Por Jesús Trejo
“Be water my friend” frase popularizada por el actor Bruce Lee del principio taoísta “wu wei”
“Las piedras no abandonan el valle” proverbio palestino
Zigmunt Baumann fue un pensador que se hizo famoso por lanzar el cronónimo de lo líquido como caracterizador de nuestra época postmoderna. Contrastando con los tiempos sólidos del XIX, donde el ejemplo arquitectónico vendría a ser el hierro o el cemento, las nuevas estructuras diseñadas en el imaginario bien expresado en lo constructivo son ahora de presencia efímera y delicada, como el cristal o el plástico.
Lo líquido ha tenido un gran ascendente en nuestra conciencia, gracias a su promoción llevada a cabo por el sistema educativo, su industria cultural y sus empresas mediáticas propagandísticas. La tradición oriental, el Tao, el hinduísmo e incluso el Islam, con la devoción de los emires y califas por los reguerillos de agua y manantiales (como bien se ve en la Alhambra), metaforizaron su base filosófica en torno a esa versatilidad del líquido elemento por cambiar de estado, por adaptarse a las situaciones, por eludir obstáculos en el camino, y al fin, por evaporarse sin dejar rastro.
Esa manera supuestamente leve y elegante, acuosa, de transitar por el breve tiempo de vida que dura la existencia humana era el deseo más vehemente de la cultura oriental. Su traducción en la cosmovisión popular era una forma de aceptación resignada de lo que hay, al igual como el agua se adapta a la forma del recipiente donde se la encierra. De esta forma, la vida es más llevadera, porque ya no tienes que preocuparte ni sufrir por las estructuras impuestas, sino que te amoldas a ellas, y solo piensas en la bendita evaporación nirvánica.
En Occidente la mentalidad fue conmocionada por otros estímulos. Tal vez por lo agreste del territorio y su orografía montañosa, el caso es que el hito fundacional del espíritu europeo estuvo en Grecia, luego fue consolidada por la cultura latina, y finalmente se cohesionó en el ideal cristiano, y su propuesta fue decididamente sólida. La moral individual era el pilar sobre el que se asentaba toda la acción del sujeto, y su plasmación más plástica fue la formación hoplita en batalla, un cinturón bien ceñido y compacto, escudo contra escudo, firme y rocoso, cuya fuerza radicaba en la asunción por cada individuo, en asamblea, de la necesidad de llevar a cabo ese esfuerzo militar para preservar su libertad e independencia de los otros imperios que querían imponer la propuesta acuosa en forma de diluvio devastador, y a los que enfrentaron victoriosamente.
Hilar fino en la historia es complicado, y a veces da pereza, pero es perentorio hacerlo. Cuando hablamos de Occidente nos referimos a dos realidades, sus estructuras de dominio estatales, y sus gentes. Y a la hora de condenar el imperialismo depravado que se asocia a su nombre, habría que distinguir entre los pueblos y sus mandantes, porque de lo contrario, como sucede de hecho, se mete todo en el mismo saco descalificador y se acaba justamente odiando todo lo que conlleva vivir al oeste de la Sublime Puerta: la blancura de piel, el cristianismo, la libertad, el individualismo.
Esta manera simplificada de analizar las cosas es producto de la dislexia que ha inundado la moral en nuestra sociedad, donde se confunde felicidad con facilidad. Así, se busca lo fácil en lo sencillo, porque lo obstruso y complicado nos amarga, nos obliga a esforzarnos para deshilachar la madeja de lo existente, y como nos han adoctrinado por el estado de bienestar en la inutilidad del sufrimiento, preferimos el camino del error sin complicación a la verdad con aristas y confusa.
A este respecto, es pertinente recuperar un viejo debate que ya se mantuvo a principios de siglo XX, en la convulsionada Europa de entreguerras, con dos términos que son relevantes para desentrañar la cuestión de la felicidad: la diferencia entre confort y placer.
El “konfortismus” fue el mal que los intelectuales europeos encontraron a la hora de desentrañar la decadencia de occidente. Se caracterizaba por el disfrute pasivo de lo conseguido, por el consumo improductivo, por el gasto ostentoso y bizarro, y el gusto por ser servido, incitando a una forma de vida pasiva y contemplativa. El placer, sin embargo, era el producto de una acción encaminada a la consecución de un Bien, ya sea moral o material, era por tanto dinámico y animaba a estar en vela y dispuesto1. Pasando por alto las discusiones bizantinas sobre si esas palabras denotan ambas un apego a una visión hedonista de la existencia, lo cierto es que esa interpretación del placer en tanto que producto, y no fin, de tareas autoimpuestas, era mucho más edificante y transformador que la molicie con que generalmente se ha asociado este término en las filosofías felicistas.
Con todo, hay que aclarar que este malestar cultural ante la molicie, y la reivindicación de la acción como componente básico de la alegría vital, derivó en los “camiscie nere” de mussolini, las “sturmabteilung” (SA) nazis y las falanges prefranquistas, por el ascendente darwinista nietzscheano que anidaba en estos planteamientos fisiologícistas de la condición humana, los cuales solo saben medir la plenitud en términos de secreción de hormonas de la felicidad por medio de una actividad peligrosa. Esta falsa joie de vivre la debemos tener muy presente ahora que de nuevo la juventud va a ser tentada por la extrema derecha matona y militarista, tan apropiada a los nuevos tiempos de conflictos bélicos en preparación.
Para ser justos, hay que reconocer el positivo papel que en algún momento ha tenido la corriente postmoderna a la hora de horadar estos perversos cimientos del edificio de la modernidad. Los principios morales nietzscheanos, basados en la tiranía sobre lo débil, en la necesidad de jerarquías estatólatras para poder organizar la vida social, y en una superioridad chovinista, necesitan ser desmoronados, y en ese aspecto, se aprecia en lo que merece la erosión hídrica sobre esas construcciones malsanas. Pero una vez que fueron absorbidas por el poder, han sido muy provechosas para ejercer el dominio sobre la población sometida. Las sociedades líquidas resultantes tras la IIGM, han facilitado la alteración de la realidad, gracias a que la imagen de las cosas sufre una deformación cuando las vemos a través de la densidad acuosa, posibilitando la era de la postverdad, que no es más que la aceptación de la mentira útil en espíritus líquidos para evitar el dolor de la cruda verdad. Con ello, el poder de manipulación de los dominadores se ha disparado exponencialmente, y todas las ideas llevan la misma gota de agua de su creador, el tándem estado-capital.
Nuestra época relajada de guerra suave, donde el individuo débil, autista infantilizado en los productos que ofrece la sociedad 2.0, ha encontrado su poltrona, va llegando a su fin. Se imponen de nuevo los principios serios, duros, compactos, los únicos que permiten acatar órdenes absurdas y suicidas desde las capitanías militares. El leviatán estatal potenciará esta supuesta solidez a través de la congelación de las conciencias acuosas, con el frío del terror, la propaganda y el chantaje. Frente a ello, deberemos oponer la verdadera solidez en forma de minúsculos granitos de arena, que se compacten en formaciones asamblearias y horizontales, Por eso la recuperación de principios morales sólidos de ayuda mutua, desapego por la riqueza, búsqueda de la verdad y conformar la vida con un alto sentido de lo ético, serán decisivos para una nueva piedra sólida, la sodalicidez, espíritus rocosos que sepan comportarse con la suavidad de la arena de playa en el trato con los iguales, y con la contundencia de los proyectiles cuando se trate de enfrentar los abusos del poder.
Desde estás páginas de Virtud y Revolución nos hemos conjurado para ser parte de esos minúsculos granos de arena, pequeños pero contundentes, que lanzados con decisión sobre las estructuras de los multipoderes agrupados en el estado, logren romper su aparente inocente cristalinidad, sin que en nuestras aportaciones se muestren las gotas de agua típicas de los sicarios intelectuales del sistema.
Jesús Trejo
Notas
1 “Occidentalismo” Ian Buruma y Avishai Margalit, península, barcelona´05. Pg 61
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