La poesía popular hoy

Publicado el 1 de julio de 2025, 21:51

Por Antonio de Murcia

[Tiempo estimado de lectura: 22 min.]

 

La guerra es contra el pueblo

Hay quien dice que la Tercera guerra mundial está cerca. Otros, que hay motivos para pensar que ya ha empezado, aunque los escenarios bélicos estén todavía localizados. También he oído decir que empezó nada más terminar la Segunda. Yo digo que la guerra empezó en el mundo desde el momento en que en un territorio se estableció un poder capaz de llevarla a cabo.

 

En un primer momento —y desde entonces de forma perpetua— la guerra se ejecuta contra los opositores internos a que se establezca un poder superior subyugando a las comunidades sociales. Es decir, la guerra básica y fundamental es la que se libra contra los partidarios de la libertad como forma de vida. La guerra entre el Poder y el pueblo, ésa es la verdadera guerra mundial incesante. Un conflicto que se da también —y tal vez ésta es su forma más decisiva— en el interior de cada persona. A nivel espiritual es una guerra mundial entre la cosmovisión de la libertad y el autogobierno frente a la cosmovisión contraria que dicta el dominio y gobierno de unos hombres sobre otros.

 

Una vez derrotado el pueblo —pero nunca total y definitivamente—, y asentado sobre una sociedad, el poder tiende a competir y a expandirse contra otros poderes competidores externos. Razón de Estado lo llaman e inevitable es que las razones de estado entren en conflicto. Esos choques agudos que se llaman guerras van y vienen, se agudizan o se aquietan —y entonces se llaman paz—. En esas guerras entre Poderes se sacrifica a los pueblos a mayor gloria del vencedor. Pero la guerra interna permanece activa y continua, y también se llama paz aunque los seres humanos libres sienten y sufren siempre su violencia.

 

La coerción por medio de la violencia es un recurso que el poder procura tener siempre listo, ampliado y perfeccionado, para usarlo cuando lo precisa. Pero los estados modernos se saben más seguros asentados sobre conciencias domeñadas, pues más efectivo es el dominio basado en el asentimiento y complicidad del pueblo con el poder, el dominio —siempre perseguido y nunca alcanzado del todo— sobre las ideas, las costumbres, la cultura y hasta los sentimientos. La aspiración de todo poder es abarcarlo todo, ser totalitario. Tan lógica y natural es esta dinámica del poder por la supremacía ideológica que en toda sociedad se advierte la captación en forma de mecenazgo y compra por parte del soberano de brujos, adivinos, sacerdotes, escribanos, cronistas, los dioses mismos, los artistas, los cultos… y los poetas.

 

El poder ansía que el pueblo llano vea las cosas a través de los ojos de esos apoderados. Ahora bien, bajo todo poder la gente corriente sigue viviendo, hablando, soñando y creando de forma relativamente libre y popular.

 

 

¿Qué es la poesía?

La poesía, simplemente, es una forma de usar el lenguaje. Puede, por tanto, al igual que los demás géneros lingüísticos, adoptar todos los recursos expresivos del mismo: tonalidad, metáfora, repetición, imagen, etc. Puede ser narrativa (como la novela), en forma de epopeya o romance; moralista (como en la fábula); elocuente (como la oratoria); racional (como la filosofía); dramática (como la tragedia); divertida (como la comedia); entretenida como un cuento; exaltada en la oda o en la elegía; humorística en la sátira; íntima en la balada.

 

Como las demás artes (la música, la danza, el teatro, la novela, el ensayo, la lógica o la teoría científica, todos casos de lenguajes, naturales o formales), la poesía es otra forma de investigación, de descubrimiento, de ir más allá de lo conocido, de trasponer los límites del conocimiento, de la percepción y del sentir. Tiene licencia para deleitar, entretener, divertir, sorprender y hechizar. Y la investigación libre, la búsqueda desmandada de la verdad, la denuncia de las mentiras establecidas, atenta siempre contra el Poder.

 

Ahora bien, al igual que cada uno de los demás géneros, se caracteriza por el empleo de recursos expresivos propios. En su caso, el arte poético se permite dejar aflorar el subconsciente gramatical, dislocar la sintaxis, desdibujar los contornos de los significados de las palabras, jugar con su morfología. Estas “infracciones” de las reglas ponen en evidencia las convenciones del lenguaje mismo y revelan la falsedad de las ideas que incorporan las palabras de ese lenguaje. La poesía intenta decir con palabras lo que las palabras no pueden decir. Intenta nombrar lo que no tiene nombre. Descubre las grietas verdaderas de la realidad aparente. Por esto es un arte especialmente transgresor que contraviene los deseos de Orden Establecido del Poder. Quizás por este carácter destructor de muros conserva un hálito de prestigio.

 

Su cualidad distintiva es el uso del ritmo (que la emparenta por ese lado con la música). La poesía es más que nada un arte combinatoria en la que danzan las palabras, los sonidos y las imágenes. El metro es la base de la cadencia rítmica; y su eventual complemento, la rima, subraya el corte del verso y, con su retorno, la estructura de versos y estrofas. La musicalidad contribuye al efecto del poema aportando emociones, sensaciones no verbales ni verbalizables. Ahí se ve que la poesía está hecha para recitarla en voz alta, para declamarla, representarla o incluso para ser cantada.

 

El “verso libre”, si quiere decir arrítmico, no es más que prosa repartida en renglones acortados arbitrariamente. Para considerarse poesía parece que basta con que sea oscura, intimista, reflexiva, intelectual, obra del genio individual de un Autor. Muy personal y por ende poco útil para nadie. Puesto que con esas condiciones no habla más que a una parte de la psique, a la mente, sin participación del resto del cuerpo, sólo puede servir para ser leída. Ya es solamente Literatura.

 

Las rígidas reglas rítmicas fuerzan a que la voluntad consciente del poeta se subordine a un juego casi autónomo del lenguaje. Bien sabemos que el ego personal es un estorbo para todo descubrimiento. La buena poesía, popular o no, será buena en la medida en que “el autor” acierte a quitarse de en medio para dejar que sea la lengua común quien hable. Las unidades de resonancia rítmica de los sucesivos versos encauzan combinaciones inesperadas, hallazgos nuevos en la percepción de las cosas. En aparente paradoja, someterse a las reglas de su arte libera al artista de sus limitaciones personales y lo habilita para ensayar formas de hablar, en la lengua que el Común le ha regalado, de lo que aún no ha sido nombrado. Entonces el poeta no es más que una especie de médium de lo desconocido, pero un médium atento a detener el juego combinatorio en la fórmula más feliz y mejor. Unidos así de forma indisoluble contenido y forma, a veces, si hay suerte, la creación poética culmina en una pequeña maravilla, en una pieza “buena”, es decir, compartida, es decir reconocida como utilizable por quien la escucha.

 

Los logros, aciertos y hallazgos de un poema serán validados únicamente cuando resuenan en el receptor, que entonces exclama: «¡Esto es lo que yo hubiera querido decir y no sabía cómo!» o «¡qué gracia la de esa ocurrencia!» o «¡qué maravillosa forma de mirar!» o «¡nunca se me hubiera ocurrido pensar esto!» o simplemente: «¡qué belleza!».

 

 

La poesía en la actualidad

La poesía es un género literario ¿no?, al menos ocupa una sección propia en las librerías. Hay concursos de premios a porrillo a los que se presenta multitud de gente. Poetas sigue habiendo bastantes y algunas editoriales se dedican a publicarla impresa, preferentemente cuando cuentan con el aval de algún premio importante. Otros muchos auto-editan su poemario con los medios que tan baratos salen hoy en día o lo publican en su blog. Pero parece que se lee poco. Salvo algunos críticos y alguna casa editora, casi nadie comenta sobre poesía o poetas nuevos; no se habla de poesía. Y desde luego los poetas no tienen la influencia que se supone tenían antaño. Con este panorama parecería que la poesía está en trance de desaparecer o al menos de quedarse como un fósil raro y minoritario. Ni mucho menos. La poesía sigue gozando de un aura de prestigio (¿injustificado en la actualidad?). Aunque de un siglo a esta parte la imagen del escritor de poesía, del Poeta, es la de un ser doliente, atormentado, hipersensible y etéreo, que retuerce la lengua en giros que no se comprenden, y quizá él mismo tampoco, pero que suelta retahílas de vagas imágenes pretendidamente sugerentes.

 

Desde la aparición de las llamadas “vanguardias” en el siglo pasado, la poesía se ha vuelto conceptual e intelectual, una cosa hecha por cultos para los cultos. Es la poesía impresa, tipográfica, visual, donde predomina “el mensaje”. Si lo importante es el mensaje, pretenciosamente profundo, se puede prescindir tranquilamente del conocimiento de la más elemental técnica poética. Las demás artes: la pintura, la escultura, la arquitectura… incluso el teatro, han seguido igualmente esta deriva conceptual. No tiene nada de raro que cuando el Poder alcanza su máximo desarrollo se imponga en todos los aspectos que aseguran su fortaleza. El Sistema gasta más recursos en Cultura que en ejércitos porque los productos culturales que financia, condiciona y crea, imponen —por saturación— la visión del mundo que lo sostiene. Odia la infinitud de la naturaleza, lo desconocido y lo sin nombre. Le conviene una visión sobre el mundo reduccionista, materialista y determinista. Sueña con que creamos que todo —y también por supuesto el ser humano— es reducible a definición, a concepto, a número, a cómputo. Con estos medios de control aspira a ser una mente divina capaz de abarcarlo todo a fuerza de reducir a su mortal jerga la naturaleza entera.

 

¿Qué es la poesía popular?

El surgimiento del arte poético se pierde en la bruma del olvido. El texto fundacional de toda la literatura occidental (La Ilíada, siglo VIII a. C.) es un poema recopilación escrita de cantares anteriores transmitidos por tradición oral sobre hechos ocurridos cuatro siglos antes. Si Homero es una sola persona, recogió en sí las creaciones de muchos bardos anteriores. Pero podemos atrevernos a suponer que ese poema es un fruto tardío de muchos milenios de ensayo con los elementos del lenguaje. El origen mismo del lenguaje (con los sonidos naturales y sus onomatopeyas, las metáforas que expanden la razón, las entonaciones que hablan del mundo interior, los nombres que individualizan las cosas significativas para una determinada colectividad) corre paralelo a la invención de la poesía, cuya estructura formal en versos servía a la exacta conmemoración de hechos y nombres.

 

Tradiciones poéticas hay en las lenguas de todo el mundo. Gracias al invento de la escritura, a través de muy diversas fuentes nos llegan ecos de las poéticas orales anteriores a ella. Nuestro mundo antiguo grecolatino nos ha legado una abundante riqueza. De las culturas gala y celtíbera tenemos unos puñados de inscripciones rupestres votivas claramente ritmificadas. Las lenguas latinas nos han legado un río de romances y cantares, comprensibles aún hoy. Muy abundante es la versificación épica en las lenguas germánicas, bálticas y eslavas. Por fuera de Europa se conocen las poesías védica, avéstica, sánscrita, árabe, persa, turca y hebrea. En el lejano oriente, las malaya, filipina, china, japonesa, etc. De América se ha podido estudiar la poesía en quechua, aymara y náhuatl y en el África la senegalesa.

 

En España tenemos al norte y al sur dos ejemplos de poesía repentizada de tradición oral inmemorial: en Euskal Herria el bertso y en Murcia y zonas de Andalucía, el trovo. En ambos la improvisación (cantada o recitada) se ejecuta sobre diferentes estructuras compuestas de tonada, metro y rima. Generalmente el recital tiene la forma de exhibición, concurso o competición sobre un tema propuesto a los bertsolaris y troveros. Espectacular resulta en el trovo, por ejemplo, la controversia entre dos trovadores; o el verso alterno entre cuatro troveros que, introduciendo por turno un verso cada uno, fabrican una quintilla tras otra; o la décima espinela encadenada entre varios troveros de forma que el último verso de la décima del uno tiene que usarlo el trovero siguiente como primero de la suya. Da fe de que esta forma de arte es tan consustancial a lo humano como la propia gramática universal el que en el Ártico los esquimales del hielo practican (o practicaban) una forma análoga de contienda poética.

 

 

Características definitorias de la poesía popular

El calificativo “popular” indica obviamente que una obra está hecha por el pueblo y para uso del pueblo. Y como pueblo no es nadie en particular, sino que está encarnado en lo que tenemos de común, su poesía es esencialmente anónima. Que es decir: no es de nadie sino de quien la usa. No hay que pensar que ‘anónimo’ significa que la elaboración parta de un grupo coral milagrosamente conjuntado. Es una persona, hombre o mujer, con aptitud para dejarse hablar con la voz del pueblo (sin duda recogiendo una tradición oral anterior, acaso transmitida por algún tipo de escuela de cantores o recitadores) y atinar con alguna de esas formulaciones acertadas que dejan en suspenso a los oyentes. A partir de ahí, la comunidad de hablantes se apropia de la obra en la que se reconoce. La tradición popular dispone de años y siglos (tantos como esa lengua en cuestión se mantiene inteligible consigo misma) para los miles y miles de ensayos de combinaciones de palabras, elección de variantes y recreación, corrección o reforma de las fórmulas menos afortunadas.

 

Asociado a este rasgo de poesía-sin-nombre-de-autor está el que sea también oral, ejecutada en el acto de ser recitada o cantada; lo que implica, un tanto paradójicamente, que esta forma viva de poesía sólo podemos conocerla hoy gracias al trabajo de copistas y recopiladores eruditos.

 

Es también inevitablemente local, como las músicas lo eran, circunscrita al ámbito de unos pocos pueblos, donde difícil era la exportación o recepción de influencias desde regiones más o menos alejadas. Y al no constar autor, es también no lucrativa.

 

Otros rasgos secundarios u ocasionales, pero que se dan juntos, están también presentes: como el elemento dramático, el patetismo, la parodia, el humor, o el “contar cantando”, facetas de las cuales la poesía culta ha sacado sus géneros diferenciados.

 

 

El final de lo popular

En este aciago último siglo se ha sufrido el fortalecimiento del Estado y la paralela decadencia de lo popular. La expansión capitalista, acelerada en los últimos sesenta años, ha creado su mundo uniforme en todos los órdenes: desde el urbanismo, la producción y el consumo, hasta la vestimenta y los adornos; pasando desde luego por la cultura en general y la música y la literatura en particular. La creación popular de bienes de uso, técnicas de trabajo, herramientas y obras de arte ha sido sustituida por la producción vertical de mercancías. El mismo camino hacia la extinción ha seguido la música (y la canción) popular.

 

Durante muchos miles de años la poesía no pudo ser más que popular. Tras la invención y la paulatina extensión de la escritura se desarrolla el proceso de influencia de los esquemas versificadores cultos (himnos, cantatas y liturgia en general, con registro escrito, de la Iglesia primero y luego de la Literatura) sobre la tradición oral de canciones, ensalmos, refranes, epopeyas, baladas o romances. En los últimos dos milenios se produce la superposición del cultivo de las artes populares en los versos populares y en los cultos, conviviendo la tradición anónima subliteraria con la poesía literaria. Y en los últimos cien años hemos asistido a la práctica extinción de la lírica popular.

 

Ilustrativo y claro es el caso de la música y la canción popular tradicional amateur, desplazada sobre todo por la música “pop” y los demás géneros profesionales. Las causas de este fallecimiento son múltiples. En el aspecto técnico, los soportes de grabación que permiten la comercialización universal; y los Medios de Comunicación masivos, capaces de hacer de cada creación un producto exportable en el acto. En el socioeconómico, la Industria del Entretenimiento, con la rápida expansión de las Productoras, haciendo el gran negocio a base de consumir a toda velocidad autores e intérpretes a cambio de las coimas por Derechos de Autor o copyright.

 

Pero la causa fundamental es antropológica: la conversión de la gente en masas, por un lado, y por otro su mutación en individuos desarraigados.

 

 

¿Un nuevo tiempo para la poesía popular?

Así es que las fuentes de la poesía popular, tan caudalosas y tan antiguas, se han cegado en nuestro tiempo. Apenas perviven aquí o allá restos de su pasado esplendor. Quizá ámbitos como el flamenco, el country, el góspel o la música espiritual, por poner algunos ejemplos, sean reminiscencias de aquella manera de crear. Recovecos que albergan todavía el placer de ser común frente al lucimiento personal.

 

La máquina del Sistema Estado-Capital avanza arrollando todo. Pero por apabullante que sea su marcha su voluntad de muerte no puede detener la vida. No mientras sigan viniendo criaturas al mundo. En su dinámica imperial desplegó hace unas décadas una máquina concebida para el control instantáneo, absoluto y a distancia; tendió una Red Universal capaz de atrapar a todos los peces del mar. Su dinámica absolutista los convirtió a todos en clientes receptores de su Palabra, pero su codicia ciega también los hizo a cada uno emisores de la suya.

 

Quiero creer que en la red de internet hay la posibilidad de capacidad generativa de una nueva cultura popular, y dentro de ella de una nueva poesía. No como la poesía tradicional que he intentado describir en este texto. No, ésa no, pero sí otra que satisfaga la necesidad imperecedera de expresión del común.

 

Será (está siendo) seguramente en forma de canción mayormente, con sabe dios qué nuevos instrumentos y ritmos. Sí, ya sé que la inmensa mayoría de las canciones que se lanzan a los aires son horrendas en letra y música, aburridas hasta el hartazgo merced a fórmulas de puro cliché musical. Y tan inofensivas para el Poder que sus altavoceros no dudan en atronar el éter con ellas una y otra vez. Los mismos sentimientos expresados en ellas son convertidos en clichés de sí mismos. (Lo cual no impide que quien más quien menos tenga su público y sus fans que se identifican con ese determinado “mensaje”, aunque esto no hable muy bien del nivel del buen gusto general). Hace ya tiempo que casi todas prescinden de la melodía, de la armonía y del ritmo, que queda reducido a simplones golpetazos de percusión. Eso sí, todas van repletas de férreas rimas (muchas espantosas, como ejemplifica el rap ripioso, un triste remedo de las competiciones que recordaba antes), tal vez en vago recuerdo de lo que era un elemento rítmico importante.

 

Pero qué vamos a hacerle: la gracia en el arte siempre ha sido escasa, en todo tiempo y lugar. Y la Red permite una producción barata, al alcance de cualquiera, por lo que ya es ciertamente masiva. Y esto tiene sus consecuencias favorables. La primera es que el esfuerzo creador no provenga de un interés lucrativo, altamente improbable. Una segunda es que de la cantidad puede emerger la calidad, si bien hay que seleccionar mucho. Otra es que, a pesar de ser unos versos de autor con música de autor, la creación y difusión masiva es, en la práctica, por el exceso, una manera de anonimato. Gracias a estos ingredientes quizá sea posible una nueva vida de la poesía popular y común.

 

Así pues: ¡cantad, cantad, malditos!



Antonio de Murcia, 29 junio 2025.

 

 

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