Deme un billete para el último paraíso

Publicado el 1 de diciembre de 2025, 22:17

Por Tombol

 

En mi búsqueda de identificar mitos que el ser humano pueda albergar en las profundidades de su ser, por sobre todo haber sido inoculados en la acción propagadora de poderes establecidos o de embaucadores maliciosos al servicio de aquellos, me encuentro con el ideal asociado a la posibilidad de un paraíso en la tierra.

 

Debe ser una fórmula que funciona, desde siempre. Ya los prebostes de la Iglesia católica idearon un jardín paradisíaco que iba a esperar a todo aquel que cumpliera con los preceptos establecidos. Seguramente, muchos bienpensantes adscritos a ese credo, entenderán que la idea no es más que una metáfora que infiere algo así como “el descanso eterno que alcanzarán los que practiquen el bien”. Pero yo hablo desde mi experiencia, y ya desde niño me tragué lo del paraíso como espacio maravilloso y deseable, contrario a aquel infierno tan temible y detestable.

 

Los “paraísos” funcionan bien. Se asocian exitosamente a propuestas de mayor o menor calado. De bajo recorrido me viene a la cabeza lo de El Dorado, ese mito surgido con la intención de enrolar al mayor número de aventureros posible para llevar a cabo determinadas empresas en el nuevo mundo.

 

Pero nos interesan más esos mitos aparecidos para abarcar mucho más, con un alcance ilimitadamente ambicioso. Al nivel del católico mencionado, nos encontramos el asociado al Islam, con múltiples niveles y tipos de paraíso, según los méritos alcanzados. Es una estructura paradisíaca mucho más elaborada, no es de extrañar que los poderes mandantes estén decantando sus preferencias, en los últimos tiempos, hacia esta religión.

 

No podemos olvidar los paraísos prometidos a partir de las ideologías sociales predominantes, desde el socialismo al anarquismo, llevándose la palma el paraíso diseñado por el comunismo, construcción teorética que llevó a un “paraíso infernal” a millones de personas.

 

Las corrientes de la Nueva Era han sabido explotar su fuerte tirón mercantilmente, y han impulsado cosmovisiones simbióticas para inculcar la afirmación de la presencia de la divinidad interior, esto es, “el paraíso está dentro de ti”. De ahí podemos concluir esa carrera desaforada para meditar más y mejor, para relajarse hasta perder la conciencia, para proyectarse desde la energía kundalini hacia el nirvana más extático.

 

A la par que las religiones e ideologías implementadas como credos perfectos e insuperables, y para los sujetos más terrenales y suspicaces a lo no tangible, los Estados crearon el mito paradisíaco de la opulencia a alcanzar gracias a la productividad ilimitada generada en las revoluciones industriales, y su derivada más actual, la perfección tecnológica como vía favorecedora de una existencia feliz y despreocupada. Para esta última, los robots, la IA, cualesquiera artefactos técnicos y toda la estructura que lo sustenta, serán el novamás para lograr, definitivamente, el paraíso aquí y ahora.

 

Aún así, dentro de ese grupo de seres humanos mundanos podría existir el sector hipercrítico, ese que puede dudar hasta de su sombra. Se clona la idea, entonces, trasladándola por otro tipo de medios, el cinematográfico, por ejemplo. Hace poco encontré en una película china, de la que hice la crítica, An elephant sitting still que asume esa idea metafórica, la de escapar a un lugar idílico en que la felicidad esté asegurada.

 

Pero si buscamos en la cinematografía al precursor de esta tendencia ensoñadora y placerista hacia el paraíso, la encontramos en el cine clásico en Horizontes perdidos, de Frank Capra (1937).

 

La película trata de cómo varios pasajeros de un avión tienen un accidente en medio de los Himalayas y acaban en una perdida e idílica ciudad, Shangri-La, un lugar en que sus habitantes son felices y no envejecen.

 

Seguramente el mito de Shangri-la penetró en la mente de millones de espectadores, ya desde pequeños, a través del cine y la televisión. Los que de niños la llegamos a ver, tenemos un recuerdo nítido de ella. Con nitidez podemos recordar ese paraíso prometido, entre montañas, seguro que debía existir, porque nadie podía inventarse un lugar así si no existía de alguna manera.

 

Shangri-la prometía un espacio para la paz y la seguridad, para la belleza y el bienestar.

 

Aunque la película es norteamericana, el gobierno chino recogió el guante y en el año 2002 le puso el nombre de Shangri-la a una ciudad de una provincia al norte del país, con el fin de evocar el misticismo de la legendaria ciudad y así atraer a los turistas ávidos de salvación y trascendencia.

 

El sueño húmedo del buenismo: Un lugar en el que ondea la bandera del “paz y amor”, engalanando hermosos alféizares.

 

La creación del mito del paraíso prometido deslumbra de tal manera que se hace difícil resistirse a sus encantos. Los poderes mandantes revisan el concepto y lo reformulan a partir de nuevos constructos imaginarios. El último, el referido a la Agenda 2030 (en el que prometían inicialmente un lugar en el que “no tendrás nada y serás feliz”), con la que ilusionan que vendrá el fin de la pobreza y el hambre, pleno empleo y un trabajo decente para todos. Curiosamente, en su folleto programático, se habla de las “cinco P” referente a los cinco pilares que la sustentan y que empiezan por la letra P, aunque uno comprueba solo 4. Quizás están a la espera de incluir la P de Paraíso definitivo.

 

Los paraísos acostumbran a surgir asociados a la escatología, o estudio del fin de los tiempos. Ahora que el conspiracionismo crece y se expansiona desaforadamente, comienzan a emerger algunos proyectos paradisíacos. He leído ya algo sobre alguno en el que, aportando una suma generosa de pecunio te ponen la vivienda y una organización de vida en plena naturaleza para que no te tengas que preocupar de nada (y te salves de la hecatombe que se viene).

 

Parece ser que el origen de la palabra “paraíso” se refiere a jardín real o cercado, y procedía de la antigua Persia. No se hace difícil imaginar que la acepción que la palabra tiene actualmente la pudo urdir la realeza, para tentar a sus súbditos con las riquezas y parabienes que aquella poseía.

 

Vemos, pues, que la idea de paraíso la encontramos siempre empleada por los poderes de turno para suscitar utopías mentales. La RI no ofrece un paraíso idílico, como las mentes infantiles anhelan. Ofrece trabajar por un espacio digno, aceptablemente libre, comunitario, sin poderes dominantes, asambleario, con propiedad privada básica… un espacio en el que el esfuerzo será necesario, tanto físico como psíquico, para salvaguardar su existencia. Quizás se trate del primer movimiento social que no promete un paraíso, pues, además, no sería deseable, por las connotaciones destructivas de lo humano que supone. Avanzar en la construcción de un ser humano con una libertad aceptable dentro de las condiciones de lo que somos. ¿Te parece poco?

 

Tombol

 

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