Habla el río

Publicado el 1 de junio de 2024, 12:14

Por Antonio de Murcia

Tiempo estimado de lectura: 15 min

 

Yo,

el Río Segura,

al que los romanos llamaron Tháder y los árabes Wada al-Abyad, o río Blanco, no soy un río como cualquier río.

 

Lo primero es que, donde nazco, ya nazco grande, como de dos brazos de ancho. No soy como tantos ríos, que empiezan en la cumbre de las montañas en forma de hilillos de nieve derretida que se van juntando de dos en dos y de tres en tres hasta formar un regato y luego un arroyo y por fin ya río.

 

Y lo segundo es que yo no vengo de arriba sino que surjo de abajo, de lo hondo de la tierra. Broto de dentro de una sima de roca que forma como un pozo profundo, asciendo hasta la superficie, desbordo los bordes de piedra y ya empiezo a correr, desde mi principio, impetuoso y fuerte. Ese lugar se llama Fuente Segura y está en la Sierra de Segura, cerca de Pontones, en la provincia de Jaén.

 

Mas como todos los ríos porto el agua, excavo los valles y acarreo las tierras. Conque yo, supremo en esto como mis primos Turia y Nilo y otros, he traído toda la tierra de las comarcas bajas de la región de Murcia: esta tierra que es la mejor del mundo porque la he molido de las rocas de los volcanes que formaron esta región en los primeros tiempos. Con las lluvias fuertes, mezclo en mis aguas turbias la arcilla y la arena de las rocas en la proporción perfecta, que da la mayor fertilidad. Esta mezcla perfecta, que se llama limo, la deposito en los suelos cuando me remanso y me ensancho en la llanura de la huerta. Y así toda la tierra que hay entre costera y costera, entre Monteagudo y Los Garres, entre Santomera y Zeneta, toda la he traído yo, porque toda la huerta es mi cauce de río primitivo y de avenidas y riadas: 14 kilómetros de ancho, entre la Cresta del Gallo y el Castillo de Monteagudo.

 

Paso por cuatro provincias, que son Jaén, Albacete, Murcia y Alicante, y como soy un río bastante largo, mido 325 kilómetros, recojo el agua de muchas sierras. Se juntan conmigo varios ríos que son mis afluentes: en mi curso alto, el Taibilla, el Tus, el Mundo y otros; más abajo, el Argos, el Quípar y el Mula; y ya en el curso bajo, el Guadalentín o Reguerón. Así, todas las aguas de mi cuenca vienen a mí, temprano o tarde, y juntas en mí pasan todas por este valle de Murcia.

 

Atravieso muchas comarcas, diferentes unas de las otras. Así que a veces corro rápido y turbulento por barrancos y cañones en los trechos inclinados, y luego lento y tranquilo en las vegas casi planas, donde dibujo curvas y meandros.

 

A lo largo de todo mi camino multitud de embalses me remansan y retienen, a mis afluentes o a mí. Estos pantanos son obra de mis hijos los murcianos que con ellas pueden juntar el agua para los riegos, o tomar el agua para beber las poblaciones, o prevenir que me desmande cuando llueve mucho y a la vez. Porque es verdad que mis hijos y mis hijas me temen, y con razón, cuando rujo fiero como un río que se pone de pie y amenazo con llevarme conmigo cultivos y vidas. De estos pantanos o embalses o presas hay unos treinta, y algunos famosos se llaman Cenajo, Fuensanta, Camarillas, La Cierva o Santomera.

 

Pero, sea como sea, llego en fin con buen agua al Azud de Murcia, o Contraparada, que está pocos kilómetros más arriba de Murcia, en Javalí Nuevo, en la linde de la Vega Media. Ésta es una represa antigua, árabe desde luego, quizá romana antes, que remansa mis aguas, las muchigua y las remonta hasta que pueden salir, abriendo las compuertas, por dos acequias, una a cada lado de mi curso. Estas acequias son como unas venas que salen de mi cuerpo; y son muy importantes porque ellas conducen el agua para repartirla lejos de mi cuerpo y regar cada palmo de toda la huerta murciana, y por eso se llaman Acequias Mayores. La que sale por la margen izquierda se llama acequia Aljufía (que significa ‘norte’), y la que sale por la margen derecha, acequia Alquibla (que significa ‘mediodía’).

 

La acequia mayor Aljufía tiene 27 kilómetros y va cambiando su nombre conforme va huerta abajo, y se va llamando Canalao, y luego Benitúcer, y Benifiar y Benizá, según discurre hacia pueblos como Javalí Viejo, Guadalupe de Maciascoque, La Ñora, La Albatalía, La Arboreja, Puente Tocinos, Llano de Brujas y Santa Cruz.

 

La acequia mayor Alquibla tiene 22 kilómetros y medio y también va cambiando de nombre según recorre la huerta, y así se llama Barreras, y Alfande, y Benicotó, y Benicomay, y lleva agua hacia los huertos de pueblos como Javalí Nuevo, Alcantarilla, Era Alta y Aljucer; San Benito y Los Dolores; y Beniaján, Torreagüera y Alquerías.

 

De estas Acequias Mayores salen otras, llamadas acequias menores, que reparten el agua por todos los terrenos de la huerta. Estas acequias menores son unas cuarenta, con su nombre cada una. En mi margen izquierda, al norte, salen de la Aljufía las acequias Regaliciar, Alfatego, Churra la Vieja y la Nueva, Beniscornia, Bendamé y Genolés, Arboleja, Nácar, Caravija, Belchí, Zaraíche, Casteliche, Aljada, Raal Nuevo y Raal Viejo, Pitarque, Rueda de la Ñora, Nelva, San Antón y Santa Cruz; para el riego de los heredamientos en los pueblos de Espinardo, Churra, Monteagudo, Cabezo de Torres, Rincón de Beniscornia, La Flota, Santiago y Zaraiche, El Esparragal, Santomera, Cobatillas y El Siscar.

 

En mi margen derecha, al sur, toman de la Alquibla las acequias Dava, Turbedal, Santarén, Benialé, Menjalaco, Benabía, Alfox o Puxmarina, Albalate, Almohájar, Condomina, Beniaján, Albadel, La Herrera, Gabaldón, Alhoraiba, Alguazas, Junco y Rumía, Alharilla y Beniazor, Villanueva, Parras, Azarbe de Beniel, Carcanox, Zeneta y Batán; para riego de los heredamientos de Puebla de Soto, Nonduermas, El Palmar, La Alberca, La Raya, Rincón de Seca, Puente Tocinos y La Herrera; y Algezares, Los Garres, Casas de Saavedra, Patiño, Santiago el Mayor, Beniel y Zeneta.

 

El agua de las acequias se va en los distintos brazales que salen de ella, que son los canales que acercan el agua a los bancales. En los partiores el agua del brazal se reparte en canales más pequeños, que se llaman regaeras; y las regaeras la dejan el agua a la misma puerta de los bancales o tablas, donde se extiende y se filtra ya por fin en la tierra para llegar a las raíces de árboles y hortalizas.

 

Pues así se riega toda la tierra de la huerta de Murcia, que son 40 kilómetros de largo, por la sola fuerza de la gravedad, pues el agua va corriendo despacio sin que nadie la empuje o la pueda frenar. Salvo que hay algunas tierras levantadas por encima del nivel de los cauces, las cuales entonces reciben el agua elevada por aceñas y norias, las cuales trabajan por la fuerza del agua de abajo corriendo.

 

Con acequias, brazales y regaeras mis hijos huertanos llevan mi agua a sus tierras y las hacen ricas. Pero el agua sobrante de riegos, lluvias y riadas tiene que tener su salida porque el exceso de agua seca las raíces de los cultivos. Hijuelas y escorreores avenan los terrenos recogiendo el agua sobrante del bancal. Escorreores de varios bancales se juntan en azarbetas y éstas van al azarbe menor que desagua en el Azarbe Mayor, de los cuales hay dos, uno al norte de mí y el otro al mediodía. Y viniendo a mí con su caudal algunos azarbes trabajan como cauces de riego antes de volverme las aguas. Así es como las aguas muertas sobrantes se conducen y vierten de nuevo a mi cauce, muchas leguas abajo de la toma del Azud, para que yo las lleve de nuevo río abajo, a otras tomas de acequias que la extenderán de nuevo en las tierras de la vega baja.

 

Cumplidos estos trabajos, dejando ricos en cosechas a mis hijos y a mis hijas, sigo bajando lento y cansado, humilde y orgulloso. Entro en la provincia de Alicante y desemboco en Guardamar, entre dunas, y vuelvo al seno de mi madre, la mar, madre de todos los ríos.

 

Antonio de Murcia

 

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