Editorial 30 -Nerón en Hispania: la responsabilidad popular contra un poder irresponsable

Publicado el 1 de septiembre de 2025, 8:05

Equipo editorial

 

Permitidnos la extravagancia de apelar a lo extravagante. El emperador Nerón Claudio César Augusto Germánico era muy popular entre la ciudadanía romana. A mediados del siglo I, casi en  la cima del esplendor del Imperio, Nerón se ocupó de alimentar los bajos instintos de sus sometidos, dilapidando los estipendios de los tributos obtenidos entre los pueblos dominados y  los propios romanos, para ampliar la oferta lúdica entre las masas, con más teatros, combates de gladiadores y pruebas deportivas en el Coliseo, además de potenciar el uso del vino masivamente entre la población1. Cuenta la historia que el incendio de Roma, seguramente casual,  fue achacado por el emperador Nerón a los cristianos, para tener la excusa perfecta de lanzar un pogromo y diezmar al pujante movimiento fraternal y convivencial de los seguidores de Jesús, profundamente antiimperialistas. Hoy, en lo que se llama España, cual  mala copia de la Roma del siglo I, donde todo es ocio, diversión y frivolidad, vuelven los próceres de la patria de nuevo a utilizar la vieja triquiñuela de  cargar con la responsabilidad de los incendios a aquellos que más los sufren, las gentes del rural2

 

La razón de peso para explicar la pusilanimidad del ente “público” en la preservación del patrimonio forestal se encuentra fundamentalmente en que en nuestra historia peninsular los montes y bosques han sido el reservorio de libertad y rebelión. Bagaudas, cenobitas, comunales, bandoleros, guerrilleros antinapoleónicos y maquis, todos fueron amparados por las enjutas y frondosas arboledas, tan abundantes en nuestra geografía. Destruir ese santuario rebelde es a lo que se dedicó con ahínco la Modernidad, desde los tempranos cerramientos del siglo XVIII, pasando por el colosal saqueo desamortizador del siglo XIX, y acabando con el desarrollismo franquista y su política reforestadora industrial. La destrucción ígnea actual es consecuencia de toda esta tradición despojadora de la soberanía popular sobre estos parajes, y su recuperación solo puede ser plena dentro de un movimiento emancipador popular, que vuelva a ejercer su soberano mandato sobre estas tierras esquilmadas por el Poder.   

 

El Estado español es el responsable principal del desastre ecológico. La sentencia no es gratuita, ni busca conseguir ningún rédito electoralista como hacen todos los partidos institucionales, criticando al testaferro gubernamental de turno, para seguir embelesando a los votantes con el señuelo del cambio de gobierno. Tampoco incita a  elucubrar sofisticadas teorías retorcidas como que sicarios pagados por China van rociando de gasolina los montes que interesan para la posterior extracción de tierras raras. No es necesario, porque la situación ambiental es ya de por sí inflamable. Los famosos 3 treintas del clima mediterráneo3, en unos montes agotados hídricamente y abandonados a las supuestas bondades de lo salvaje ya son suficiente catalizador.

 

El Estado es responsable precisamente por ser irresponsable, y por cultivar la irresponsabilidad entre la ciudadanía,  para poder explotarla mejor.  Esta es una de las disfuncionalidades más claras que llevan a todos los imperios a su decadencia. La cantinela repetida millones de veces por diversos canales, de que hay que quedarse en casa (o abandonarla, como es el caso), de que los funcionarios de turno (bomberos, UME, Guardia Civil, etc.) se hacen cargo de todo, de que todo va a salir bien porque luego hay subvenciones (que luego raramente llegan), etc. Todo esto es uno de los factores propiciatorios de que los desastres naturales se den de manera tan virulenta, porque un espíritu popular postrado, sumiso e irresponsable es el mayor acicate para las desgracias. Y si hay algo que la historia de los desastres enseña es que en última instancia es el corazón, la valentía y el amor, y no las nóminas funcionariales, las que permiten superar las hecatombes.

 

La grave acusación contra la burocracia institucional se basa en los tres momentos temporales de los que consta toda acción punitiva:  el antes, el durante y el después de los incendios .

 

ANTES: Lo que eufemísticamente se llama prevención de los incendios es, cuanto menos, una broma pesada, y cuanto más, un atentado a la inteligencia del personal. La política conservacionista es la más propiciatoria a la acumulación de detritus inflamables en los montes,  sobre todo la prohibición de facto de una ganadería extensiva y su sustitución por la estabular, y el celo inquisitorial de los guardias forestales, a modo de guardias civiles del bosque, contra cualquier actuación de vecinos en la recogida higiénica de leña, piñas o desbroce y limpieza de sendas o caminos5. Detrás de esta política está la potenciación del imaginario criminal y nefasto de los habitantes del campo, como psicópatas ecocidas, llenos de inquina y rencor, de estupidez y egoísmo, a los que hay que atar en corto (la película As bestas ahondó en este relato típico, ya manido, de la modernidad urbanita6, y las frecuentes noticias de detenciones de individuos merodeando por el monte alimentan esta visión refractaria).

 

Por otro lado, la electrificación y modernización del territorio, tanto en infraestructuras de suministro con cables a vuelo, como maquinaria agrícola, trenes y vehículos, está detrás en muchas ocasiones del primer foco, en forma de chispas, y esto suele ocultarse acusando a los cabezas de turco de siempre.  

 

La desfachatez con que la Guardia Civil se ha servido del chivo expiatorio popular, acusando a individuos, ha provocado al menos dos motines entre los vecinos en defensa de las personas detenidas7. Las estadísticas sobre las causas del fuego, jugando con la ambigüedad entre los términos “provocado” e “intencionado” , buscan torticeramente ocultar que un porcentaje mayoritario se debe a la transformación que el campo sufrió en los 60 con la hiperindustrialización al servicio de los intereses del Estado hacia el megacapitalismo, la concentración en ciudades y el éxodo rural, y que ha resultado nefasto a todos los niveles. 

 

Por último, es de reseñar que un porcentaje masivo de  los montes y bosques que han ardido pertenecían al Catálogo de Montes de Utilidad Pública8, estando bajo supervisión y tutela de administraciones “públicas” , lo que deja retratado, con muy contadas excepciones9, el celo  con que los entes oficiales se aplican en la tarea. Pocas veces se ve tan clara la diferencia entre lo público y lo popular como en la gestión de los montes.

 

DURANTE: El triaje que aplica protección civil en la fase de extinción es propio de todo estado de bienestar que se precie. “Primero las personas, luego las infraestructuras y por último se ataca el fuego”. En ningún momento se habla de que lo primero es la libertad responsable, con heroicidad si llega el caso, por parte de los afectados y solidarizados en defensa de un bien tan valioso, como son sus recuerdos, su historia y su sensibilidad, que forman parte de lo que es la persona concreta . En casos extremos el bienestar no es funcional, no es operativo, y solo se consigue superar las crisis con actuaciones resolutivas arriesgadas por parte de los afectados, que se salten las normas de la burocracia desalmada y perezosa.10 

 

La única vida que merece la pena ser vivida es la vida heroica, la que no repara en medios ni mira por las posibilidades de éxito, sino que se plantea hacer aquello que es justo hacer. La vida de verdad es la vida en la verdad. Y esto es potencialmente peligroso para el poder constituído, porque alentaría a actuar con la misma audacia moral ante cualquier otro ámbito, además del ambiental. Por eso apuntábamos antes que la clave era la falta de responsabilidad que se promociona desde todas las instancias oficiales, porque la fuerza del poder descansa en nuestra debilidad y fragilidad moral: la dejación de nuestra responsabilidad y por ende, en pedir la responsabilidad al Estado. Aquí radica el problema fundamental.

 

Hay tanto miedo y estamos tan programados por ese miedo, que somos incapaces de tener el valor siquiera de pensarlo, mucho menos de iniciar el camino de vuelta hacia la recuperación de la soberanía de los pueblos en formas asamblearias comunitarias, que ya muchos atisban como solución para los incendios y para mucho más, y asumir de una vez la responsabilidad que exige el ejercicio de nuestra libertad . Porque ya nadie parece anhelarla. O más bien, nadie quiere esforzarse, dar la vida por comenzar el camino de retorno a lo que nos fue robado, aunque sea completamente solo. El esfuerzo que necesitamos es tomar nuestra responsabilidad como pueblo y como individuos éticos que pertenecen a una comunidad, y no como ciudadanos contribuyentes que solo saben implorar que sean efectivos sus impuestos, sin cuestionar nunca la esencia depredadora del Estado y sus sucursales autonómicas y municipales, con tal de que te permita seguir en el confort pasivo de espectador digital.

 

Las labores de extinción de incendios podrían ser dirigidas por brigadas populares que estén vinculadas emocional y prácticamente al territorio, con un saber experiencial del terreno que permite atacar con eficacia al fuego y esbozar rutas de evacuación. Todos los servicios en personal y material sofisticado (aviones, bulldozer) se deben supeditar a los saberes antiguos acumulados. Pero sobre todo, debe ser tarea a realizar por parte de individuos con una dignidad y una moral que les imponga la responsabilidad de quedarse en su sitio, de pie con los suyos, para enfrentar con inteligencia de siglos y con audacia los embates naturales o políticos que se ciernen como amenaza. Por mucha dirección de abajo hacia arriba que se quiera impulsar, si los de abajo siguen rindiendo pleitesía al sistema constituído y su cadena de mando, poco cambiará.




DESPUÉS: ¿Qué hacer después en un terreno devastado y vulnerable, amenazado por quedarse sin nutrientes, y sobre todo perder suelo —esa viva y rica  matriz que se forma tan lentamente gracias a la propia vida— cuando el viento o la lluvia provoquen el arrastre y  la escorrentía del humus calcinado? 

 

Los seres vivos, como los árboles o los seres humanos, si se les trata como mera mercancía, se degradan y se queman. No tener en cuenta el sustrato del que se alimentan (en el caso de los bosques, su base edáfica, su simbiosis con la fauna y micelios, y con la labor milenaria del hombre sobre la comunidad forestal), hacen que el ejemplar maderero se convierta en simple leña o cuando más madera para cajones de fruta y hortalizas , sin fuerza para resistir el envite del clima. Con los hombres pasa lo mismo.

 

El conocimiento de que los tres jinetes del apocalipsis incendiario (los 3 treintas) como constante endógama de nuestro clima debe llevarnos a plantearnos cómo recuperar las zonas más frágiles. Esto ya era sabido por los lugareños desde tiempo inmemorial11, pero ciertamente la labor destructiva del acervo acumulado entre las gentes del común hace seguramente necesario el apoyo de técnicos íntimamente vinculados al sentimiento popular, que puedan rescatar del cementerio de la educación superior los saberes depositados  por las experiencias de lo rural.

 

Con todo, la labor de reconstrucción de la red social es tan importante como la semilla vegetal. Hay que aprovechar estos momentos de crisis donde la solidaridad, especialmente entre los jóvenes se acrecienta, para animar en proyectos ajenos a las instituciones que fagocitan las tareas de recuperación. Tan solo alinearse con el bien común, superando la lucha  de  egos partidistas que aprovechan para apropiarse de la leña del árbol caído. El proyecto Arrendajo, que lleva varios años reforestando con Quercus, puede ser un referente y una escuela para las nuevas generaciones de amantes del monte y del trabajo en común desinteresado, a la vez que en la tarea se establezcan lazos de amor entre los jóvenes reforestadores y el terreno repoblado….

 

Pero el cambio decisivo es que convirtamos esta pira terrible en fuego purificador, que calcine definitivamente la confianza en el despotismo de la democracia parlamentaria con sus Pactos de Estado, para proponer sin ambages  al pueblo la lucha por los millones de hectáreas robadas manu militari con la desamortización de los comunales. La recuperación de la soberanía popular de las grandes extensiones arboladas mitigarán el lamentable estado aculturado del bosque,  regenerándose los lazos telúricos del hombre con el territorio, manteniéndolo bellamente productivo y vigoroso, y los focos puntuales estarán muy controlados con mayor dificultad de avance.12 

 

Hemos comenzado apelando a la historia de la dominación, en la figura de Nerón y su época. El emperador era la expresión del Estado en aquel tiempo, no como el estado moderno, que utiliza hombres de paja en forma de partidos políticos para llevar a cabo sus planes de extorsión y sometimiento. Pero los métodos cambian poco. Hoy estamos igualmente viviendo el aparente sueño de dejadez y desidia a que nos invitan amablemente los instrumentos persuasivos del poder, mientras sigilosamente, el propio debilitamiento y flacidez del cuerpo social va socavando los propios pilares del Imperio. Poco a poco, todo se desmorona. Ayer la erupción isleña y después la dana, hoy los incendios, entramos en una circularidad estacional de desastres, cuyo común denominador es la ineficacia y torpeza de los medios oficiales, mientras un sector del pueblo se queda estupefacto pidiendo más medios oficiales inoperantes, y otro sector del pueblo se despereza del sueño bienestarista y empieza a ejercer su responsabilidad.

 

La RI busca aportar ideas y formas de hacer que impulsen el repudio al sistema constituído, dada su visible torpeza, trabas burocráticas, inoperancia, solapamiento y arrogancia.  Las catástrofes, fortuitas o provocadas, serán usadas desde las instituciones para seguir regulando, aumentar su poder y dirigir y ordenar el territorio en base a sus necesidades estratégicas de poder. La RI quiere incitar a romper definitivamente con cualquier delegación de funciones en manos de las instituciones, y animar a la  creación de comités de crisis, brigadas y cuadrillas voluntarias, en todos los municipios, que puedan rápidamente reunirse en asamblea ante cualquier adversidad en la localidad. Esta nueva organización servirá de contrapoder y escuela para revivir la responsabilidad que requiere el ejercicio de la  libertad y el autogobierno, dando respuesta eficaz en momentos críticos, que  cada vez serán más frecuentes, recuperando la alegría de ejercer como seres dignificados por el actuar moral, buscando el Bien, la ecuanimidad, la concordia no gregaria entre los iguales y la libertad en el autogobierno. Así, la RI apela a la recuperación de las brillantes formas de organización íbérica, horizontalistas y descentralizadas y que el DESPUÉS se convierta en el ANTES, optando por un futuro imperfecto pero humano, antes que uno perfecto pero deshabitado.

 

 

 

1 El estado de disolución moral que se alcanzó en las ciudades romanas pudo constatarse en la fotografía fosilizada que nos ha dejado la historia en Pompeya tras la erupción del Vesubio. La ingente cantidad de cantinas y prostitutas, de circos romanos y teatros estaba a la altura de la irracional pasividad que atenazó a los habitantes de la villa, muchos de ellos quedándose impasibles, habiendo abandonado el instinto principal de todo ser vivo: el de supervivencia. Vease el artículo “destrucción mas iva” en Virtud y Revolución,  mayo 24

 

2 La otra excusa institucional para eludir responsabilidades es el famoso cambio climático, que permite a las élites gobernantes acusar a toda la población de ser los causantes de las supuestas anomalías que propician estos desastres. Primero, que estas anomalías han ocurrido históricamente, con mayor o menor frecuencia en nuestra península, por su singular posicionamiento geográfico, se puede constatar con las estadísticas meteorológicas. En segundo lugar, si las gentes fueran libres para elegir cómo se produce, cómo se consume y cómo se utilizan las fuentes de energía, podríamos entonces hablar de corresponsabilidad en contaminación y alteraciones del clima. Las infantilizaciones de aumentar la conciencia medioambiental mediante el reciclaje y el uso del coche eléctrico (que es más contaminante en el proceso global que el atmosférico), indican el énfasis que apuntamos más adelante, el interés de la clase dirigente por mantenernos en un estado de minoría de edad permanente.

 

3 El riesgo de incendio es máximo cuando se superan tres condiciones meteorológicas unidas por la misma cifra: 30 grados centígrados de calor, 30 kilómetros/hora de rachas de viento y 30% de humedad. Estas condiciones se han dado secularmente en el clima mediterráneo, que es el que corresponde a la mayor parte de la Península, y los bosques y montes eran antiguamente más resilientes porque estaban mejor adaptados gracias a la labor productiva de las gentes del campo, con el clareo periódico, la ganadería extensiva, etc. 

Hasta la segunda mitad del siglo XX la recurrencia de incendios en muchas  zonas prelitorales venía a ser cada 40 a 50 años de media y en extensiones mucho menores, dado el paisaje en mosaico que solía existir aún, frente a la recurrencia de hasta menos de 20 años con que vienen dándose desde después , sobre todo a partir de finales del pasado siglo, (RUIZ DE LA TORRE, J., 1990).

 

4 Los conservacionistas se fueron a un extremo, que es el de amar mucho  a la naturaleza y odiar mucho al hombre. Prefieren ser tan soberbios que, en defensa de esa "naturaleza virgen", sostienen limitar o eliminar la actividad y la vida de los que viven ya dentro de esa naturaleza y forman parte de ella, y que lo han hecho con respeto y sostenibilidad durante siglos. Exceptuando los últimos 200 años, en los que han engañado a todos y los han conducido a la trampa de necesitar ser salvados por el Estado y su Capitalismo, supuestamente más experto y científico, para meter así  a todos en ciudades y salvar la "naturaleza", como si los hombres no fuéramos naturaleza y no fuéramos conscientes de nuestra posición superior en la cadena trófica y, en consecuencia, de tomar la responsabilidad de cuidarla y hacerla sostenible junto con nosotros. Si hay que eliminar un número de individuos de una especie para mantener un orden, se hace, se hizo, por ejemplo, con el lobo y el oso. Igual que hacen estas especies con otras. Pero no, eso es pecado para estos extremistas, que han acumulado demasiado odio al hombre rural desde las Universidades. Sin darse cuenta que el hombre antiguo, el Paisano, albergaba los conocimientos y las soluciones de siempre que han funcionado, pero que ellos ya no saben apreciar , por ese odio visceral a lo rústico. En realidad el Estado no quiere salvar la Naturaleza, lo que quiere es salvarse a él mismo del peligro de la libertad de los pueblos y utilizan a los expertos conservacionistas, para proceder por su interés propio.  Un ejemplo paradigmático de la nefasta gestión conservadora, es el del urogallo en la cordillera cantábrica; esperemos que los incendios en esta parte de su área de distribución no hayan resultado la puntilla para sus escasos ejemplares.

 

5 La abultada normativa medioambiental genera una indefensión ante prácticas de recolección en el bosque, de tal manera que según comunidades y municipios se prohíbe ciertas actividades y en otras se requerirá o no autorización previa para tales tareas depuradoras. Ante la duda, el Seprona siempre actúa con la vehemencia propia de este cuerpo represivo, e impone multas preventivas a las que luego poder recurrir, con la consiguiente consecuencia disuasoria para los recolectores furtivos.

 

6 https://revolucionintegral.org/as-bestas-turbo-ideologia-institucional-multipremiada

 

7 https://www.farodevigo.es/ourense/2025/08/18/cientos-vecinos-petin-piden-liberacion-detenido-incendios-120718122.html

 

8 https://www.elconfidencial.com/espana/2025-08-24/incendios-espana-suelo-montes-publicos-gestion_4195141/

 

9 Algunos montes del Catálogo de M.U.P. con ordenación longeva de más de un siglo en los que la premisa fundamental es su persistencia, tienen cierto trato de favor.

 

10 https://www.elmundo.es/espana/2025/08/20/68a4cd4cfc6c83995e8b4585.html Salvados por la insumisión: las cuatro desobediencias que protegieron cientos de pueblos.

 

11 Tras el incendio suele darse un gran rebrote de la vegetación capaz de hacerlo (matas) , y germinación de especies con capacidad de dispersar semillas y germinar  arraigando después. Aún así, alterado el suelo en mayor o menor grado y con fuertes pendientes del terreno, las posteriores lluvias pueden ser muy erosivas y por eso algunas actuaciones selvícolas podrán reducir la escorrentía como la colocación de ramas y troncos quemados en tierra por franjas y curvas de nivel (faginas), una observación atenta de los procesos naturales de recuperación del monte es fundamental, y según casos  acotando al diente del ganado del regenerado en las zonas más frágiles por un tiempo prudencial concentrando la ganadería en las zonas más propicias para ello. Es posible también incorporar nueva vegetación a partir de siembra o plantación para mejorar la biodiversidad perdida. Paralelamente se reabrirán y mejorarán senderos y caminos en el interior del monte y progresivamente  resalveos (selección de los rebrotes mejores de las matas rebrotadas de encina y roble para lograr que evolucionen hacia árboles vigorosos) , aclareos así como posterior pastoreo lo más diversificado que complemente y mejore el porvenir de los montes y de las comunidades humanas que conviven, reconstrucción de apriscos, márgenes y muros de piedra seca , favorecimiento de abejas y hongos, etc.

 

12 https://www.elmundo.es/espana/2025/08/27/68af518c21efa0b9408b458d.html ¿Por qué el mayor pinar de europa entre Soria y Burgos nunca arde?

 

 

 

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