Por Ruth Barberán García, lectora VyR
Nací en Barcelona ciudad y viví ahí mi infancia, aunque los recuerdos más vívidos de esa etapa de mi vida los relaciono con el lugar donde veraneábamos. No es casualidad.
Al principio de mi adolescencia llegó a mis manos el libro
Guía Práctica Ilustrada para La vida en el Campo de John Seymour.
Aquellas ilustraciones me cautivaron y desde entonces mi ilusión era llegar a vivir así.
Sin embargo, el destino tenía otros planes.
Sí que es cierto que a los 14 años nos trasladamos con mi familia a vivir a una montaña de Alella (Maresme), pero era una asquerosa urbanización que no tenía nada que ver con los dibujos del libro mencionado. Por suerte, detrás de la casa de mis padres empezaba un bosque de encinas declarado zona verde que se extendía hacia el Vallés. Allí recogí moras, musgo, brezo… pasé horas escuchando el viento, los pájaros. Me senté encima de grandes rocas sintiéndome parte del bosque. Lloré y grité mi primer desengaño amoroso.
A los 19 me independicé y volví a Barcelona pero sólo para un año. Luego me fui con un gallego mayor que yo, que era mi profesor de piano, a montar una escuela de música en Galicia.
Llegamos a una aldea en la Ría de Arousa. Aquello sí que era rural. Pero yo había ido a hacer otra cosa y pronto nos trasladamos a Santiago donde montamos la escuela. Como no tenía piano en casa, empecé a estudiar trompeta.
Hicimos un montón de cosas estupendas, pero ninguna tenía que ver con mi ilusión adolescente.
Ocho años más tarde volví a Barcelona y mi vida giró alrededor de la música.
Me lo pasé muy bien, la verdad. Pero aquel ideal quedaba cada vez más lejos y como una fantasía inalcanzable puesto que yo ya estaba formada como una urbanita de arriba a abajo.
Sin embargo, a los 41 años, con mi pareja de entonces nos fuimos de la ciudad a vivir en una masía de l’Alt Penedès. Por cierto que pagábamos un alquiler muy barato porque compartíamos la casa con una abuela cubana y sus nietas que vivían en París y cuando ellas venían 2 veces al año (en total 40 días), nosotros nos íbamos a casa de amigos o familiares o de viaje. Seguí con mi vida de músico y trabajando de secretaria en una escuela de música de Barcelona (nunca me gustó dar clases). Pero, donde vivíamos conocimos a unos jóvenes payeses de la zona que estaban empezando a recuperar una tradición antigua llamada Tornallom en valenciano, de la que un amigo de allá nos habló y nos pasamos años participando voluntaria y entusiastamente en todas las jornadas de trabajo colectivas que podíamos: recolectando aceitunas, uvas, podando viñas, haciendo el vino, matanzas de cerdo… Todo era aprendizaje.
En casa ya teníamos un pequeño huerto y nos calentábamos con leña, pero seguíamos trabajando en Barcelona y con nuestras actividades musicales, a tope.
A los 46 dejé mi trabajo remunerado porque conseguimos un trato con el propietario de todo un pueblo abandonado. Eramos un grupo variopinto que nos conocimos en el 15 M. Fracasamos estrepitosamente en la convivencia, como colectivo. Pero a partir de entonces ya nunca más pagué alquiler, recuperando el concepto de las antiguas masoverías. Nos dedicábamos a recolectar frutales abandonados (almendros, olivos y algarrobos), contactando con los propietarios. Muchos de esos campos de frutales, finalmente, al cabo de un tiempo, volvían a la familia porque salía algún nieto que se interesaba por ellos, al saber que nosotros lo estábamos haciendo. Pero eso no era, para nada, una mala noticia puesto que de esa forma habíamos conseguido que dejaran de estar abandonados.
Y había muchos más, así que pronto conseguíamos otros.
Posteriormente y con otro compañero muy capacitado para estos menesteres, nos dedicamos plenamente a la vida en el campo, por fin.
Recolectamos manzanas de un campo abandonado e hicimos zumo de manzana pasteurizado.
Recolectamos melocotones de otro campo abandonado y los secamos. También uva e higos.
Y hacíamos una mezcla exquisita con estos 3 frutos secos añadiendo almendras, avellanas y nueces también recolectadas por ahí.
Él hizo un pan de higo y otro de higo chumbo que estaban espectaculares.
Como tuvimos varios cerdos, recolectábamos bellotas para ellos, pero para nosotros también hizo harina de bellota y con lo que sobraba de tamizar la harina, una sémola de bellota que para las sopas era riquísima.
Por supuesto hacíamos leña, recogíamos caracoles, espárragos, setas, hierbas aromáticas, flores y después frutos de saúco para hacer un jarabe con miel. También aceite de hipérico, con sus flores.
Y unos huertos de invierno que nos abastecían de verduras, lechugas, ajos, cebollas, hinojo, espárragos y alcachofas y también con todos los tipos de legumbres que luego intercambiábamos por carne de cabra y de ternera o queso de cabra con otros compañeros que producían estos alimentos.
Actualmente, con la herencia de mis padres, he podido comprarme una finca rústica al lado de unos amigos.
Hasta aquí este resumen que quiere subrayar la idea de que la vida pueden ser varias vidas si uno tiene la valentía de afrontar lo desconocido.
A partir de este punto quisiera hablar de aspectos que he ido observando al pasar de la urbe al campo. Los he seccionado por temas:
EDAD
En mi caso, empecé realmente mi vida rural a una edad bastante avanzada.
Esto lo pude hacer, creo, porque estaba acompañada por hombres más jóvenes que yo.
Así que mi consejo es: cuanto antes, mejor.
Hay muchas cosas que aprender y hace falta energía para llevarlas a cabo.
Pero por otra parte, que la edad no sea una excusa, porque merece la pena el cambio.
Y en realidad es una vida, en todo, mucho más saludable.
Cosa que beneficia a la hora de envejecer bien.
Lo cual es mucho más importante de lo que parece cuando uno todavía es joven.
LA LLEGADA AL CAMPO O MEDIO RURAL
Es muy recomendable llegar con la suficiente modestia a un entorno que desconocemos.
Sabernos ignorantes de la inmensa mayoría de aspectos de ese nuevo medio, nos facilitará ser bien recibidos por nuestros nuevos vecinos, que no serán personas atomizadas y separadas entre sí como nuestros antiguos vecinos urbanos, si no individuos que se saben parte de un todo, se conocen desde hace mucho y aprecian el lugar donde viven, por lo que les importa quien es la nueva persona que llega a su lugar.
Podemos aprender mucho de ellos.
Con el tiempo, seguramente ellos también aprenderán cosas de nosotros.
Pero llegar con la prepotencia del urbanita que se cree mejor y más listo es algo bastante irrisorio, a sus ojos. Y con razón.
Por lo tanto, una de las primeras cosas que tenemos que aprender a hacer es a saludar.
Es increíble tener que decir esto, pero cuando uno llega de la ciudad no es algo que salga de natural puesto que en la urbe sería imposible saludar a todo el mundo con quien te cruzas.
Incluso es una buena práctica ir a la casa más cercana y presentarse.
TRATOS
Masovería
En el caso de conseguir un trato de masovería para habitar un espacio y cultivar un pedazo de tierra es muy importante que sea justo para todos. Cuando un trato no lo es para ambas partes, el trato no dura mucho o siempre surge algún problema porque la base es incorrecta.
Y lo segundo más importante es cumplir nuestra parte a rajatabla, pensando, no sólo en el futuro de nuestro trato si no en el futuro de todos los tratos de masovería que cualquier otra persona pueda llegar a conseguir. Porque si los propietarios de la vivienda y tierra ven que no se cumple lo que se pacta, pronto tendrán ganas de que nos vayamos pero además, hablarán mal de su experiencia con otros propietarios que podrían haber optado por esta opción más adelante. Y lo contrario, si la experiencia es buena para ellos, también lo hablarán y quizás alguien más se anime a hacer este tipo de trato que está en vías de desaparición.
Pero, por otro lado, es igualmente importante que el trato sea beneficioso para nosotros, que al fin y al cabo seremos los que estemos habitando, cuidando y trabajando la tierra en ese lugar.
Quiero decir, que si aceptamos un trato injusto estaremos tirando piedras sobre nuestro propio tejado (literalmente) pero también, sobre el tejado de todas las masoverías.
Varias veces he visto como se aceptaban tratos de vivienda gratis a cambio de arreglar el espacio (incluyendo restaurar el tejado, cambiar vigas y otros aspectos estructurales), pero que al siguiente año ya deben pagar un alquiler, bajo, al principio y luego más y más alto hasta que la casa ya está del todo bien y entonces viene cuando te echan o te imponen un alquiler altísimo o la quieren poner a la venta, que viene a ser lo mismo.
Hay que pensar a largo plazo y no dejar que los propietarios se aprovechen de nuestra necesidad de vivienda y tierra, de nuestras capacidades y sobre todo de nuestras ganas de salir de la ciudad, para restaurar sus casas gratis.
Hacer pedagogía:
Explicarles que la vivienda es una necesidad básica y el acceso a la tierra, también.
Hacerles entender que no es lo mismo quedarse sin “inquilino” que quedarse sin casa, por lo que la duración del trato y los tiempos de aviso para rescindir el trato deben siempre tener en cuenta esa diferencia fundamental.
Decirles que los jóvenes de los pueblos se quieren ir a la ciudad (o tener una vida urbana aunque vivan en un pueblo) y ellos no van a tener relevo para mantener viva y fructífera la tierra de sus huertos ni el tipo de vida ancestral.
Cesión de frutales
Las viñas, los olivares, los campos de almendros, de algarrobas, de manzanas, de melocotones, etc, se echan a perder si no se cuidan.
Hay muchos, muchos campos de frutales abandonados.
Algunas veces no se puede encontrar al propietario y si realmente se ve que está abandonado desde hace mucho tiempo, a mi entender cualquiera tiene derecho a recolectar.
Recomiendo una película documental de la cineasta francesa Agnés Varda titulada Los Espigadores y la Espigadora donde habla de que antiguamente, en Francia, por ley, cualquier persona podía pasar a recolectar lo que quedara una vez los dueños hubieran recolectado sus cultivos de cereales, por ejemplo.
Pero a veces se puede encontrar al propietario. En ese caso es muy importante lo que se pacte.
Con respecto a este trato debo decir que para mí, lo más justo es que el fruto sea para quien lo trabaja y la moneda de cambio para el propietario es que el campo está cuidado: se podan los árboles, se desbroza, se queman los restos, se mantiene sin indicios de abandono…
En el caso de las aceitunas, llegar a un trato en el que se le tiene que pasar una determinada cantidad de aceite al propietario es un sinsentido porque conlleva muchas horas de trabajo durante todo el año (desbroces, poda, recogida de ramas, quema o triturado), la recolección también es laboriosa y el molino es muy caro. Ya resulta muy caro hacerse uno su propio aceite si se cuentan las horas de trabajo, la gasolina de desbrozadora, motosierra y furgoneta, más el precio de la molienda, como para fijar un tanto por ciento para el propietario que tenía su campo abandonado.
Por otro lado, hay años que la cosecha es muy pobre, otros que no vale la pena poner las redes para recolectar la aceituna que hay, otros que por la sequía, el olivo para salvar su vida, a última hora tira la aceituna. Pero el trabajo anual lo has hecho igual.
Sin embargo, si un año es muy bueno y quieres cuidar la relación con el propietario, regalarle alguna garrafa es muy buen detalle.
Hay que pensar que 25 litros por persona es lo que se calcula necesario para pasar un año sin comprar aceite. Que en el caso de trabajar olivos es lo que se espera que se pueda hacer: no tener que comprar aceite. Esto, teniendo en cuenta no sólo el aceite que se utiliza en la cocina, sinó en el de las conservas y los aceites de hipérico, romero, etc...
Lo mismo que con el tema de las masoverías, cualquier trato que hagamos va a afectar al resto de los tratos en este contexto que se puedan llegar a hacer en el futuro. Nosotros o quien sea.
Con lo cual, una vez más:
1. que sean justos para ambas partes
2. que cumplamos nuestra parte lo más impecablemente posible
3. tener en cuenta más las necesidades y circunstancias del que trabaja que las de los propietarios
Para poner un ejemplo de esto último:
El trato que hice hace 7 años para llevar un olivar de 16 olivos centenarios (según algún vecino
!unos 500 años! ) fue que nosotros trabajábamos el olivar hasta la recogida y así cada año.
Pero si algún día querían volver a llevarlo ellos, porque algún familiar quería hacerse cargo o porque prefirieran cambiar de personas, nos tenían que avisar justo después de recolectar, para que no hubiéramos empezado a trabajar para la campaña siguiente.
Cuando se lo devolvamos, seguro que estará mejor que cómo lo tenían ellos.
Y esa es su compensación.
SUSTENTO
Cuando era músico nunca quise trabajar de la música. También ganaba dinero con ella, muchas veces. Otras, no. Pero no me importaba porque justamente no quise depender económicamente para poder ser totalmente libre en mi quehacer musical.
Cuando dejé la música y opté por la vida rural tuve claro que tampoco quería depender económicamente de ella. Alguna vez que vendimos productos nuestros en un grupo de consumo que conocíamos, no me gustó. A la hora de recolectar guisantes, por ejemplo, todos me parecían pequeños o demasiado maduros. Siempre les veía alguna pega. En cambio cuando los recolectaba para nosotros todo era bueno.
Lo que sí hicimos bastante , como ya he comentado, fue intercambio directo con otros productores. Nosotros teníamos huerto de invierno porque no teníamos pozo. Así que intercambiábamos garbanzos, habas, guisantes, tomates de colgar, almendras o la mezcla de frutos secos que he mencionado antes, por queso de cabra, carne de ternera o crestó. Eso sí tenía sentido para mí porque ambas partes sabíamos lo que cuesta producir sin echarle veneno químico.
Por supuesto, todo sin sello ecológico. Que es otro de los engaños estatales para controlar y estrangular a los productores.
Por todo ello, opté por un trabajo que me permitiera tener tiempo libre para todas las labores de este tipo de vida, con flexibilidad de calendario (por si tengo que tomarme toda una semana para recolectar las aceitunas, por ejemplo), muy bien pagado por horas, que puedo coger las que necesite pero no más y que no me cuesta ningún esfuerzo extra fuera del trabajo: limpiar casas.
DIFERENCIAS ENTRE LA VIDA URBANA Y LA RURAL
Espacio vital
En la ciudad, detrás de la puerta de donde vives hay el rellano de la escalera de vecinos, la escalera o ascensor, la portería y la calle, con sus aceras, sus coches, sus semáforos, su ruido, su luz eléctrica perpetua, su humo y un montón de peña que no conoces de nada o con quien te cruzas cada día pero jamás has hablado ni hablarás.
En el medio rural detrás de la puerta de tu domicilio está el planeta, con sus árboles, sus pájaros, sus piedras, sus plantas, sus caracoles, hormigas, jabalíes, corzos, serpientes, ranas, sapos y el olor a tierra mojada cuando ha llovido…
Si te cruzas con algún ser humano, te saludas, aunque no te conozcas.
En la ciudad, por la ventana ves, con suerte, un cachito de cielo y otros edificios con sus ventanas, donde de noche se ve el resplandor parpadeante de las televisiones y demás pantallas. Y oyes, aunque no quieras escucharlo, el ruido del tráfico, las ambulancias, alguna alarma de un coche que nadie atiende y los gritos jaleando un partido de futbol que no te interesa.
En el medio rural, por la ventana ves el sol, las estrellas, la luna, las nubes, el viento azotando los árboles, los relámpagos cruzando el cielo. Y oyes los cantos de los pájaros, los grillos, las chicharras, las ranas, el grito del águila o los cuervos y alguna motosierra o desbrozadora de vez en cuando.
Dinero versus recursos
En la ciudad todo hay que comprarlo o pagarlo de alguna manera.
Y no se puede aprovechar prácticamente nada.
Es cierto que las basuras de Barcelona son una mina de ropa, comida, muebles y todo tipo de cosas.
Pero en el campo, al calentarse con leña, aprovechas todo el cartón y el papel.
Cualquier tela puede servir para mil y un menester.
El aceite de motor gastado puede reutilizarse para “barnizar” maderas de verjas, establos, gallineros, etc.
Los pneumáticos sirven para un montón de cosas.
El aceite de freir para hacer jabón.
Trabajo versus faenas
Ciudad es igual a trabajo asalariado en la mayoría de los casos.
Como todo es tan caro, necesitas trabajar mucho para pagar todo lo que te hace falta.
Y como trabajas tanto, gastas mucho más de lo que en realidad necesitas, para que te “compense”.
Siempre el mismo horario, siempre el mismo trayecto, siempre los mismos compañeros de trabajo, siempre los mismos días, siempre el mismo calendario festivo y siempre como la inmensa mayoría del resto de personas por lo que siempre las mismas colas y atascos.
En el campo, puedes buscarte los euros con trabajos más puntuales, variables y a tu medida.
El resto son faenas.
Faenas muy distintas entre sí.
Que te conectan con la naturaleza puesto que tienen que ver con las estaciones y sus cambios. Con la luna y sus diferentes fases.
Faenas que haces sólo o en compañía de alguien que va variando según la faena. A veces son jornadas con un grupo de gente con la que practicas la ayuda mutua, otras es con un vecino…
Siempre es diferente.
El ritmo es sin prisa pero sin pausa. Y de vez en cuando, cuando quieres, descansos.
!Nada que ver!
EJEMPLOS INSPIRADORES DE VIDA SALUDABLE, RESPETO MEDIO AMBIENTE, CULTURA Y TRADICIONES
1. Calentarse con leña
La leña te calienta desde el principio hasta el final.
Cuando la vas a recoger, cortar y apilar.
Cuando la tienes que entrar en casa.
Cuando enciendes la estufa de leña.
Y cuando escampas la ceniza en los frutales o el huerto.
2. Tareas cambiantes según las estaciones
Tienes faena todo el año, pero nunca es la misma. Y como tiene que ver con los ritmos de las estaciones, estás en constante y permanente contacto con la naturaleza. Plenamente consciente de ella.
3. El influjo de la luna
Trabajar, cuando se puede, con el lunario es importante para que si vas a buscar cañas para el huerto éstas te duren más años, si recoges las patatas, los ajos, los tomates de colgar o las cebollas se te conserven bien hasta la próxima cosecha anual, si desbrozas, la hierba crezca más tarde, etc, etc, etc.
Lo cual nos hace ser más conscientes de en qué fase lunar vivimos.
4. Faenar en el exterior
El sol, el aire, los pájaros, la llovizna, el olor a tierra, los distintos sonidos de animales, los diferentes colores según la estación… todo ello es lo que nos acompaña mientras faenamos.
5. Faenas dentro de casa
Cuando llueve se aprovecha para hacer cosas dentro de casa.
Y cuando toca, se hacen conservas, se arregla algo que se ha estropeado o lo que sea.
6. Generar lo que necesitamos
Alimentos, leña, jabón para el cuerpo, la lavadora y la cocina, ropa, construcciones para guardar animales, herramientas, aperos, leña, paja, etc..
7. Aprovechamiento de recursos
Recogida de agua, reciclaje de aguas grises, placas solares, estiércol, ceniza para la tierra y para hacer lejía, aceite usado para hacer jabones (excepto el de pescado que no hay que mezclarlo con el otro), cartón y papel, ir a la fuente a por agua para beber y cocinar (!si no se ha secado, claro!), etc...
DENUNCIA AL ESTADO
Toda la legislación está pensada para entorpecer e imposibilitar dedicarse profesionalmente al campo.
En mí caso, no es la opción que me interesa.
Como con la música, prefiero dejar estas actividades fuera de mi dependencia económica.
Pero es que actualmente, cada vez hay más leyes que prohíben llevar a cabo cualquier actividad necesaria para el intento de acercamiento a lo que sería una vida autosuficiente:
desde tener tu propio gallinero o calentarte con leña, hasta quemar tus restos de poda y limpieza de bosque o acumular estiercol.
Un autentico atentado a este tipo de vida, que obviamente no les interesa que sea una opción.
Razón de más para llevarla a cabo.
HILO CONDUCTOR GENERACIONES MÁS JÓVENES Y VIDA RURAL
!!!El máximo problema que veo es que el hilo debe ser físico, no virtual!!!
Hay que sumarse a todas aquellas iniciativas que promuevan la intergeneracionalidad tan poco frecuente y sin embargo, absolutamente necesaria.
O crear ese tipo de iniciativas.
CONCLUSIÓN
!!!Salud, alegría, disciplina, seriedad, amor y compromiso con nuestra propia libertad de acción y decisión.!!!
!Que no nos roben la vida mientras estemos vivos!
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