Editorial 13 - El trabajo ha de ser libre, ni esclavo ni asalariado

Publicado el 1 de abril de 2024, 5:00

Por Félix Rodrigo Mora

Tiempo estimado de lectura: 18 min

 

Lo primordial del salariado es la falta de libertad del trabajador en el quehacer productivo, no la explotación. Esta existe, y es importante, pero como consecuencia de la ausencia de libertad en que tiene lugar dicho quehacer. En éste, en sí mismo, no hay diferencias entre el trabajador asalariado y el trabajador esclavo, pues ambos han de cumplir órdenes, hacer lo que les mandan, no pensar, no tomar decisiones, no tener voluntad propia, padecer las humillaciones y agresiones de los amos y sus sicarios. Es decir, ambos tienen que negarse a sí mismos como seres humanos al trabajar. Tanto, que incluso Aristóteles concibe el salariado y el esclavismo como dos manifestaciones de la actividad productiva no libre.

 

En los últimos treinta años la terrible naturaleza del trabajo asalariado se ha venido agravando. La actual empresa multinacional capitalista, cuasi fusionada con el Estado/Estados, posee un régimen laboral en empeoramiento permanente con cuatro características:

1) los salarios reales están a la baja y, a menudo, también los salarios nominales,

2) el tiempo de trabajo crece año tras año,

3) cada vez más se aplica en las empresas tecnologías de dominación, que han sustituido casi del todo a las fomentadoras de la productividad,

4) se multiplica el maltrato sádico, el control absoluto y las exigencias brutales al asalariado, a la vez que aumentan los ritmos del trabajo, así como la monotonía, simplificación y destructividad psíquica y física.

 

Esto significa que si hace unos pocos decenios la vida laboral era, de media, unos 45-50 años, ahora ha quedado reducida a 25-30, pues en ese periodo el asalariado queda exhausto, consumido, degradado a desecho humano enfermo y desfalleciente. Así pues, el capitalismo actual devora, aniquila, al trabajador a una velocidad que es casi el doble de la hace unos decenios.

 

Tales son las consecuencias de haberse constituido y consolidado el conocido como “infierno de la producción asalariada”.

 

En el presente, el trabajo es una pesadilla cotidiana, cada vez más letal, para miles de millones de personas en todo el mundo. Un quehacer forzoso, deshumanizado, pavoroso, que enferma y mata, literalmente, al asalariado. La depresión, el derrumbe anímico y los suicidios por motivos laborales están a la orden del día, así como los infartos, ictus, anginas de pecho, cánceres y otras enfermedades. Se está multiplicando el consumo de drogas, “ilegales” y psicofármacos, así como de alcohol y tabaco, para sofocar la ansiedad, agobio y desesperación que originan la opresión cruel y el inhumano vandalismo de directivos, patronos, jefes y demás agentes del capitalismo en la gran empresa.

 

Los jóvenes que salen de la universidad, cuando encuentran trabajo no están preparados para lo que se les viene encima. Autoritarismo feroz, falta de respeto, irracionalidad del acto laboral en sí, exigencia de sometimiento absoluto a las órdenes, broncas permanentes, conatos de agresiones físicas (a veces, más que conatos…) a cargo del servicio de seguridad, asaltos sexuales impunes, aplicación de nuevas tecnologías de control y nadificación cada vez más destructivas, etc., lo que lleva a bastantes de aquéllos al colapso psíquico. No pueden dormir, precisando de somníferos, no logran mantenerse serenos y equilibrados, siéndoles necesarios los tranquilizantes, se sienten asfixiados por una densa niebla mental de negror y desolación, de modo que buscan los antidepresivos….

 

Igual o peor es la suerte de los jóvenes que han hecho formación profesional, o que han abandonado los estudios. Estos, que forman la base de la masa laboral, son los peor tratados, los que padecen lo más aniquilador del sistema laboral salarial neoesclavista.

 

La desesperación vital, el espanto colosal y el dolor psíquico extremo que ocasiona el trabajo asalariado del sistema capitalista actual es una de las causas más importantes de que el suicidio sea la principal causa de muerte entre los jóvenes. Y, también, es causa esencial de que nuestro país sea el de mayor consumo de psicofármacos por persona de todo el mundo.

 

La cosa ya es tan grave en todos los países que un profesor-funcionario, J. Pfeffer, ha publicado un libro que reconoce, a regañadientes, una parte de la realidad, con fines manipulativos. Es “El trabajo nos está matando”, en donde tiene que admitir que la situación es, en efecto, una tragedia y una hecatombe que acontece en el día a día, para luego, frívolamente, proponer una lista de “soluciones” que mantiene la situación y, con ello, sus letales consecuencias. En suma, Pfeffer es un agente desvergonzado del sistema capitalista.

 

Pero no es el trabajo en general el que “nos está matando” sino el trabajo asalariado. El trabajo libre, no asalariado, es positivo y deseable, imprescindible para que la persona se constituya como individuo de calidad, siendo motivo de realización vivencial y satisfacción íntima para quien lo efectúa.

 

Pfeffer no entra en la otra cara del asunto, la resistencia. Los trabajadores se están defendiendo con tres actuaciones. El sabotaje laboral, cada vez más extendido y dañino para el empresario. Las enfermedades psico-somáticas, en particular la depresión, que es la primera causa de baja laboral, con pérdidas inmensas para los capitalistas. La autodefensa activa frente a los empresarios y a sus esbirros. A veces, también con un cuarto tipo de acciones, las protesta y huelgas.

 

El sabotaje laboral consiste en dañar subrepticiamente la producción, su cantidad y calidad, en malgastar energía, agua y materias primas, en estropear la maquinaria y el equipo, todo de forma sagaz, para no ser localizados ni castigados. Se sabotea cada vez de forma ínfima, pero como se hace muchas veces, la resultante final es significativa. En algunas empresas se constituyen grupos secretos para coordinar y multiplicar el sabotaje. En suma, es una respuesta que intimida y, a veces, frena a los empresarios, sobre todo si participa la mayoría de la plantilla.

 

El recurso a la enfermedad es la expresión más elemental y rudimentaria de resistencia al horror salarial. Tiene lugar cuando el trabajador, literalmente, ya no puede más, al sentirse del todo incapaz de aceptar más control, humillaciones, sanciones, regañinas, insultos, amenazas y violencia, y cuando la monotonía, simplicidad y sinrazón absoluta del trabajo neoservil alcanzan un grado imposible de padecer. Es más utilizado por la mujer trabajadora que por el varón.

 

El tercer procedimiento es la autodefensa activa. En EEUU unos 500 grancapitalistas y sus agentes son muertos anualmente por “sus” asalariados, 4.000 resultan heridos graves y 200.000 ven atacados sus bienes, automóviles, viviendas, etc. En España está prohibido hablar de esto, pues la censura estima que da ideas e incita a los trabajadores a hacerlo mismo, pero los actos de autoprotección física se dan igualmente. Algunos asalariados, en vez de resignarse al enloquecimiento inducido y el suicidio laboral, practican la defensa legítima. Esto es mucho más coherente y bastante más ético, pues el quitarse la vida, el suicidio, es un acto de odio contra sí mismo contrario a la moral natural.

 

El movimiento RI, o por la revolución integral, respalda esas expresiones de resistencia de los trabajadores. Es más, llama a incrementarlas y generalizarlas, sobre todo el sabotaje laboral individual y colectivo. Hacerlo no es inmoral ni irresponsable. No hacerlo sí lo es, pues equivale a colaborar con quienes están destruyendo a muchos millones de personas, empujándolas a la desesperación, la depresión y las drogas, a enfermedades somáticas muy graves, a la muerte y al suicidio.

 

Pero esas formas de lucha, reactivas, meramente defensivas y ayunas de una perspectiva revolucionaria, no resuelven el problema. Hay que dar un decisivo paso más, a saber, idear y difundir un programa para la eliminación general del trabajo asalariado, por tanto, del capitalismo, con el fin de constituir una sociedad del trabajo libre1, autodeterminado y soberano. Necesitamos una revolución del trabajo libre, gracias a la cual éste deje de ser una forma de tormento para convertirse en un quehacer creativo, euforizante, fraternal, cooperativo, eficiente y magnifico. En suma, colaborativo en formar un ser humano de una calidad muchísimo mayor.

 

Lo básico para alcanzar el ideal del trabajo libre universal es que cada trabajador sea propietario y copropietario de los medios de producción, de todos los elementos necesarios en la actividad productiva. Porque el ser humano sólo es libre si es propietario, mientras que el desposeído resulta ser, por ello mismo, esclavo o neoesclavo (asalariado). En consecuencia, alcanzar el estatuto de propietario es básico para ser libre en general y en particular, así pues, también en el trabajo.

 

Esto demanda expropiar a los actuales posesores, los patronos multimillonarios, despojarles de la riqueza que han ido torticeramente expoliando a las clases trabajadoras, sin indemnización. Aquélla debe retornar a los asalariados, que son quienes la han ido creando. Hay que desposeer a los grandes capitalistas privados y a los capitalistas estatales, a la empresa “pública”, estatal, tan destructiva y deshumanizada como la privada.

 

Con esos bienes se ha de constituir una economía comunal, adecuada a las condiciones del siglo XXI, en la cual la cooperación, la ayuda mutua y el apoyo solidario sean los atributos del trabajo productivo. En mi “Manual de la revolución integral” expongo en detalle, de manera pormenorizada, los fundamentos, el por qué, para qué y cómo de ello.

 

Para terminar, una advertencia. Quienes, desde la ignorancia, el servilismo o la cobardía, creen que el capitalismo es invencible e imbatible, deben saber que él mismo se está destruyendo, autodestruyendo, a partir de sus propias contradicciones internas, como he expuesto antes. En mi libro “Autoaniquilación. El hundimiento de las sociedades de la última modernidad”, argumento más extensamente este asunto.

 

Sin resolver el problema del trabajo, sin liquidar el esclavismo moderno e instaurar una sociedad del trabajo libre, ningún problema de la humanidad tiene solución. Hacerlo será una de las más grandes revoluciones de la historia de la humanidad, un acontecimiento de una potencia liberatoria ilimitada, que sitúa al ser humano en un tipo de existencia superior, muy superior.

 

Con ese objetivo trabaja el movimiento para la revolución integral (RI), al cual pertenezco. Así pues, asóciate a nosotros, súmate a la lucha por el trabajo libre, como parte del programa de una revolución integral, total.

 

Félix Rodrigo Mora

felixrodrigomora.org

 

 

1 No tardando, estará disponible el libro “La revolución del trabajo libre”, Antonio Hidalgo Diego y Félix Rodrigo Mora.

 

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