Asociacionismo juvenil en los 90
Por Antonio de la Fuente
“Es muy difícil organizarse y luchar por el cambio social mientras uno está pendiente de satisfacer su dependencia” Justo Arriola. A los pies del caballo.
Ya no es pronto para explicar porqué hicimos lo que hicimos en los años de nuestra juventud. Los años 90. Cuando éramos los adolescentes que no tenían futuro, y algunos ya, estaban hasta cansados de vivir, eso sí, después de haberlo intentado numerosas veces, viendo la serie cada semana de Sensación de Vivir, esa que nos ponían en la tele para crearnos un mundo de felicidad y belleza de postal alternativo a la realidad. Estábamos en la crisis de los 90, la que vino después de la de los 80. Me pregunto si alguna vez yo viví en una España sin crisis. Muchos se entregaron a la vida en los bares y discotecas, atiborrándose a alcohol y a drogas cada fin semana, después de estudiar o trabajar. Otros, se salvaron de la selva que llegaba, abriéndose un hueco en algún puesto de la Administración.
Ahora otros pocos, somos los adultos que nos falta el tiempo que perdimos -contaminado por una sociedad que ya venía enferma de vicio- para construir un camino de vida digna, hacia una revolución. Intentar resurgir de las cenizas, si es que hay forma de hacerlo en un mundo que ha dado la vuelta al calcetín y nos lo ha puesto en la cabeza para ahogarnos, es una tarea difícil, aunque no imposible. Y digo, los adultos que quedamos, porque los jóvenes, no se sabe dónde están, y desgraciadamente parece que no se les espera. Pero deberíamos llamarlos.
La reciente lectura del libro A los pies del caballo, además de inspirarme para escribir mi último artículo en esta revista1, me ha trasladado a mi adolescencia tardía. Cuando comencé a estudiar después del colegio en el instituto de formación profesional, primero en Getafe, y después en Madrid a la vez que trabajaba, y mis inquietudes innatas de amor a la verdad y a la libertad, a querer cambiar las cosas, me hicieron acercarme a el activismo “revolucionario” contracultural que existía en ese momento. La época del punk, el grunge y de las casas okupas. También la época post-heroína.
Se podría contrastar con la actualidad, cómo la juventud de de los 90, todavía estaba algo sensibilizada y movilizada en la calle por causas sociales cercanas e importantes. La insumisión a la mili para hombres, las mejoras en las condiciones del trabajo con huelgas generales cada cierto tiempo, contra la pérdida de libertades en todos los ámbitos (Ley Corcuera), el problema de la vivienda y la subida de precios, etc., eran algunas de esas luchas. Aunque no nos engañemos, ya empezaba a funcionar la maquinaria propagandística universitaria, que nos encarrilaba hacia luchas infértiles y lejanas, como las de Chiapas, las religiones políticas como el marxismo o el comunismo, el feminismo de segunda ola, etc. La música punk y el rock radical vasco acompañaba nuestras escenas. Quizás entonces comenzamos a politizarnos, pero existía un grado de actividad y de libertad de conciencia que ahora es difícil encontrar. La Bestia Digital nos ha conducido a la nada más simplista, convirtiéndonos en seres-nada que solo buscan la instantaneidad de la felicidad y el vivir sin problemas. En el mejor de los casos, cerrarnos en la ya apestosa y antigua polarización entre izquierdas y derechas que luchan por sobrevivir en el Estado y junto al Estado, en un mundo que cambia estremecedoramente rápido. Tan rápido, que las antiguas luchas polarizantes se han demostrado rotundamente falsas, pero muy pocos se han enterado aún. Y los que sí, ya no les ha dado tiempo a limpiarse la cabeza de tanto relato a golpe de tweet, y griterío en noticiarios o YouTube, para ganar la batalla de las retóricas. En el arco de la izquierda, las luchas se han reducido o difuminado al ridículo identitario y sexual. En el de la derecha -que es el caballo ganador para el Estado, por la reacción a la inoperancia de la ya amortizada izquierda- todo se reduce a traer mano dura, dinero y poder sin ambages, para depositarnos en definitiva, en una sociedad de esclavización de facto, cocinada a fuego lento a base de sensacionalismo y algoritmo.
Retomando mi historia, que me lío…comencé con 16 años a participar en una asociación juvenil de mi pueblo organizada por unos cuantos jóvenes un poco más mayores que yo, donde nos dedicábamos a la convivencia, saliendo a la montaña, trabajando valores comunitarios, tocando los cancioneros juntos en las veladas, empezar a escalar2, etc… En aquellos tiempos era muy común apuntar a los hijos a los Scouts, y en mi pueblo al menos (que rápidamente se convirtió en una ciudad dormitorio), hubo un boom de Asociaciones Juveniles3. Éstas se organizaban de manera bastante autogestionada, y nadie cobraba un duro por ser monitor o dinamizador. Todo se hacía por amor a la convivencia y la ayuda mutua. Era una iniciativa para mantener a los chavales socializados con otros, en un entorno de valores y de relación con la naturaleza. Algo que intuitivamente, tanto los fundadores como los padres, sentían necesario para alejarlos del rastro que dejó en la ciudad los tiempos de la heroína. Pero mi asociación, llamada Senderismo, se alejaba mucho del tufillo militar y de iglesia de los Scouts, para ser los hippies de las asociaciones que existían en mi pueblo. Es curioso que siempre me decanté por las vías más excéntricas. Nosotros no llevábamos uniformes, ni unos códigos estrictos, aunque los valores cristianos de base eran los que inspiraron a sus fundadores. La creó un profesor de instituto que venía de los Escolapios, y su intención era la de mejorar la vida social de algunas familias y sus chavales, haciendo comunidad a través de las salidas a la montaña.
En Senderismo, una vez el fundador tomó su propio camino como sacerdote y después misionero, y habiendo comenzado la andadura de la Asociación, la idea fue que los jóvenes más mayores y concienciados, tomasen las riendas. ¡Fijaros que cosa tan bonita, natural, necesaria y espontánea! Vaya por delante mi agradecimiento y admiración a esas personas amigas que llevaron a cabo aquella gran empresa. También era bonito que a la sazón, no había apenas mención a ideologías ni religiones políticas, aunque los promotores venían de la izquierda, no se machacaba con eso, ni se especializaron en sectores marginados o identitarios de la sociedad. Esos estaban, pero simplemente todos eran bienvenidos a participar sin grandes prejuicios4. Éramos pocos, eso sí. Quizás unos 15, pero bien avenidos. Nos veíamos una vez a la semana, y luego algunos findes salíamos al monte juntos.
Nuestros padres, aún en tiempos tan difíciles, y teniendo hijos adolescentes, se fiaban de estos monitores sin apenas conocerlos. No existía la neurótica desconfianza de ahora. Tampoco la enorme irresponsabilidad y la indiferencia de los padres para todo y para con todos. La atomización y el aislamiento cada vez mayor que suponen los trabajos asalariados o autónomos que han embrutecido y llevado al cansancio y que restan tiempo de calidad para los hijos y las relaciones sociales, son complementados por las tecnologías de la información, esa Bestia Digital (móviles smartphones, tablets, videojuegos, pantallas HD), que está destrozando toda una generación de jóvenes (¡y no tan jóvenes!) como ya lo hizo la heroína. En esta ocasión la droga es la dopamina gripada en el “me gusta”, en la cantidad de seguidores, o en el estruendo de información y oferta de entretenimiento. A este nuevo camello todos vamos a pedirle y alimentarlo con nuestra carne digital5.
Pero en aquellos años aún nos llamábamos por el telefonillo del portal, o por teléfono fijo, y el móvil comenzaba a aparecer de manera rudimentaria. Empezó a forjarse una fase más de la muerte del prójimo6.
Se fue dando la institucionalización (estatización) de prácticamente todas las actividades sociales, lúdicas y culturales, que en consecuencia significaban una desprovisión del alma, del corazón original que late del amor al amor de las iniciativas libres. Dejando espacio al adoctrinamiento de las ideas que el Estado promocionaba, al ser quien paga a los que realizan tales actividades. Pero estas asociaciones juveniles todavía conservaban cierta inocencia e independencia.
En un momento dado, yo que venía de ambiente más radical, pase de tocar los cancioneros en las veladas, a tocar los cojones un poco al sistema, y propuse a la gente de la asociación la okupación de una vivienda vacía del pueblo para convertirla en un centro social autogestionado por la gente. Veníamos demandando al ayuntamiento desde hacía un tiempo, un espacio para jóvenes, debido a que nuestro local iba a ser traspasado, pero no estaban resolviendo el problema.
Al monitor de mi asociación no le gustaba mucho la idea, por parecerle temeraria y arriesgada, que daba mala imagen, y aquello me trajo algunos desacuerdos con él. Ahora con el tiempo, entiendo su preocupación y el peligro que veía acechando. ¿Pero qué otra cosa podíamos hacer como jóvenes que éramos, que deseábamos cambiar el mundo, pasar a la acción, deseábamos hacerlo a nuestra manera, y lo deseábamos ya? No teníamos muchas referencias ideológicas, se las habían cargado con la heroína en las décadas anteriores, y con la enseñanza obligatoria, y solo nos quedaban los desnortados movimientos sociales radicales de aquel entonces.
Así que motivé a los amigos de mi cuadrilla para el asalto, muchos de ellos mayores que yo, pero que estaban ya metidos en otras iniciativas sociales. Lo planeamos todo y allá que fuimos.
Fueron días enormes, llenos de ilusión y aventura, orgullosos de lo que hacíamos, de tomar las riendas de nuestro presente y futuro. También fueron días de muchísimo trabajo. Pero estábamos encantados. Formamos una comunidad de amigos que venían a ayudar diariamente de diferente manera. En poco tiempo habíamos limpiado mucho y preparado las habitaciones para las actividades que queríamos desarrollar: talleres, salas de encuentro y debate, exposiciones, salas de ensayo, conciertos y como no, fiestas, para abrir el espacio y financiarnos.
Recuerdo como mi padre llegó a venir a buscarme a la casa una vez, ya que no había vuelto a dormir aquella noche, tremendamente preocupado por mi. ¡Qué susto se dio! Tiempos jodidos para ellos, con tanta propaganda inundando de miedo todo con la lucha contra la droga, y con la heroína aún dando coletazos alrededor. Droga que ellos mismos introdujeron.
Durante ese año de okupación, pasaron muchas cosas: hicimos un taller de pintura, teníamos una sala para las reuniones del grupo de Apoyo Obrero a Bosnia, una sala de ensayo para una banda o dos del pueblo, organizamos unas jornadas de puertas abiertas, con exposiciones, y algún concierto. Con el tiempo llegamos a salir en El País, y en Telemadrid7.
Lo que me llamó la atención al leer el libro A los pies del Caballo y que prácticamente había olvidado, era que precisamente, como se narra en el libro, nuestro centro social fue condicionado también por las drogas. Al poco tiempo, aparecieron varios personajes que se nos colaron, o más bien dejamos colarse dentro: un mendigo holandés alcohólico y que tomaba drogas de mediana edad, un adolescente muy problemático y también drogadicto amigo de una compañera, y había otro personaje creo recordar extranjero, aunque éste no vivió allí. También hay que decir que muchos de nosotros ya consumíamos hachís y alcohol, aunque de manera social. Fueron diversas las situaciones y complicaciones que se fueron dando que impidieron el desarrollo de nuestros objetivos. Conscientes de que no podían seguir ahí, y al hacérsenos muy difícil echarlos, los responsables decidimos no luchar contra el desalojo que nos habían anunciado a un año de la okupación. Teníamos muchas limitaciones como grupo, la primera, que éramos muy jóvenes (yo tenía 18 años), la segunda, que éramos pocos los verdaderos implicados en la casa, y al ser así, nuestra fuerza e impulso iba decayendo, y nuestras herramientas para la toma de decisiones fueron limitadas. La idea final era la de abandonar el proyecto, por no poder hacer frente a aquella situación y darlo por una batalla perdida. Aún no habíamos ni arrancado, pero ya nos anunciaron un desalojo. Creo que fue lo mejor. No llegamos a tener problemas serios, ni de drogas duras allí. Quizás lo paramos a tiempo, pero la experiencia estuvo bien tenerla. Fué una pena no haber conseguido más participación popular. Siento que aquello fue muy llamativo y radical para la opinión pública del pueblo, y la gente no confió en nosotros. Sin duda lo intentamos.
La pregunta que me hago ahora es, ¿qué errores pudimos cometer?, ¿y qué se puede aprender?
Creo que el ambiente social y cultural que existía en aquel tiempo, desde la introducción por el Estado de la heroína en los años 80, junto con las ideas de la contracultura que veníamos mamando ya (hedonismo, pacifismo y nihilismo) fue lo que impidió que pudiéramos haber construido allí un lugar para el pueblo y desde el pueblo, para los jóvenes y no tan jóvenes. Haber crecido en saberes y en acciones que considerábamos importantes, como era el solo hecho de crear algo por nosotros mismos, sin la intervención del Estado y sus directrices.
Quienes impulsaron el asociacionismo juvenil, germen de aquella sensibilidad para manifestarse en la calle, no venían de la modernidad ni de la contracultura, sino de la tradición del pasado. Simone Weil nos lo recordaba: “El amor al pasado nada tiene que ver con una orientación al pasado. (...) El pasado destruido, no se recupera jamás. La destrucción del pasado es quizás el mayor de los crímenes”
Pueblo Libre lo llamamos, libre para generar nuestras propias redes, nuestros propios espacios e ideas, poniendo nuestras propias normas (las que no supimos ni pensar ni implementar, por creernos demasiado libres como para tomar decisiones que nos complicaran la vida). Pueblo, para juntar a la gente común allí, y seguir manteniendo viva la llama de la unión con las personas, en una época en la que veíamos muy negro nuestro futuro. Porque pensábamos honestamente, que el Pueblo unido, jamás sería vencido. Pero de Libre nos pasamos tres Pueblos, y así, nos autofulminamos sin ninguna otra referencia mejor que nos hubiera podido guiar. Si la Revolución Integral (RI) hubiera existido entonces y nos hubieran llegado sus ideas, quizás hubiéramos llegado a más.
Allí crecimos y allí nos desarrollamos, en las Ciudades Dormitorio, repudiando el pueblo. Porque a nuestros abuelos los sacaron de sus pueblos, y de sus maneras de hacer la vida allí, arruinados espiritualmente después de años de robo de sus comunales, y del chute de miedo y terror que el franquismo les impuso después y definitivamente8. Allí nos encerraron, y cuando las cosas empezaron a no irle bien al poder, experimentaron con nosotros, intoxicandonos con drogas como a ratas de laboratorio. Sin olvidar el trabajo embrutecedor, horas de educación obligatoria, y mucha televisión. Algunos pudimos escaparnos y hacer el viaje de vuelta al pueblo original o a otro diferente. No sin la amargura de alejarnos de la familia y amigos que se nos quedó en la ciudad. Pero con la dignidad de seguir manteniendo la llama viva de la lucha por rehabitar el territorio que nos fue arrebatado. Porque es una lucha, una lucha que se da con nuestros mismos vecinos, amigos o hermanos que fueron “asesinados”. Asesinados como prójimos. Esa es la muerte del prójimo.
Antonio de la Fuente, Noviembre de 2025.
Notas
1 https://www.virtudyrevolucion.org/numeros-de-la-revista/numero-31-octubre-2025/2735940_la-muerte-del-projimo
2 A muchos la escalada y la montaña les salvó de una muerte segura entre jeringuillas.
3 Este tema implicaría una búsqueda sobre el asociacionismo juvenil y su decadencia, que por tiempo no va a dedicar este artículo.
4 Recordemos el reciente caso de Bermedo en Álava, ejemplo extremista de hasta donde esta llegando el asunto. https://maldita.es/buloteca/respuesta/investigan-un-campamento-de-verano-en-el-pais-vasco-donde-habia-duchas-mixtas-monitores-desnudos-y-espejos-con-dibujos-de-mujeres-abiertas-de-piernas Recuerdo que todavía venía el afilador y el churrero por mi calle, cada uno con su peculiar forma de llamada, en forma de canto. Algo que ahora seria inimaginable, ya sabéis todos porqué.
5 "Evito las redes por la misma razón que evité las drogas: me hacen mal" Jaron Lanier, escritor de entre muchos libros de Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato. Ver el documental El dilema de las redes sociales. Este filósofo informático me lleva a pensar en la relación entre el suicidio de los jóvenes y el uso de las redes sociales, especialmente despues de la pandemia, que fue un periodo de gran cambio y de gran uso de las redes.
6 https://ibsal.es/un-estudio-del-ibsal-detecta-un-aumento-preocupante-del-riesgo-de-suicidio-en-ninos-y-adolescentes-tras-la-pandemia/
7https://archive.is/2025.09.18-045431/https://elpais.com/diario/1995/02/20/madrid/793283074_850215.html
8 Para comprender todo este asunto de la población rural por intereses del Estado, y el porqué real de la guerra civil española, se puede leer Naturaleza, Ruralidad y Civilización, de Félix Rodrigo Mora.
Añadir comentario
Comentarios