Filosofía de la adicción

Publicado el 1 de abril de 2025, 20:36

Por Jesús Trejo

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Zarren hautsa egun batean

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En el análisis multifactorial a realizar para poder entender el fenómeno de la drogadicción, la ideología profunda o metafísica juega un papel no menos importante. Y especialmente, la visión filosófica que se tenga sobre las capacidades del individuo. Un sujeto enaltecido y autoafirmado en sus propias fuerzas renegará de dependencias políticas o fisiológicas, mientras que un ser disminuido será proclive a buscar el amparo de instituciones garantistas y de sustancias que le hagan sentirse mejor. Porque si bien es obvio que al Poder instituido le interesa sobremanera promocionar una existencia adictiva2, no lo es menos que solo lo consigue en sujetos ya debilitados internamente, con una autopercepción degradada.

 

Hasta hace relativamente poco tiempo, la imagen del hombre en Occidente estaba en alta estima. La condición humana hasta la Ilustración estuvo emparentada con la divinidad3 gracias a la inteligencia compartida con lo inconmensurable, y ello hacía del entusiasmo una de las características helénicas más propias de estar en el mundo. El término griego, “enthousiasmós”, significa estar poseído por Dios, y era El logos, la razón intercomunicada, la que impelía a una pulsión esforzada y enamoradiza hacia el todo. Sentirte Dios estimula un estado de ánimo pletórico y vigoroso, incólume al desánimo y la apatía, con buen humor, cordial, equilibrado y positivo, exultante. Podemos decir que estar entusiasmados es estar “enganchados a la vida”.

 

En el imaginario griego estas intuiciones se condensaron en la creación numínica de la figura de Hércules, el esforzado héroe cuya solución a sus famosas pruebas eran por lo general una mezcla de valentía, inteligencia práctica y cooperación con amigos y familiares.

 

La libertad autorregulada que encarnaba Heracles, era la viva expresión de la individualidad griega poderosa y confiada que permitió la superación del estado de sumisión tiránica, en aquel tiempo representaba por el imperio aqueménida (persa) , marcando con ello el desarrollo de la idea de libertad individual que legaron a la cultura occidental. Y prácticamente desde el mismo momento de la gestación del imaginario hercúleo, esta concepción tuvo que competir con otra que sirvió de contrapunto pesimista, la expresada por Sileno, el compañero borrachín y pendenciero de Dionisos4, que en la mitología griega se le achaca haber proferido esta sentencia: “lo mejor para el hombre es no nacer, y si ha nacido morir pronto”. Estos dos vectores de fuerzas contrapuestas que afirmaban o negaban el papel de la persona afloraron como consecuencia del inevitable conflicto entre eros y tanatos5 que se generan en las comunidades cuando los pueblos pierden la libertad política y se afianzan las estructuras estatales, como ocurrió cuando los habitantes de las polis entraron a lo largo del 600 a. c. en un estado de cautividad y desamparo ante la pérdida de sus espacios de autogobierno, convirtiéndose las asambleas populares en un nido de sofistas al servicio de las elites poderhabientes. Además, la visión pesimista fue alimentada desde el centro del poder de los grandes mecenas acaudalados, para restar fuerza y vigor a la rebeldía individual, incitando a lo disoluto y placentero. La antaño heroica y vital sociedad griega mostró esa tendencia depresiva e imperialista impulsada por las elites propietaristas, que se tradujo en un aumento desde el siglo VI a.c. de participantes en los misterios eleusinos y luego órfico-dionisíacos, íntimamente vinculados a la ingesta de drogas (cornezuelo del trigo y el alcohol respectivamente). Porque cuando el dios interior se convierte en rufián, y lo acomodaticio invade el sentido de la existencia, los objetivos a defender dejan de estar guiados por la virtud, convirtiéndose en pérfidos e interesados, más afines a los intereses de los poderosos, y comienzan a proliferar sucedáneos anímico-espirituales.

 

Sócrates y sus posteriores seguidores cínicos y estoicos se rebelaron contra esta debacle existencial, criticando con su comportamiento y sus ácidos discursos parrésicos6 la disolución del buen ánimo connatural, sustituido por sustancias artificiales euforizantes , y apuntando a la deyección de lo divino en el hombre que favorecieron las corrientes hedonistas de los cirenaicos. Este repudio a los bienes, el placer y la riqueza se transmitió con posterioridad a la cultura occidental gracias al cristianismo, que fue el movimiento ideológico que recogió estas corrientes cínico-estoicas y afianzó la dignidad humana mediante la figura de Jesús y su relación filial con lo divino, que luego era transmitida a los creyentes mediante el rito de la eucaristía. Esto explica los denodados esfuerzos desde las instancias imperiales por intentar aniquilar primero, y ganarse posteriormente con artimañas, al movimiento cristiano, con la creación de la institución eclesiástica y el nombramiento a dedo de su cúpula obispal, para encauzar al crecido espíritu popular hacia la sumisa rueda de la obediencia al emperador. Desde entonces, la Iglesia católica formó un hibrido antagónico entre piedad cristiana popular y avidez de sus prebostes que se mantuvo en equilibrio inestable, como toda relación de doble poder, y que se plasmó claramente en la Alta Edad Media con la pervivencia coetánea de dos artes románicos, el aúlico-institucional, sobrio, sombrío y recatado, y uno de raíz popular, vital, erótico y vinculado al trabajo estacional en el campo7. La evolución de este conflicto fue decantándose en favor de las estructuras jerárquicas estatales y eclesiásticas, y junto a ellas crecieron igualmente el aumento de los paliativos corporales, el vino y las bebidas espirituosas, destiladas con fruición en los centros monásticos que antaño sirvieron de lugar de convivencia fraternal y repudio de la comodidad elitista , con su ya conocido “ora et labora” 8.

 

En el renacimiento, a pesar del lastre decisivo que supuso las corrientes hedonistas, son muy ilustrativas dos figuras igualmente defensoras de la reafirmación hercúlea de la existencia, Pico della Mirándola con sus 900 tesis y G. Bruno, que intentaron enaltecer la apocada imagen antropológica que ya dominaba entre bastidores, propiciaba por todos los excesos y degradaciones en las ciudades italianas en esa época, con los Médici y la curia romana.

 

La época moderna pretendió acabar con la tiranía clerical, y para finales del XVIII, los enciclopedistas franceses atacaron furibundamente toda idea transcendente, instituyendo la muerte de Dios. Pero ello, lejos de liberar al hombre de las trabas morales, le encadenó a un nuevo tipo de servidumbre, la materialista-consumista. El endiosamiento del Estado fue literal, bajo el cual, todas las criaturas debían arrodillarse y rendir pleitesía, pagar los impuestos y servir hasta la muerte o el desmembramiento en las guerras por nuevas posesiones, y de nuevo la vinculación con las drogas en este gregarismo liberticida es clarificador: una parte de la soldada pagada a los infantes y marinos era mediante alcohol: el ron o el vodka9.

 

Ya en la época contemporánea a la que pertenecemos, el corolario nietzscheano, supuestamente transgresor y liberador: “si Dios ha muerto, todo está permitido”, resume la base sustancial y filosófica que padece la dignidad aurea del individuo actual. Dado que ya no hay divinidad, tampoco la hay en el interior de uno mismo, y ahora la vida se convierte en arrastrarse por el tedio y el hastío de la repetición sisífica del trabajo asalariado, del convencionalismo social y el consumo10. Ahora todo se resume en ser “humanos, demasiado humanos”. Con ello se daba carpetazo definitivo a todos los bienes inmateriales y altas aspiraciones que daban sentido a la existencia, y nos exhorta a concentrar esfuerzos en la consecución de bienes terrenos y materiales, o como dice eufemísticamente Nietzsche, tener “amor a la tierra”. Y dado que el hombre ya no es algo sagrado, se puede comerciar con él, se puede experimentar con la existencia, puedes transgredir los límites como gustaba decir al filósofo alemán, y naturalmente, y como “poder es deber”, entonces debes superar la realidad incómoda con brebajes y sustancias que alteren tu percepción. Detrás de la hipócrita aceptación del sentido trágico de la existencia, Nietzsche era un profundo nihilista depresivo y misántropo. De las pocas coherencias que el sifilítico pensador mantuvo fue su dependencia a sustancias psicotrópicas, que él mismo se recetaba suplantando la firma de su médico.11

 

El materialismo ramplón que pergeña esta filosofía nietzscheana ha sido el mayor ascendente que ha tenido la cultura occidental contemporánea en favor de la experimentación con sustancias estupefacientes, gracias a las correas de transmisión de masas, como la literatura, las artes escénicas y sobre todo, la música. Todo el escapismo y la irresponsabilidad infantil promocionadas desde los púlpitos de las nuevas iglesias de la contracultura bebieron ávidamente del néctar dionisiaco del filósofo del martillo, o mejor dicho del porrillo. Con ello se ha conseguido apaciguar el inconformismo propio de la juventud ante la perspectiva de un mundo desencantado y desalmado, sin Dios, y por tanto, sin entusiasmo.

 

Por eso la clave seguirá siendo recuperar una imagen regenerante y vigorosa que los individuos tengan de sí. Un ser que se niega a sí mismo, cargado de culpa y autoodio tal y como actualmente se instruye en las sociedades occidentales, que reniega de todo proyecto trascendente, seguirá siendo una marioneta en este parque de atracciones que el estado de bienestar ha convertido la existencia humana, rebajándola a mero bufón de sí mismo.

 

La propuesta filosófica revitalizante ha de pasar, después de ajustar cuentas con esta filosofía de la adicción, con una reivindicación de lo celeste y mágico en el interior de cada ser humano, con la reactivación del espíritu hercúleo que independientemente del resultado de las acciones, se anime a limpiar todo el lodazal que ha depositado sobre la maravilla terrestre el putrefacto sistema de dominio monetario-coercitivo institucionalizado en los Estados , que busca degradar a las personas y hacerlas doblemente adictas, a las drogas y a la esclavitud económica. Debemos recuperar la magnificencia del ser individual, su carácter sagrado e inviolable, con una coraza moral a prueba de jeringas y pastillas, sean éstas dadas por camellos ilegales o expedidas con el sello del camello ministerial de la Sanidad “pública”.

 

Abusando de la figura del magnífico héroe griego, en el octavo trabajo, Hércules tuvo que deshacerse de las yeguas carnívoras del rey Diomedes, alimentadas con los cuerpos de los incautos que llegaban a su reino. Al final y tras varias peripecias, nuestro esforzado héroe logró arrojar al propio rey para que fuera devorado por sus propios caballos asesinos, quienes una vez acabaron con el cuerpo del tirano, se amansaron. Si utilizamos el sobrenombre de caballo como sinónimo de heroína, la droga más letal en los años 80 en el estado español, este mito expresa claramente el trabajo hercúleo a realizar en el tema de la drogadicción: acabar con la figura máxima de Poder, que ahora en vez del rey Diomedes es el Estado, para apaciguar las epidemias de droga que éste ocasiona.

 

Si somos polvo de estrellas, tenemos que reivindicar cómo volver a nuestros orígenes12 : “per aspera ad Astra”, combatiendo con los paliativos naturales de la amistad, el amor, la virtud y la dignidad, todos los agravios e inconvenientes del mundo doloroso, injusto y subhumano que caracteriza la vida en sociedades con estado desde siempre. Porque como decía Borges, nos ha tocado vivir una mala época, como a todo el mundo13. Es preciso un cambio en la percepción existencial, donde en vez de venir a solazarnos y abusar de las favorables condiciones en que nos ha tocado vivir, decidamos optar por enfrentar los retos que nos harán sentirnos como dioses, entusiasmarnos. Si en estas batallas logramos victorias parciales, las celebraremos brindando con una copita de buen vino para sellar la unión de los corazones y enaltecernos más, pero no para alejarnos del apasionante deber de la lucha.

 

Jesús Trejo

 

1 “el polvo de estrellas se convirtió un día en germen de vida” poema popularizado por el cantante Mikel Laboa, de Xabier Lete.

 

2 El término “addictio” se acuñó en la sociedad romana precisamente para indicar la situación de los ciudadanos libres que habían caído en relación de servidumbre esclava por motivos de deudas, y en definitiva, la vida dedicada a la producción y al consumo sin sentido, tal y como se desarrollan en las contemporáneas sociedades-empresas bajo dominio jerárquico y sin libertad, como nuestras democracias representativas, son sociedades de adictos, esclavizados por el dinero, que abren la puerta claramente a otras formas de dependencia.

 

3 Hay dos conceptos griegos utilizados para referirse a la relación entre el hombre y Dios: uno, el menos contaminado ideológicamente, es “syngeneia”, parentesco sustancial con lo divino, que estaba profundamente vinculado a la cultura griega y desde Protágoras enraizó en el pensamiento socrático; el otro es “homoiosis Theo” semejanza sin vinculación, para rebajar la autoconfianza popular en sus fuerzas, y que inauguró Platón para hacerlo depender de la dirección de la casta ideológico-filosófica. En laminillas funerarias de Grecia se recoge esta inscripción: “soy hijo de la tierra y del cielo estrellado, pero mi raza es celeste”. De ambas tradiciones y legados culturales se nutrió la cultura occidental hasta que el siglo de las “luces” fue calcinando las aspiraciones etéreas del pueblo con el laicismo ramplón de los herederos de Diderot (en realidad una nueva religión política de culto al Estado). “La homoiosis theo en el medioplatonismo pagano y cristiano del siglo II” Viviana Laura Felix, Cuadernos Medievales de Cuyo3, pp 75-92.

 

4 Es muy revelador que tanto a Sileno como a Dionisos se les atribuya su nacimiento en la misma ciudad perteneciente al imperio persa: Nisa. Igualmente es relevante que Sileno fuera representado en sus inicios como un ser hipotanes, mitad caballo mitad hombre, con lo que hay un cierta probabilidad que uno de los trabajos de Hercules, contra las yeguas carnívoras, fueran en realidad una crítica a la desmesura asocial provocada por los excesos del vino y sus seguidores.

 

5 En el reino animal, las drogas son usadas como ataque o advertencia, y están vinculadas al riesgo de muerte. Esta vinculación entre tánatos y drogodependencia es mantenida en este trabajo .

 

6 La parrhesía era el habla peculiar que caracterizaba a los cínicos desde Diógenes, mezcla de desfachatez, desinhibición y crudeza. “Los cínicos” Seix Barral, 2000 VV.AA.

 

7 “Tiempo, historia y sublimidad en el románico rural” Félix Rodrigo Mora. Ed Potlach, pp 33-35.

 

8 “vida comunal y transformación” Jose F. Escribano. Ed. Bagauda.

 

9 “Las drogas en la guerra” L. Kamienski, pg 44 a 58.

 

10 Schopenhauer se dio cuenta de este desencanto vital, presentando el sentimiento nihillista de hastío por la vida, que para él solo podría ser superado con filosofía oriental, buscando el amansamiento de los instintos, y con el arte. Nietzsche, discípulo del agrio pensador, sin rehuir las propuestas orientalistas, optó por la euforia energizante que ofrece una vida de dominador, con el subidón adrenalínico que ofrece el acto de enseñorearte ante el resto de la población: aplastar, pisar, adoctrinar. “Yo practico el oficio de señor” decía Nietzsche . Curt Paul Janz “F. Nietzsche” A.E. tomo I, pg 74.

 

11 “F. Nietzsche” C.P.Janz, A.E. tomo III, pg 136 y 255.

 

12 La recuperación del saber clásico, especialmente de las aportaciones socráticas, estoicas y cínicas, junto con las experiencias concejiles de la alta edad media hispana para nuestro caso particular, y en especial la del movimiento bagauda desarrollado en el norte de la península ibérica, debería ser un estímulo euforizante para volver a levantarse del aplomamiento bienestarista, rompiendo con la funesta idea impuesta por el progresismo, según la cual, todo lo antiguo está desfasado. En lo que respecta a moral, estamos a años luz de sus logros y aportaciones.

 

13 “le tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir” en “Otras Inquisiciones: Nueva refutación del tiempo”, Obras completas Tomo I, ed RBA, pg 758.

 

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