Por Isaac Gonzaga, colaborador de VyR
¿Quién no ha llegado a considerar la asistencia a la Universidad como un logro personal? Esta ha sido, quizás, la pregunta más pertinente que todo estudiante se haya hecho una vez ubicado en la Universidad, pregunta impregnada de un matiz economicista.
Quizás, la pregunta más sustancial sea qué diferencia hay entre la asistencia y no asistencia a tal institución. Esa pregunta es la que se hace un estudiante absorto de las grandes nocividades que aporta dicha entidad al bagaje intelectual.
¿Intelectivo? ¿Qué es la inteligencia? Si se entiende por tal una acumulación de datos, fragmentados todos ellos, que efectúa un avance hacia no se sabe cuál éxito empresarial es pertinente anunciar que la Universidad es el lugar adecuado para concurrir. En cambio, si la inteligencia es comprendida como la médula del ser humano, lo acertado es alejarse lo más rápido de dicho lugar.
Indagar en las bondades universitarias es recalar en una vorágine sin contribución alguna; es más, la propaganda burocrática está para que todo aspirante-estudiante incruste en su psyché el mensaje subliminal de la Universidad como Catedral de los Intelectuales. Aquí se hace referencia el resaltar las nocividades que la Universidad aporta a todo ser humano que asista. Sí, a todo ser humano, ya que aquellos que acaban asistiendo no son meros estudiantes, sino seres humanos, abstracción orquestada con impronta del Ministerio de Propaganda (Educación).
La principal nocividad acaecida recae sobre la asignación del examen, asignación que destruye el aspecto psíquico de todo ser vivo. ¿A qué es debido? El examen tiene el cometido de establecer patrones de conducta, esto es, la asignación de un establecimiento de status en la que el estudiante, implícitamente, intuye de que debe estar ‘al día’ para seguir sorteando los escollos y superando las pruebas académicas desde la dirección administrativa, examen sinónimo de los CI. Didier Deleule afirma en La psicología. Mito científico que «la inteligencia será valorada en función de la rapidez de ejecución de una tarea, en función de la posibilidad de adaptación a una situación nueva, y todo ello ligado muy estrechamente a la posibilidad de éxito social, a la facultad de integración al cuerpo social». Ello induce a pensar en la ductilidad que está el ser humano en cualesquiera esferas; si en la esfera empresarial éste se ve en la obligatoriedad de circunscribirse a los dictados de la dirección de empresa, en la formación preempresarial, la estudiantil, éste ha de seguir los preceptos implantados por el Ministerio e involucrarse en dichos quehaceres. Acaece habilidad para extraer similitudes en dichas esferas, esto es, si en el primero la obligatoriedad recae en la crematística bajo la égida de la conminación, el segundo acaece en la forzosidad beneplácita del reconocimiento.
No hay peor asunto que imbuirse de datos en el cerebro. Desde ámbitos que estiman al cerebro un sucedáneo del ordenador, máquina artificial indicativo de programas informáticos, evalúan analogía con la memoria del estudiante cuya aspiración es albergar ingentes manuales de carácter omnicomprensiva. Dicha alusión por parte de la administración es una flagrante ilusión, ilusión que aniquila la psyché humana. Nosotros, los seres humanos no estamos para memorizar, no estamos en este maravilloso mundo para saber qué es H₂O, cuál es la capital de un determinado Estado, a cuánta distancia está la Luna respecto a La Tierra; los seres humanos estamos aquí para convivir y confraternizar sin menoscabo de facultar nuestras potencialidades individuales.
Desde la administración se estima que el examen ‘saca’ lo mejor del estudiante, esto es, es el examen el indicativo de que éste ha comprendido la materia; resulta obvio que los funcionarios no comprenden qué es el comprender. Estiman que la mnemotecnia es referente para alcanzar el summum del saber. Qué gran error estimable. En cambio, cabe afirmar que el comprender abarca ni el todo ni las partes, sino, en palabras de Pascal, que «siendo todas las cosas causadas y causantes, ayudadas y ayudantes, mediatas e inmediatas, y manteniéndose todas por un vínculo natural e insensible que une a las más alejadas y las más diferentes, tengo por imposible conocer las partes sin conocer el todo, como tampoco conocer el todo sin conocer particularmente las partes». Ello acarrea un estimulante desafío hacia la complejidad de lo real, realidad que no se ajusta al criptomundo empresarial, sino al conocerse y, a posteriori, el conocer.
Una vez aseverada tal problemática, es perentorio manifestar las nocividades del sistema educativo. Edgar Morin afirma en El método. Ética que «se funda en la separación: separación de los saberes, de las disciplinas, de las ciencias, y produce mentes incapaces de religar [cursiva mía] los conocimientos, de reconocer los problemas globales y fundamentales, de aceptar los desafíos de la complejidad». La religación aquí no hace alusión al espectro religioso, sino a la equidistancia del carácter activo de la complejidad, yuxtaposición de los términos ambivalentes. ¿A qué es debida la complejidad en lo educativo? Aquí, en determinada pregunta recae una contradicción sin solución, más propia de una aporía, ya que lo educativo hace apelación al carácter conductual desde lo exterior, esto es, al facsímil de la simplificación, asunto que exhala por plenos ámbitos del academicismo. En cambio, la complejidad recae en la anuencia del saber; ello repercute en comprender el todo incluyendo las partes, fragmentación que se presenta por doquier en los centros educativos, v. g., si el estudiante pretende comprender las cualidades antropológicas está en la obligatoriedad cientificista de recabar información exclusiva acorde al término anthropos, manteniendo en los márgenes saberes pertenecientes al ser humano tales como la ética, la ontología, la estética, el lenguaje, entre otros saberes.
El sistema educativo tiene la misión estimulativa de espolear el ego del estudiante, ego que se retroalimenta con las nocividades que la administración pone al alcance. Si los estudiantes presentan un comienzo con ínfulas de medrar gracias a la extensión de títulos al portador, una vez en pleno desarrollo, éste se ve circunscrito en un acicate egoica cuyo despegue lo mantiene en el narcisismo, pathos que se ajusta al exceso de confianza y al desdén en los saberes ajenos al programa educativo. ¿Quién pretende indagar en los saberes de nuestros antepasados? ¿Qué clase de cosmovisión tenían aquellos habitantes viviendo al margen de las instituciones estatales? ¿Qué podemos saber de nuestros antecesores sin incurrir en la metodología científica? Ahora saber de nuestros mayores recae la exclusividad de mejora curricular, esto es, ‘si no entra en el examen, no lo estudio’; dicha expresión llega al sentido debida a la carga académica y, a fortiori, el desdén que se expresa en el transcurso.
Dicha reflexión induce al término margen, concepto de doble acepción. Por un lado, el sistema educativo margina los contenidos que no quedan ajustados a su organigrama, exposición detallada desde la primaria hasta la Universidad transitando por la secundaria y, por otro lado, es el margen la expresión acorde a una vida instructiva sin mejoras curriculares. Si el primero ejecuta un plan prometedor en el medro habiendo renunciado a la libertad de conciencia, en el segundo no hay credenciales ni gratificación, sí esfuerzo y agonía en el comprender la basta complejidad con la capacidad propia de la espiritualidad de los cínicos, e incluso de determinados estoicos, en saberes que se ajustan a los más importante, el autoconocimiento del sujeto.
Tales nocividades, amén de ser abstracciones acaecidas por el Ministerio, están escenificadas por un harén de funcionarios-profesores con ínfulas de filósofos. Cabe elucidar si un estudiante osa en preguntar a determinado profesor en el cumplimiento de tal título, acaece en una negativa; ello repercute en la falsa modestia propia de seres que se excitan en contemplar a la horda desde la atalaya.
Dichos funcionarios-profesores, en lugar de filósofos, acaecen en historiadores de filosofía y, bajo la protección del Ministerio, quedan sujetos a un organigrama para buenos ortodoxos, esto es, el estudiante debe acatar al profesor, el profesor ha de incurrir con el Ministerio. Estos profesores, que en su día fueron estudiantes, contemplan las nocividades a describir. ¿Por qué cumplen aquello que en su día pretendieron injuriar? Aquí irrumpe el término medrar, asunto que envuelve al profesorado con bellas prebendas y fines que se ajustan a la molicie.
Aquellos que están en la retribución de la administración tienen un cometido que no llega a cumplirse, esto es, el enseñar a filosofar. ¿Cómo enseñar a filosofar mediante un método que apremia a los más indoctos con ajustes mnemotécnicos? ¿Se puede enseñar a filosofar? ¿Dónde queda la parte fundamental de la creatividad? Dada la empresa de efectuar exámenes, el cual el componente cognitivo queda atrofiado por falta uso y de estímulo, es obvio que una creatividad individual e indagación en los misterios de la psyché para averiguar cuán filósofo se puede ser queda en desuso. Si cualesquiera de nosotros, sabiendo que estamos capacitados para caminar, optáramos por efectuar una maratón, o media maratón, pronto caeríamos en desgracia, ya que los músculos quedan anquilosados por falta de estímulos.
Los científicos, con su afán por cuantificar absolutamente todo, aseveran que en el cerebro está la esencia del ser humano. Claro que incurren en equivocación porque, a pesar de que el ser humano precisa de músculo cerebral y éste ha de estar en permanente función y estimulación, la cognición no tiene ubicación, sino que es la aprehensión conjunta de las diversas dimensiones ya sea del ser humano, ya sea del entorno, ello insertado en su contexto.
Para terminar con la diatriba hacia la Universidad y hacia el profesorado, cabe afirmar en el rescate de la filosofía, ya que ésta no es una disciplina cualesquiera, no es una disciplina siquiera, no está ajustada a preceptos y no es una exclusividad, sino que es inherente al ser humano, aquello que fuimos una vez y volveremos a serlo.
ISAAC GONZAGA HERNÁNDEZ
Contacto: alacant_1981@protonmail.com
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