Por Tombol

Me gustaría hacer una leve incursión sobre la temática “Lo oriental” u “orientalismos”. Estas palabras engloban, de tan genéricas, a todo un compendio de conocimientos y filosofías procedentes de determinadas culturas asiáticas, y que han invadido el mundo occidental desde hace ya bastantes decenios. Mis reflexiones se van a ceñir a la parte de esa cultura que más conozco, la relacionada con el mundo de la espiritualidad y filosofía orientales, esa que se encuentra ya instalada y asimilada en alta proporción en una sociedad occidental hoy ya en clara decadencia.
Lo primero que quiero aclarar es que este escrito no desea atacar a la cultura oriental, ni a sus manifestaciones, ni a nada que proceda de otras culturas con origen popular. Invitamos a cada pueblo a reivindicar sus raíces, a repudiar las impostaciones que se han traído alevosamente para machacar la cultura autóctona y potenciar el autoodio del propio legado popular. Aquí y en Oriente.
Pergeñando lo que una revolución habría de contener, su realización devendría en un proceso de dignificación de los sin poder, lo que podría suponer el rescate de los conocimientos populares que hayan acumulado en esas tierras sus habitantes. De ese saber popular, y que nos pudiera llegar de la cultura oriental, habrá muchas cosas prescindibles, por no estar adaptado a nosotros, y algunas cosas que serán legado universal por su carácter genuinamente comunal.
Y es por eso que lo que toca ahora es rescatar lo nuestro, y hacer un proteccionismo ideológico, porque además lo que se ha importado no puede sino ser lo peor de esas culturas, lo que no quita el respeto a sus pueblos.
Pero vemos que hoy en día, las sociedades europeas y americanas, en gran medida, han incorporado ciertas cosmovisiones e idearios orientales con suma facilidad, y con desprecio o desconocimiento de sus propios legados culturales. Uno se encuentra, a menudo, con personas que refieren citas de tal o cual maestro hindú, pero que desconocen todo de los pueblos de los que proceden, o de Sócrates, por ejemplo. La admiración hacia todo lo que procede de Oriente ha conllevado el desprecio hacia lo propio, o, en el peor de los casos, a su sepultura.
A lo largo de muchos años, yo también, quedé deslumbrado, y luego fagocitado, por todo aquello que procedía de aquellas lejanas culturas, quizás desde que tenía veinte… y es por ello que me siento impelido a exponer mi parecer, conectándolo con mi particular experiencia.
Ni qué decir tiene que esta temática tiene mucha más trascendencia de lo que algunos y algunas puedan pensar, y no es de extrañar, entonces, que ocupe todo un epígrafe (el 23) de las Bases para una Revolución Integral.
Decía que he conocido de cerca, a lo largo de los años, esas corrientes novedosas de procedencia oriental, que divulgaban técnicas salvíficas desde la ejercitación física, terapias diversas, filosofías purificadoras. Esas corrientes tenían todas ellas el sello de “lo oriental”. Yo, ingenuo de mí, joven inexperto, desconfiado del catolicismo atosigador que había conocido, me abracé a aquellas. Y sí, lo hice desde el desconocimiento de lo autóctono, desde la aculturación más ramplona. Es entonces, que conocí la meditación, el tai-chi, el zen, el yoga, el masaje oriental, el reiki, los autores orientales más reputados del momento y los no tanto, los occidentales “orientalizados”, los putos cuencos… y un sinfín de fuentes más a las que dediqué gran parte de mi tiempo. Sí, yo fui un devoto de “lo oriental”.
Sin duda, todo el ideario y reflexiones que me aportaron Félix y la RI (desde sus diversas voces) cambiaron, con el tiempo, mi manera de entender la realidad. Cuanto mejor ha sido el conocimiento que he adquirido de nuestra propia cultura, de su realidad histórica pasada y la que pueda quedar hoy, cuanto más la he reflexionado e investigado, analizada su esencia, comprendido su coherencia… más he ido transformado aquella cosmovisión oriental que había incorporado, una especie de amasijo de conceptos, idearios, vivencias; un corta y pega caprichoso que, en realidad, no me había permitido entender mínimamente el mundo, ni tan siquiera a mí mismo.
Urge volver a lo esencial de nuestra cultura, conocerla bien, desarrollar sus metodologías, salvar sus aportaciones. Al menos, debe ser planteado como el objetivo deseable, con la intención de entender lo que casi ya nos ha sido arrebatado del todo; y para entender que “lo de fuera” ha venido como una invasión, fácilmente nociva por ser capaz de desvirtuar el pasado del que procedemos.
Ya sabemos que las medias verdades son mentiras. Para mí, que algo he leído de filosofías orientales, encuentro que se ha expandido la parte de ellas cuya cosmovisión delata una esencia buenista y engañosa (por anestesiadora) en su raíz. Las medias verdades contienen eso, algunas verdades, algunas cosas que pueden resultar útiles, incorporables a nuestro conocimiento particular. Pero no nos engañemos, no hay tanta “sustancia” útil como se pretende, tanto material para cubrir supuestos “vacíos”. Mi experiencia me ha enseñado que quien se encuentra muy aferrado a esos aportes de “lo oriental”, normalmente, se encuentra APEGADO a esa “esencia” tan “elevadora” y “profunda” que vivimos o creímos vivir cuando nos introdujimos en ella…
Hace algo menos de 25 años, me encontraba particularmente desorientado. El casarme y tener hijos había trastocado mi “orden mental”, mi tranquilidad, mi vida acomodada. Tras varios años de impasse en esta situación (en la que mi experiencia anterior con las técnicas orientales de poco me sirvió), buscando desarrollar una nueva disciplina, con más profundidad, me llevó al yoga. Primero tomando abundantes clases; y luego, tras años de práctica, sacándome el título de profesor (en una escuela de yoga tradicional) e impartiendo clases.
Conocí de cerca el mundo del yoga, al igual que conocí el de la meditación.
Una anécdota reciente: Alguien que se había iniciado hace poco en esta última disciplina, me dijo, en respuesta a mi aparente rechazo a su práctica (el de la meditación), que “quizás no la había entendido”, aduciendo que mi rechazo podía proceder de que nunca entendí nada; y en cambio, esa persona, en cuatro días, sí lo había entendido. Nos sirve este ejemplo para entender la potencia y el efecto hipnótico que acumulan esas prácticas tan relacionadas con “lo oriental”.
El tufo de “lo oriental” lo ha ido invadiendo todo, me refiero a esas aserciones alambicadas, a esas invocaciones espiritualistas de bolsillo, a todo el llamado mundo de la autoayuda y la autotransformación interior. Lo ha infectado todo, y lo he comprendido a medida que he ido mejorando el conocimiento de la cultura de la que mayormente procedo.
Entiendo a quienes, dentro de la RI, propugnan lo que podríamos llamar “líneas aperturistas” a otras metodologías e idearios, sean del mundo de la sanidad o de la espiritualidad, o lo que sea. Pero concuerdo con quienes piensan que no es el momento de hacer esas aperturas, pues, aparte del proteccionismo ideológico que procede, conviene tener bien identificado lo que es nocivo para ese proteccionismo, análisis provechoso que está por hacer, y por tanto no es adecuado mostrarse benevolente con esas aportaciones foráneas.
Sigo con mi experiencia del yoga. En el acto de la graduación como profesor, me asignaron un nombre sánscrito, con el que iba a ser identificado en todo aquel ámbito yóguico. Ese nombre significaba “El que ha leído (y comprendido) los Vedas”. Digamos que me identificaron como una especie de sabio de lo oriental. Sí. (Risas). Conocí el mundo del yoga, desde dentro.
El otro día vi un documental sobre la época de la Alemania de Hitler, en los años 30’, concretamente en 1934; pude contemplar los desfiles, los eventos de masas, el despliegue militar descomunal… Hitler, en sus discursos ante la enfervorizada masa, hablaba de trabajar por la paz y la prosperidad… Uno, ahora, ve ese documental y piensa: “Qué más dan las palabras, pues, a los ojos de un espectador, es evidente que todo se estaba HACIENDO desde lo marcial, el liderazgo caudillista, la concentración de poder militar, la jerarquía controladora; aquello era EVIDENTE, la realidad se mostraba y se manifestaba, por sí misma, en los HECHOS. Pero nadie pareció verlo”.
Si eso lo trasladamos a la época actual... ¿Qué es lo manifestado y qué no vemos? Todo está tan deteriorado, deformado, transformado antinaturalmente, que hemos perdido la perspectiva, para ser capaces de ver. La perspectiva la tenemos gracias a lo nuestro, a lo autóctono, a lo que nuestros ancestros desarrollaron durante siglos.
¿Qué es lo que no vemos? En mi opinión, si vemos el mundo que nos rodea (de cemento y hormigón, tan ajetreado, tan esclavizado, tan gris, tan acelerado, tan artificioso) creo que podemos deducir claramente que el ser humano no ha nacido para vivir así. Lo que vemos es el desarrollo, deforme y disfuncional, del Poder del Estado. Es por eso que comprendo que, para entender cómo hemos llegado hasta aquí, debemos poner en duda todo lo que nos viene prestado, y particularmente lo que es foráneo. Nuestra cultura nos acerca a una esencia, a alguna clase de mismidad, y ninguna otra aportación puede sustituirla. Y no solo por lo que nos da como individuos, sino también por lo que nos da como comunidad de iguales, pues nos acerca a una cosmovisión compartida como grupo humano. No podemos permitir que esto resulte contaminado desde la pusilanimidad y el buenismo, actitudes promocionadas desde las filosofías importadas de las que estoy hablando.
En la pandemia rompí vínculos con los ambientes yóguicos. Y he ido, a partir de entonces, depurando esta cuestión, la del yoga (y la del resto de “orientalidades”) hasta el día de hoy. Ya colgué un artículo sobre la meditación. Que conste en acta que la voluntad de ese artículo no era atacar la meditación per se, sino desenmascarar su elemento contaminante foráneo, y ayudar a ver qué es lo que, esencialmente, necesita comprender un ser humano que quiera trabajar “lo espiritual”.
Ahora, esporádicamente, doy clases de “yoga” en un gimnasio, cuando me las piden como favor. El gimnasio anuncia clases de yoga y yo procuro lo que la gente que va desea, un trabajo de estiramiento efectivo. He desprovisto de elementos orientales toda la clase, de alusiones identificadoras con otra cultura, de comportamientos “espirituales” prestados. Advierto al alumnado, a menudo, expresamente, que no me interesa lo oriental, que me he desligado de ello, e incluso reivindico la propia cultura. He tenido que dar “una vuelta” a gestos, expresiones, actitudes, para buscar la manera de convertir unas clases de yoga en unas clases de estiramientos con trabajo de conciencia de los procesos fisiológicos. Ahora hablo de “trabajar la voluntad” en vez de “entrar en la paz interior”; de “enforcarnos en el valor de la paciencia” en vez de “disfrutar de la dicha interior”. Ahora, introduzco cierta quietud entre los estiramientos. La quietud no la “inventaron” los orientales. La serenidad no la “inventaron” los orientales. La calma no la “inventaron” los orientales. Y, de esta manera, he ido transformando las clases. Y, sinceramente, en esta práctica, la última que me une de manera material con “los orientalismos”, no siento que implique una traición a nada que la RI propugna.
Lo que he querido referir con esta experiencia personal es que, una vez entendida la nocividad, podemos ir dando pasos que den coherencia a nuestro quehacer diario.
Una última consideración: La cuestión de la EMOCIONALIDAD. Se ha implementado, hoy en día, por los aparatos de poder, la emocionalidad como herramienta para desvirtuar y emponzoñar la capacidad de comprensión y discernimiento de la sociedad. Lo he comprobado con el cine que se produce. La emocionalidad, como aspecto humano desvinculado de otras cualidades, lleva a perder toda capacidad de perspectiva ecuánime. Ya sé que aflojar esa “cosmovisión emocionalista” puede implicar que no folles. Que puede hacerte quedar como un machista mierdoso. La emocionalidad debe estar bien integrada con el resto de nuestras facultades, debe ayudarnos a discernir con libertad y hondura, igual que debe estar integrada la firmeza o la fuerza, atributos que quizás sean más masculinos, a diferencia de aquel, en principio cualidad más femenina. La emocionalidad está directamente relacionada con la forma en que hemos integrado las nuevas cosmovisiones orientales.
El problema de todo lo expuesto es que ESTÁ INSCRITO en una realidad ACULTURADORA. Quienes se dedican a orientalismos (en cualquiera de las áreas) es por dinero y/o por estar ACULTURADOS y debido a ello buscan cultura y saberes en otras partes. Si lo supieran TODO de su cultura y los saberes de ésta, entonces no necesitarían buscar FUERA; o al contrario; es decir, sí tendría sentido conocer lo de fuera para cotejar con lo de dentro. Pero, de hecho, la mayor parte de los orientalistas autóctonos, además de no tener ni idea de los saberes y culturas autóctonos, ni siquiera han tenido que hacer el esfuerzo de BUSCAR FUERA, con verdadero interés, sino que lo que saben o creen saber, lo han aprendido AQUÍ, mediante cursillos y tal.
Casi que podemos afirmar, por ejemplo, que la acupuntura les funciona más a los chinos que a los europeos, porque la medicina, al igual que el lenguaje, es una expresión de la cultura, está inserta en ella.
Concluyo recalcando que yo he sido seguidor de esas cosmovisiones orientalistas, pero que, a día de hoy, he comprendido que no las necesito. Ni para comprender la realidad ni para comprenderme a mí mismo. ¿Me aportaron algo? Es posible, muy posible. Pero creo que más se debió por lo que me ayudó a dejar atrás, es decir, una ayuda indirecta. Ahora puedo ver que todo lo que me había parecido que “necesitaba”, en realidad eran escapatorias mentales para no ser capaz de entender la realidad inmediata. Para ver la realidad lo más nítidamente posible, necesitamos abandonar toda la morralla que nos impide ver. Necesitamos acercarnos lo más posible a lo que en origen somos, y no a lo que nos han dicho que debemos ser. Veo que los argumentarios de la RI a veces son catalogados como “demasiado duros” pero lo cierto es que nuestra sociedad requiere, para sanearse, purificarse de todo aquello que provenga del Estado. Y en este contexto, sí, “lo oriental” procede de una acción estatal, una acción que manipula o degrada a sus creyentes.
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