Migrar no es un derecho

Publicado el 1 de julio de 2025, 21:50

Por Gka

[Tiempo estimado de lectura: 8 min]

 

Hoy día es muy común leer y escuchar el moderno lema de “migrar es un derecho, el turismo un privilegio”, una falsa dicotomía que alimenta una renovada mentalidad liberal disfrazada de las clásicas ideologías decimonónicas, socialdemócratas de todo pelaje. La libre circulación de personas es el equivalente a la libre circulación de mercancías, la libre circulación de mano de obra, la libre disposición de esclavos a las ordenes de quienes dirigen la producción económica y política. Una mentalidad liberal, en toda regla.

 

Igual que el turismo, migrar es una posibilidad, una elección. La diferencia fundamental entre uno y otro es el estatus económico del que uno goza; quien hace turismo tiene un estatus que le permite moverse holgadamente y según la legalidad del espacio en el que se mueve. Quien migra, busca principalmente prosperar económicamente (en algunos casos huir de circunstancias adversas) para conseguir el estatus que tiene el que hace turismo. Un migrante que prospera, es un potencial turista futuro.

 

¿Quién otorga el derecho a migrar? El derecho en tanto que ejercicio de la fuerza lo otorga un Estado, lo otorga tanto en el sentido de inmigrar (tolerar la entrada de fuera) como en el de emigrar (fomentar la salida al exterior). Al Estado le interesa sobre todo el desarraigo, el mestizaje, la homogeneización, sostenerse demográficamente, incrementar el consumo y la fiscalidad, y mantener el estatus quo mediante el ejercicio de la fuerza. Para todo ello, el turismo y la migración son herramientas perfectamente funcionales.

 

Se nos dice que la migración es un fenómeno intrínseco a la historia de la vida humana; desde que los primeros homo sapiens migraron desde África a Eurasia, hasta el éxodo rural que movilizó a millones de personas del campo a la ciudad promovido por el Estado franquista. Toda migración masiva en la historia ha supuesto una degeneración de los espacios vitales (territoriales, étnicos, lingüísticos, consuetudinarios, naturales) tanto en origen como en destino. Mayoritariamente han sido movimientos impuestos por la máxima de la conquista y donde ha habido pueblos soberanos, resistentes, ha habido batalla a la conquista. La migración es hoy una vía moderna de conquista, donde el peón conquistador viene desarmado pero escoltado por el mando del Estado que lo acoge.

 

Frente al derecho a migrar, está la responsabilidad de preservar lo propio, el lugar donde uno vive, donde uno ha crecido, donde se ha desarrollado su modo de vida, su cultura, su lengua, sus tradiciones, sus formas de hacer. Está la responsabilidad de poner límites, de poder decir quien sí y quien no, de acuerdo al principio de preservación, de supervivencia y de los límites materiales de los que se dispongan. Igual que el planeta tiene límites, igual que los recursos globales son finitos, los recursos locales son igualmente finitos: potencialmente limitados según el ejercicio de la soberanía popular.

 

La vida son fronteras, lindes, márgenes, divisorias, membranas. Sin definir lo que es dentro y lo que es fuera no hay manera de definir nada de lo que existe. Un átomo, una célula, un órgano, un individuo, una comunidad, una parcela, un bosque, un prado, un monte comunal, todo lo que existe en el plano de la realidad tiene límites, tiene fronteras. El organismo al que pertenecen dichos márgenes es el encargado de su gestión, quien tiene plena potestad, soberanía sobre la cosa en sí. Sin fronteras, solo hay disolución, homogeneización, desconcierto, caos.

 

Los límites a la migración, a la movilidad, son aplicables al turismo. El turismo es malo para las comunidades locales porque las exprime, les fuerza a re-enfocar su forma de vida al servicio de este. El turismo de mochila, el que evita los lugares masificados es igual de dañino, porque igualmente se convierte en moda, en masivo. Lo mismo pasa con la migración, en su fomento está

su mal y su maldad, porque desconfigura las comunidades locales, las agrede de mil maneras, cultural y económicamente con su efecto dumping de conquista.

 

La cruda realidad del presente es que muchos migrantes sirven ya como mercenarios en los ejércitos o fuerzas armadas de sus respectivos nuevos Estados, cumpliendo así la gran triada para la que se fomenta el hecho migratorio: 1) promover la fuerza de trabajo barata o semi-esclava, 2) contribuir a la sustitución y homogeneización étnico-cultural y 3) participar activamente en su incorporación al ejército y resto de fuerzas represivas en calidad de mercenarios.

 

Quienes abogamos por una revolución integral comunal, nos posicionamos contra el hecho migratorio igual que contra el turismo, por ser ambos dañinos y diferentes expresiones de una misma mentalidad liberal.

 

Gka

Junio 2025

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