestra sociedad.
Como bien dices, ni es música ni europea ni nada ( si es que alguna vez lo fue).
(De pasada, alguna vez escucho alguna canción soportable, pero es la excepción que confirma la regla. )
Y si alguien lo menciona, intento cambiar de tema para no amargarme. Porque tengo la sensación de estar viviendo en una secta total, en la que cada individuo ( incluida yo) es "la voz de su amo".
*** Toda esa inversión en medios humanos y materiales, todo ese DINERO y TALENTO de cientos de personas ....para crear un producto de calidad mediana-baja, envuelto en papelina brillante, en un envase muy caro. Supongo que una parte de los PROFESIONALES del asunto se da cuenta de esto. Y otra parte realmente cree que lo que está haciendo merece la pena...