Por Jesús Trejo

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Hace poco una amiga colgó en wasap una foto haciéndose eco de la nueva cabalgata hedonista y lujuriosa, desenfadada y dionisíaca, del festival LGTBI+ . En dicho panfleto visual, se proclamaba que el lado bueno de la historia estaba de parte de los colectivos recogidos en este acrónimo que parece sacado de las películas de los Monty Pyton, sobre todo porque es difícil entender que se pretenda englobar en una unidad reivindicativa a un conjunto que se llevan a la gresca, bajo el fantasma de la homonormatividad, comandada por la propuesta homosexual clásica, luchando con uñas y dientes, nunca mejor dicho, por las subvenciones y prebendas que otorgan los diversos gobiernos autonómicos y municipales de turno. Como se solía decir dentro del ambiente LGTB barcelonés: “hay demasiada reina para tan poco trono”.
Cuando leí el breve y asertivo slogan de supremacismo moral de la opción eroesteril, rápidamente se me vinieron a la cabeza dos personalidades que en su vida personal han optado por esta práctica tan “transgresora”: por un lado, el embajador USA en Madrid en el año 2013, el homosexual James Costos, que estuvo al frente del escándalo de las escuchas telefónicas que la CIA y el pentágono realizaron en todos los gabinetes europeos, centralizando el espionaje desde la embajada norteamericana en la madrileña calle Serrano. Por otro, esta más reciente, la no menos orgullosa lesbinazi, dirigente del partido AfD, Alice Weidel, quien se autoproclama defensora del ala conservadora del LGTBI+. Por no hablar a nivel doméstico del Ministro de Interior, Marlaska, o de la Ministra de Defensa, Sra Robles, curiosamente seres de luz homoeróticos vinculados al lado más expeditivo y jerárquico del Estado, como son los cuerpos y fuerzas de seguridad y las FFAA.
Esto nos lleva entonces a un comprometido dilema, y es que si la defensa de opciones sexuales no reproductivas aparentemente legitima la bondad de tu posicionamiento, ¿cómo es que en el seno de este movimiento tan transgresor se mantienen ideas reaccionarias, conservadoras y colaboracionistas con el Poder estatuído? ¿No se trataba de que si abrazabas el pensamiento LGTBI te convertías automáticamente en un ser liberado, abierto, maravilloso?
La recurrente apelación a un nuevo sujeto revolucionario que” lo único que tiene que perder son sus cadenas” , es algo característico de las ideologías postmarxistas, para apuntalar la religión política de las democracias liberales como régimen superador de obsoletas y retrógradas ideas, que anidan siempre cómo no, en el seno del pueblo fanatizado y atrasado, al que hay que liberar de supersticiones y tabús a base de festivales y adoctrinamiento.
Y sin embargo, no es en el pueblo ni en la familia donde anidan las ideas homófobas. Los medios de difusión mediática siempre sacan a colación los casos excepcionales donde los gays han sido repudiados por sus progenitores, y han ocultado sin embargo la pasmosa mayoría donde la diversidad sexual de un hijo o hija han sido aceptados con espontánea naturalidad. Y eso que hoy día la institución familiar solo se mantiene en forma de ruina. En los tiempos donde la familia extensa dominaba en la socialización, las personas eran aceptadas con sus diferentes formas de expresar su sexualidad, integradas dentro del conjunto mayor de la vecindad, que no era sino una unión de familias extensas. Las picaronas y sugerentes representaciones erótico festivas en las iglesias del románico popular, incluyendo imágenes homoeróticas grabadas en pilas bautismales, nos dan un testimonio fiel de la gran apertura de miras y laxitud moral en el terreno sexual que mantenían esas gentes supuestamente retrasadas e incultas.
Si echamos la vista atrás, al nacimiento de la cultura occidental, es de todos sabido el componente homoerótico que la Grecia clásica legó, si bien hay que hacer algunas matizaciones. Por un lado, que estas relaciones eran menos carnales y más carismáticas, entre un joven (erómenos o paidika) y una figura adulta (erastés), quien mediante agasajos con regalos y dádivas de por medio, pero sobre todo por su encanto personal, buscaba seducir al joven de buen talante y presencia (los griegos daban mucha importancia al aspecto exterior, haciendo de la unidad entre bueno y bello, “kalos agathós”, su canon de perfección), para formar una relación de camaradería íntima, y que solo aceptaba como acto sexual la eyaculación en muslos y piernas, dejando la penetración anal para los individuos claramente andróginos, los llamados “euryproktos”, afeminados en el sentido absoluto de la palabra, con un comportamiento pasivo y sumiso.
La eficacia combativa que tenía esta vinculación de íntima camaradería se plasmó en el “Batallón sagrado de Tebas”, que confeccionó el brillante estrategos tebano Epaminondas con ciento cincuenta parejas homoeróticas, y que mantuvo la hegemonía militar durante 40 años en la Hélade por su creatividad, arrojo, sacrificio y valentía.
Y sin embargo, volviendo a la actualidad, viendo el comportamiento hedónicamente consumista de estos nuevos partisanos del placer, no parece que las prácticas sexuales sean el marcador para definir la bondad y valía de las personas, sino su praxis y su escala de valores. Así que volvemos a la casilla de salida: si los poderes constituídos, incluso los más reaccionarios como los de la comunidad y la alcaldía de Madrid, avalan y promocionan estas manifestaciones con ingentes cantidades de dinero (no sólo subvenciones directas, sino sobre todo indirectas, en forma de cursos, programas de integración, etc), será que en definitiva les interesa muchísimo. Y lo que interesa es la carga axiológica que se difunde. No es tanto ya una cuestión de conductas sexuales no reproductivas, sino de una filosofía de vida: el placerismo. El american gay of life publicita el lado cómodo, frívolo y b-anal de la existencia, entre otras cosas porque alejado de los problemas económicos y existenciales de la crianza, tiene tiempo y dinero para dedicarlo a sus viajes y su cuidado personal.
La marcha por el orgullo gay se inició en los años 70 en USA, como una forma colorida y hedonista de protesta, y se importó a Europa al ser ésta una decadente civilización imitadora de la cultura anglosajona. Se trataba supuestamente de visibilizar y normalizar el hecho homosexual, pero en realidad se buscaba desarticular el indómito carácter de los movimientos sociales en Estados Unidos, instigados por la guerra de Vietnam, ofreciendo la opción reivindicativa indolora de demandas asumibles para el sistema, hacia donde llevar al sector más retrasado del movimiento de masas. El movimiento gay y el movimiento antisegregacionista se impulsaron a la vez porque ambos dos contenían reformas asumibles y por tanto reforzantes del Estado, además de promocionar en sus ambientes el consumo de drogas en altas cantidades (lo que a la postre llevaría al movimiento homosexual a la crisis del SIDA y al movimiento negro al narcolumpen).
Una vez más se sigue usando la victimización de un colectivo para meter morralla reformista, indolente e institucional, y venderlo como transgresión revolucionaria, para encauzar con ello la inquietud juvenil hacia lopolíticamente correcto. Con ello, el lado defendible del colectivo LGTBI, en tanto expresión de libertad en el terreno privado sexual, queda comprometido por la carga ideológica que lo sustenta. Muchas parejas homosexuales que viven con naturalidad su exposición pública ante su vecindario expresan su incomodidad ante el esperpento carrocero de la marcha, denigrando la dignidad de su opción personal con un espectáculo lascivo y degenerado. Esto muestra que el verdadero homoerotismo está alejado de estas puestas en escena histriónicas, y que hay mucho de pose y propaganda falsa detrás de estos eventos carnavalescos. Al igual que el feminismo es el peor machismo, por retratar a la mujer como un ser indefenso, la marcha del orgullo gay es el mejor escaparate para la homofobia, por ridiculizar de manera grotesca y burlona la pulsión sexual hacia el mismo sexo, y ponérselo fácil a la extrema derecha ascendente en su nueva propuesta represora.
Desde estas páginas, inspiradas en el ideario de la RI, defendemos el ámbito privado y particular como uno de los pilares definitivos de una buena convivencia. Lo personal no es político, y la política no debería interferir en forma de campañas adoctrinadoras en el ámbito privado. Las formas y costumbres en el estilo de vida, que no interfiera en la libertad de los demás, debe ser defendida y aceptada como cualquier otra, ya sea expresión de la sexualidad, de la comida, la vestimenta, el arte o la cultura. Si uno le apetece leer o estar de marcha hasta altas horas debe respetar el sueño de los madrugadores, y si alguien le encanta el churrasco debe saber compartir mesa con los que optan, por salud o convicciones, con los prefieren alimentos vegetales. Igualmente, las personas inclinadas por el mismo sexo, o por experimentar su sexualidad probando cosas diferentes, debe ser igualmente respetable. Cosas de Perogrullo que conviene de vez en cuando aventar. Pero sin promociones.
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