El Cantón Murciano (y III)

Publicado el 1 de junio de 2023, 6:50

Por Antonio de Murcia

De ayer a hoy

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¿Una revolución hoy?

 

Pero es tanto lo que ha cambiado nuestro mundo, tanta la diferencia entre aquellas condiciones y las actuales que parece cosa de locos pensar en otra rebelión inspirada en aquella. Así es. El minifundio y la ganadería a pequeña escala ya no tienen relevancia económica, y aquellas gentes dignas y orgullosas de crear el sustento con la labor de sus manos ya no están. El nivel tecnológico es otro y otro el grado de consumo[1]. La pobreza no es ya un factor de unión y hermandad frente a los poderosos. Las catástrofes y las epidemias ya no las afronta la fraternidad del pueblo, sino que se clama la salvación al Estado. El poder del Estado se ha multiplicado, extendido y profundizado a ámbitos inimaginables entonces, así que el carácter de la opresión y los motivos de una rebelión han cambiado. La expansión del Estado no se concibe como opresión y fuente de males, sino como fuente de bienes y protección. Pero lo fundamental es que los herederos de aquel pueblo levantisco fueron arrasados por el desarrollo de la modernidad y del progreso y terminaron de morir hace ocho lustros. Y con ellos desaparecidos, languidecen sus costumbres, su música, sus juegos, sus instituciones y su modo de ser. Las leyes, con antigüedad de siglos, que regulaban la preservación de la huerta y las labores comunes de mantenimiento de la infraestructura hidráulica, duermen en el limbo, sustituidas como han sido por las destructivas leyes estatales y municipales. Las Juntas de Hacendados miran para otro lado, cuando no colaboran, en la destrucción de la huerta. El Consejo de Hombres Buenos, elevado hace años a patrimonio inmaterial de la humanidad, sólo ventila minucias… Y los Juntamentos, antaño escuela de elocuencia, honradez, hermandad y razón común bajo las grandes higueras, son teatro si acaso para dirimir mezquinos intereses privados.

 

Y así el mundo de hoy es diferente en todo y por todo de aquel al que se enfrentaron aquellos murcianos. En particular, es mucho más “mundial”. Es bien visible la acelerada concentración de poder en pocas manos, en foros reducidos, que afecta al mundo entero. Si pasma el grado de concentración del Capital a escala inaudita, no asombra menos el grado de control sobre todos los aspectos de la vida política universal: sobre la información (incluida la Red, aquella famosa malla igualitaria), sobre la cultura y el pensamiento, y las universidades, y los recursos naturales, y la justicia, y hasta la alimentación, la salud y el clima… Y en el afán de alcanzar un imperio total que dure al menos unos mil años no sólo se acomete la jibarización de los Estados, sino que se procura la máxima desarticulación de sus sociedades por los medios más diversos: censura, empleo de la falsedad como método, supresión de libertades, trata moderna de esclavos, sustitución racial, regulación de lo privado, desprecio y destrucción de las tradiciones populares, siembra general de desánimo, de miedo, de conflictos interpersonales y de confusión… En fin, el deterioro de lo humano como requisito de la dominación total.

 

Siendo pues las condiciones tan distintas, ¿a qué viene entonces volver sobre aquel trance tan lejano, tan ajeno a la vida de hoy, por más que su recuerdo revista todos los signos de una hazaña asombrosa y tremenda?

 

 

Larga sed de independencia

 

El Estado español de las Autonomías es —puede decirse sin incurrir en pecado mortal— un estado cuasi federal[2]. Y si se mantiene y aumenta la tendencia centrífuga actual puede muy bien convertirse, a plazo corto, en una confederación de estados, en una república confederal. No es nada descartable esto, teniendo en cuenta que en pro de ese resultado y sosteniendo esa deriva operan dos grandes grupos de fuerza, a escalas diferentes. En el interior, los intereses de partidos y organizaciones nacionalistas y la parte “identitaria” de las demás ideologías y partidos políticos. En el mundo, los designios de las corporaciones globalistas[3] que trabajan por la superación de un mundo organizado hasta ahora en base a un pelotón de Estados relativamente independientes —al menos jurídicamente— y la formación de un supra-estado en Occidente y todos sus dominios con poderes inéditos en extensión y profundidad. La simbiosis de ambas corrientes de fuerzas se produce cuando el globalismo premia con su apoyo (financiación, laboratorios de ideas, diseño de leyes y líneas de acción) a toda organización que debilite a los poderes estatales a superar, que quebrante cualquier resistencia social y se preste a integrar (y diluirse) en grandes conglomerados supranacionales.

 

Pues bien, si tal es la tendencia, en tal contexto político fragmentado por abajo y centralizado en lo alto, Murcia presenta su candidatura a nación independiente con tanto derecho como la que más… pero con más pureza. Pues sí, en efecto: Murcia no tiene partidos nacionalistas que exploten para su beneficio ningún sentimiento patriótico a la vez que se pliegan a intereses foráneos. Tampoco hay símbolos: en ningún balcón de ninguna casa se exhibe la bandera regional, que nadie conoce, ni en los estadios se luce, se vende o se porta. Y así, siendo la independencia de Murcia reivindicada de la nada, no puede ser construida más que desde abajo, por el pueblo, como resultado de las circunstancias, digamos que por necesidad impuesta por el contexto actual.

 

Sin embargo, créditos no faltan. Esta es una región vieja dentro de la vieja Europa, y hasta homínidos vivieron aquí hace un millón de años. Desde entonces acá muchas razas han dejado su huella aquí. Los neandertales de hace ciento cincuenta mil años, y los sapiens. Los argáricos, hace unos cuatro mil, construyeron en su centro, en el término de Totana, una de las más grandes ciudades de su tiempo en el continente, quizás capital de su “imperio”. Luego, los llamados iberos, con injertos fenicios, griegos y cartagineses. Los romanos, tras quinientos años de presencia en Iberia, establecieron en Carthago Nova la capital de la nueva provincia hispánica Cartaginensis que incluía Valencia, La Mancha y buena parte de las Castillas hasta León.

 

Derrumbado el Imperio de Occidente, por aquí pasaron (sin detenerse mucho) alanos, vándalos y suevos, camino del norte de África. Los bizantinos recuperaron contra los visigodos buena parte del sur de Hispania hasta Portugal, durante casi un siglo; a esta provincia bizantina se llamó Spania y de nuevo su capital fue Carthago Spartaria. Otra vez en su poder, los visigodos la convirtieron en una especie de región militar, en prevención de nuevas invasiones desde el mar. La conquista musulmana hizo de ella una provincia semi-autónoma (la Cora de Tudmir), con su gobierno visigodo en régimen de vasallaje.

 

A mediados del siglo XI, con la crisis del Califato, se constituyó en reino taifa independiente, que en el siguiente siglo alcanzó su máximo poderío durante la vida de Ibn Mardanís, el insigne Rey Lobo, y dominó todo el Al-Ándalus oriental y, al norte, hasta Albarracín y Valencia. En este periodo, la riqueza (basada en la agricultura) floreció en Murcia, su cerámica se popularizó en las repúblicas italianas y su moneda fue referencia en toda Europa. Así que no tiene nada de extraño que tras las conquistas castellana y aragonesa en el siglo XIII se instaurara el Reino de Murcia, con sus instituciones propias, bajo la corona de Castilla. El reino de Murcia pervivió durante siete siglos hasta la desaparición de los reinos con la división provincial de 1833.

 

Pero ¿tiene sentido reivindicar un reino hoy, en la hora actual, por mucho abolengo que exhiba? ¡Allá los reinos! En este mundo de Poder Instituido todos somos iguales ante la Ley, sí, la ley del Soberano, es decir, todos igualmente siervos. Lo que yo digo es que las gentes de Murcia pueden, si quieren y se presenta la ocasión, declarar Murcia territorio soberano para construir un territorio libre de poderes inicuos sobre sus gentes. Esta sí sería una honrada corona intangible.

 

 

¿Y ahora?

 

Si las invasiones musulmanas trajeron gentes de mil pelajes (árabes, bereberes, sirios, almorávides, etc.), las conquistas cristianas (con los sucesivos repartimientos de tierras y bienes para los vencedores) aportaron la llegada desde todas las regiones (castellanos, leoneses, gallegos, navarros, vascos, aragoneses, catalanes…) y aún de más allá de los Pirineos. Si añadimos la presencia de estirpes dispersas como los judíos y los gitanos y sumamos la reciente llegada, por invitación, de magrebíes, subsaharianos, hispanoamericanos… tenemos una perfecta imagen de lo murciano: un crisol.

 

En resumen y a tenor de lo visto, ha sido Murcia tierra de aluvión mucho más que otras, tierra de mil leches, y espero que todavía (ojalá) de mala leche. Las raíces de los pueblos se transmiten y se heredan de mil maneras ignotas.

 

No son malos estos antecedentes ni malas raíces las nuestras para constituir un territorio libre de la nueva esclavitud que se cierne sobre los pueblos. Frente a un eventual gobierno mundial totalitario, la Región de Murcia, hasta hace poco Reino, tiene patentes para declararse territorio libre auto-organizado en defensa de la libertad de su pueblo y de su bienestar. Único medio de poner freno al poder transnacional y defender unos medios de vida independientes, y a su economía local, en su modesta escala, y el trabajo y la dignidad de sus gentes.

 

Si algo nos enseña la vida del cantón, si alguna lección —modesta pero imprescindible—que nos sirva para hoy podemos sacar de allí, es la de que las posibilidades una revolución deben nutrirse de independencia económica, trabajo con las manos —al menos de forma parcial— y práctica de la razón común con los iguales.

 

No soy quién para imaginar otro mundo, un mundo futuro; ese otro mundo han de vivirlo y construirlo otras gentes. Y menos para hacer ensayo de política-ficción imaginando cómo habría sido el devenir del Cantón de haber triunfado. Pero sí estoy persuadido de que, por tradición y como fuerza popular que era, la política del Cantón iría encaminada a vedar que la riqueza individual se convirtiese en poder, a impedir que una minoría poderhabiente detentase los medios de coerción y a garantizar que todos los individuos tuvieran los medios de subsistencia suficientes como para no verse obligados a someterse a otro: así es como el común va a favor y no en contra de la libertad individual.

 

Nosotros, los de hoy, somos la razón por la que aquellos honrados murcianos del Cantón desencadenaron sus luchas. Nos legaron el ejemplo de que el miedo puede superarse. De que el honor se expresa en la voluntad y en el coraje para la acción en pro de la soberanía individual y colectiva. De que la libertad es la condición que nos hace humanos.

Y si es mentira que sea.

 

Antonio de Murcia, marzo 2023.

 

 

[1] Y no es que aquellas gentes fueran míseras, no. Disponer de una tierra tan rica y de una naturaleza tan venturosa hacía posible un relativo buen pasar, trabajando mucho. El agravio estaba en las gabelas, cargas y fiscos que se detraían para engorde de los poderosos, bien orondos a la vista de todos. Y, de todo el tropel de pagamentas, las más eran del Estado y para el Estado, principal saqueador antes que los potentados, pues los arriendos y medieras para los grandes propietarios de tierras, muchos de ellos absentistas en Madrid, eran lo menos, y en especie buena parte, ya que databan de varios siglos atrás. El conjunto de todo ello era la percepción de una región explotada, agraviada y despreciada por los jerarcas de Madrid y sus análogos locales.

[2] Y líbrenme los dioses de asimilar el movimiento cantonal con el engendro del Estado de las Autonomías actual, que no es más que una hipertrofia del Estado Central, con poderes más minuciosamente destructivos, en base a la entrega de la soberanía personal en manos de las élites de los partidos políticos.

[3] Que son algunos Estados poderosos, articulados en la alianza militar OTAN, junto con conglomerados financieros, super-empresas de ámbito mundial, corporaciones médico-farmacéuticas, y entidades políticas supra-nacionales. Todos cooperan en pro de la máxima concentración de recursos y de poder en Occidente, en el empeño de alcanzar la hegemonía mundial.

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