Los jóvenes de hoy en día (1ª parte)

Publicado el 1 de junio de 2024, 12:12

Por Antonio de Murcia

Tiempo estimado de lectura: 15 min

 

¿Habrá frase más viejuna que esta del título? Porque reflexionar sobre la juventud es, en toda época, cosa de gente vieja, bien en forma de lamentos por su pérdida:

Como el egipcio Claudiano: «¡Ay, escurridiza edad de tiernas costumbres!».

Como el romano Ovidio: «También nosotros florecimos, pero aquella flor era efímera; un breve fuego de estopa fue el nuestro».

Como el inglés William Langland: «¡Ay de mí, que en mi juventud llevé una vida estéril!».

 

O bien en forma de admoniciones de los viejos a los jóvenes, a los cuales juzgan culpables del fin del mundo de sus mayores, o quizá es que simplemente se sienten ofendidos por su vitalidad:

«Estos jóvenes a los que el cuidado de su cutis les preocupa más de lo debido» (dice Horacio, el cual asimismo retrata a un joven «blando como la cera para amoldarse al vicio, hosco con los que le aconsejan»).

«Es un defecto de los jóvenes no poder contener sus impulsos» (apostilla Séneca).

«El joven debe ser modesto» (declara Plauto).

 

Muy sesudamente, Aristóteles se explaya en el Libro II de su Retórica: los jóvenes «son de la condición de hacer cuanto desean, … pero también son volubles y prontos en hartarse de sus deseos». Más afable se muestra al decir que «…no soportan que se les desprecie, sino que se indignan si piensan que se les trata con injusticia». Y exhibe simpatía al desgranar sus virtudes (y los fundamentos de éstas): bondadosos, crédulos, optimistas, esperanzados, confiados, valerosos, vergonzosos, magnánimos, compasivos y «más amigos y mejores compañeros que los de otras edades». Cualidades atemperadas por algunos defectillos: vehementes, excesivos, injustos (por su desmesura, no por maldad), exentos de malicia, fáciles de engañar, y «creen que lo saben todo y son obstinados en sus afirmaciones». Por último, los declara amigos de la risa y de las bromas, pero yo no sé si a modo de alabanza o de reproche.

 

La verdad es que, si los jóvenes creen que lo saben todo, los viejos lo creen más. En eso, jóvenes y viejos, iguales: mucha cabeza y poco seso.

 

A mí me parece que un rasgo primordial de ser joven es ignorar que se lo es. En la mocedad el tiempo parece dilatado y el futuro es largo, por lo que es fácil postergar las cavilaciones sobre la vejez o la muerte. Pero también me parece que esa bendita ignorancia se ha quebrantado mucho. Recuerdo el impacto que me produjo, allá por los finales del año 1982, una exposición itinerante por las ciudades del país realizada con fondos públicos. Se trataba de la recreación a tamaño natural de la estética del cuarto de un joven según la década de su mocedad, los años 40, 50, 60, 70… y 80. Cada una de las habitaciones decorada con sus rasgos tópicos distintivos: en vestidos, peinados, adornos, pósteres, iconos musicales, tonos de color y muebles. ¡Y allí estaba también la imaginería de los que habíamos de ser jóvenes ochenteros! No describo cómo eran los elementos que componían este cuadro porque más o menos todo el mundo tiene la imagen mil veces repetida desde entonces: el diseño, la permanente, el negro, los colorines, la movida… ¡con ocho años de antelación! A mí me ofendía que me hicieran saber que “era joven” y además que se proyectara cómo había de ser. Era una forma de hacernos viejos de golpe, condenados a hacer lo que ya estaba planeado. Éramos nosotros los diseñados. Luego el experimento se reprodujo aceleradamente y la clasificación cundió: generación X, Y, Z, Alfa… Ahora todos los jóvenes van sabiendo que son jóvenes, clasificados en su categoría juvenil particular.

 

También a nosotros nos engañaron entonces. Nos creíamos libres porque no sabíamos que estábamos cumpliendo lo mandado. Y así, por ejemplo, nos tragamos toda clase de cuentos: el rock, la píldora, las drogas, el sexo libre, el conflicto generacional, la contracultura, el situacionismo, los indios metropolitanos, Beauvoir, su marido, Kinsey, Marcuse, Foucault, y muchas estafas más.

 

La psique de los jóvenes de todas las épocas es víctima, como barro moldeable, de la influencia cultural dominante. En ese periodo de formación es difícil librarse del condicionamiento. En todo tiempo, las clases dominantes han dominado la cultura, las ideas y las conciencias. Bajo el capitalismo, la dinámica del negocio y del dinero, su Leviatán desatado, junto con el control social en esta hora de la mayor concentración de poder de la historia, trabajan juntos para asegurar que la muchachada reproduzca el statu quo. En su evolución actual, la concentración tremebunda de Capital y recursos traza las directrices en todos los aspectos de la vida de los jóvenes. Y por si no es suficiente, se utiliza alguna guerra para diezmarlos, convertidos en carne de matadero como las generaciones del s. XX. La guerra, y la omnipresente publicidad de la guerra, es un método predilecto para someter. Ante la horrorosa perspectiva de la destrucción, las tumbas y los lisiados, sin duda se explica el tierno amor por una conformista mansa esclavitud.

 

Analizar el estado actual de los jóvenes resulta deprimente (ya “hablar de jóvenes” es deprimente, como lo es también analizar a los jóvenes de antes, cuando éramos jóvenes los que ahora hablamos de los jóvenes). Se hace ocioso describir las innumerables plagas, que todo el mundo puede ver, que cunden entre los jóvenes, aireadas por todas partes y convertidas en lugar común, que por otra parte son lacras de toda la sociedad. Si una sociedad está enferma, cansada y estresada ¿qué podemos esperar de los niños y jóvenes que en ella se crían?

 

Entre los fenómenos graves que más se pregonan están los datos en aumento de la mala salud general en edades tempranas: alergias, intolerancias alimentarias, merma de fertilidad, etc. en asociación con una mala alimentación y hábitos nocivos. En el terreno mental se cuenta el estrés, el agotamiento, la ansiedad, la depresión, las adicciones. Todo ello aderezado con medicación cada vez más temprana.

 

Las causas se localizan en un sistema educativo aplastante, ideológico de la peor especie. En los Centros las criaturas padecen un currículo inflado que no puede menos que parecerles un disparate, con sus horrorosos textos y su absurdo enfoque de las materias, con el que apenas algunos consiguen aprender a leer y escribir y mucho menos desarrollar “espíritu crítico”.

 

Por su parte, la familia, con sus variados integrantes que aportaban a la vez diversidad y pertenencia, vegeta en vías de extinción. (No así el matrimonio, como atestigua el elevado número de divorcios y el afán con el que gais y lesbianas lo demandaron). Con progenitores cada vez más tardíos, ya hasta escasean los abuelos. Sin embargo, sí va en ascenso la sobreprotección y la irresponsabilidad consentida.

 

A nivel social, ya es evidente que el futuro se presenta incierto, deprimente y competitivo, pues los buenos trabajos son pocos y los salarios de miseria. La fe en el futuro, que tanto proliferaba hace unos años, ha desaparecido. Las expectativas de los desposeídos ya no son vivir como vivían los padres; se aspira, a lo más, a hacer algunas cosas de las que hacían ellos: ir a conciertos, viajar, salir de bares… Una frustración que naturalmente abre las puertas al universo del entretenimiento que los asalta a cada paso, en todo momento.

 

Con este contexto de calamidades, la conducta se caracteriza por aberraciones que vienen de lejos, pero progresivamente agravadas: incapacidad para concentrarse, actitud cerrada y negativa, intolerancia a la frustración, huida de los desafíos, pasividad, aislamiento, y en suma incapacidad para discurrir, debatir o rebelarse. En el colectivo universitario, relativamente privilegiado, todo es aceptado sin rechistar, bien porque se sienten impotentes para luchar por cambiar algo, bien porque ni siquiera perciben aquello que les daña.

 

Un cúmulo de males compuesto de miedo al futuro, desconexión frente al impulso de acción, zonas de confort, distracciones digitales, agotamiento y ruido mental por exceso de estímulos, no puede resultar más que en una pérdida de vitalidad, en conformismo y en desmovilización. Abdicar de la rebeldía y someterse indica depresión y miedo.

 

Trágico ¿no? El panorama se dibuja catastrófico. Pues no tanto. Un par de jóvenes (ella y él) que yo conozco (ellos no se conocen) son un crisol de cualidades. Ella es empática, leal, curiosa, tranquila, participativa, reflexiva y abierta; posee gran capacidad y alta sensibilidad. Él es espontáneo, natural, inocente, inteligente y buen comunicador; manifiesta mucha vitalidad y potencia. Ambos son de presencia grata y son, en el buen sentido de la palabra, buenas personas. Casualmente, o quizá no tanto, ambos han crecido en un medio ambiente familiar de tolerancia, apoyo, libertad y cariño; con padres modestos y aficionados a trabajar con las manos. Ambos identifican en la familia las fuentes de su vitalidad.

 

Con el panorama socioeducativo vigente estos dos parecen casi un milagro. Yo creo que con estos dos bastaría para una revolución, al menos para una revuelta; pero, por si acaso ¿será posible que haya en alguna parte algunos más como ellos? Jóvenes valientes y sabios que trabajan, luchan, aman y ríen, jóvenes libres. Para mí que sí, que así son muchos, sinnúmero.

 

En la misma RI, tan rebelde, la media de edad es digamos elevada. Y lo mismo pasa desde hace años en todas las movilizaciones contra el Poder, incluida la contestación a la plandemia. Yo querría tener una buena propuesta operativa para sacar a los jóvenes de su parálisis, pero no la tengo, lo siento. (Eso sí, haría mía la que alguien lanzase). ¿Hace falta una catástrofe de sufrimiento para moverse? ¿Sin una crisis trágica no hay despertar? ¿No es suficiente acicate luchar por una vida digna de ser vivida? Sobran los motivos, pero los obstáculos son enormes, difícil removerlos. A esta degradación hemos consentido que nos arrastre el Poder.

 

Bajo este Estado tecnológico burocrático que padecemos se hace impropio distinguir entre Capital y Política (que sería como tratar de diferenciar los ejecutivos del Poder de los de Empresa). El Capitalismo es Uno desde Londres al Japón, es mundial, mientras que los Estados portan una faz nacional, pero hasta en esto han llegado a confluir. Pues así como el Capital aparece troceado en “naciones” (o sea grupos, corporaciones y fondos), los Estados se aúnan en organismos imperiales. En los dos campos a veces las partes se embisten unas con otras, pero ambos a una aspiran al Reino de los Mil años, o sea al Dominio definitivo. Eso, claro, si las generaciones nuevas no lo impiden. Tarea descomunal, sin duda, pero, en fin, mientras haya jóvenes todo es posible. Ellos dirán, con sus palabras y a su manera, por más que ahora estén muy callados.

 

Un Tema interminable como este es mejor terminarlo pronto; y no sólo por hacerlo corto y no cansar (tampoco es que sepa mucho qué más decir), sino por hacer sitio a escuchar. Y eso es lo que significa lo de ‘Parte 1’ que va en el título: una invitación a cuestionar lo dicho hasta aquí. Esta modesta ventana está abierta a atender la voz de jóvenes, de cualquier edad, que demanden hablar por su herida.



Antonio de Murcia, 28 MAYO ‘24.

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