Por Antonio Hidalgo Diego

PRIMERA PARTE: Un poco de autocrítica
El pasado once de septiembre organizamos un debate sobre el independentismo catalán en el local barcelonés de la nueva asociación Bagauda Catalana. Participamos solamente seis personas. Es cierto que publicitamos el acto demasiado tarde y que nuestros medios son muy limitados, pero no podemos más que lamentar que los allí reunidos éramos tan solo media docena, tres organizadores, dos amigos y el contertulio invitado. Con este aforo se nos va a hacer muy cuesta arriba conseguir socios para pagar los cerca de quinientos euros mensuales de gastos del local, ya que nosotros nunca aceptaremos subvención alguna y no tenemos padrino que nos bautice.
Los vídeos del canal de YouTube de Félix Rodrigo Mora, inspirador del movimiento por la revolución integral, han pasado de tener cientos de miles de visualizaciones, a unos pocos cientos. Aunque también es cierto que, hace un año, Félix sufrió la cancelación de su cuenta en la red social del Pentágono con la excusa de haber difundido una pervertida imagen erótica… procedente de una iglesia románica. ¡No me negarán que esta gente de la policía del pensamiento no tiene sentido del humor!
El primer encuentro de la RI al que asistí, el cuarto, celebrado en Navarra hace ya cinco años, en plena «Operación COVID», dejó a docenas de personas sin plaza disponible. Recuerdo dormir en un colchón sobre el suelo de una pequeña celda (del antiguo monasterio, no de la cárcel, al menos de momento), habitación que compartía con Jorge, con quien tuve el placer de intercambiar conversaciones muy interesantes, el mismo que se empeñó en no dejarme dormir con sus potentes ronquidos. Había tanta gente que casi no cabíamos. Este mes se ha celebrado el IX Encuentro en el Bierzo y hemos sido muchos menos.
Hay una leyenda urbana que augura que después del apocalipsis nuclear solo quedarán vivas las cucarachas. Hay otra, que me acabo de inventar, que pronostica que cuando mueran todas las propuestas políticas y sociales «alternativas» que se cuecen en Internet, nosotros, los de la RI, seguiremos en pie, vivitos y coleando, a lo mejor con muchos más revolucionarios implicados, tal vez bajo mínimos, como nos encontramos en este momento. Pero vivos.
Cuando los despistados se hayan cansado de votar a Vox o a Aliança Catalana porque se han dado cuenta de que con ellos sigue llegando el mismo número de inmigrantes; cuando el genocidio de Gaza deje de ser tendencia; cuando descubran que el imitador de Bukele es un fascista que encarcela y tortura a los «malos», pero también a todo aquel que le lleve la contraria; cuando se den cuenta de que Vaquero y Armesilla, como todos los demás, son un producto del CNI; cuando se den cuenta de que los popes de la conspiración sanitaria, masónica, judía, planetaria o veneciana no proponen absolutamente nada, solo se lamentan y meten miedo para sembrar la impotencia y la desesperación; cuando todos hayan caído y tengan que inventar nuevos ídolos de paja, nosotros seguiremos al pie del cañón, diciendo todas esas cosas que nadie quiere escuchar… porque todos sabemos que son ciertas. Caerá también Pedro Sánchez como cayó Internet durante el apagón, momento en que el 5G dejó de funcionar y miles de personas sanaron milagrosamente sus tumores malignos y abscesos hemorroidales. Caerán todos los salvapatrias, tanto el coronel Pedro Baños como el teniente Dr. Luis Miguel de Benito. Caerán los falsos profetas, como han caído los chavistas, Milei, el feminismo, los trumpistas, la casta de Podemos, el Procés y el Curioso caso de Alvise Pérez.
Deja de perder el tiempo. Sabes que te están engañando. Ellos quieren el poder, ellos quieren el dinero, ellos quieren tu voto; ellos quieren pensar por ti para que tú no pienses nada. Ellos forman parte del poder y lo sabes, así que no te engañes a ti mismo. ¿Qué tienen en común todos esos gurús «antisistema», líderes de la opinión, incendiarios de las redes, profetas de lo alternativo? ¿Qué tienen en común conspiranoicos y liberales, anarquistas stirneanos e identitarios de ultraderecha, feminazis y redpillers, indepes y patriotas españoles, espirituales con energías que fluyen y estalinistas que pretenden que la inmigración deje de fluir? Tienen en común dos cosas. Que todos están financiados por el Banco de España, supervisados por el Ministerio del Interior y promocionados por las mismas redes sociales o medios de comunicación de masas; y que todos, en mayor o menor proporción, han insultado alguna vez a Félix Rodrigo Mora.
Por fanatismo o por ignorancia, por convencimiento o porque toca, porque Félix tenía la razón y se les acabaron los argumentos, porque eso que ha dicho en un vídeo o ha escrito en un libro nos ha escocido como si hubiera echado sal en nuestra herida. Un discurso, el de Félix, que nos llega, que nos toca, que nos duele y que se puede resumir en tres ideas básicas. Uno, no se trata de cambiar de amo, sino de reaprender a vivir al margen de las instituciones estatales y de la gran empresa capitalista; dos, hemos sido construidos como seres-nada y tenemos que elevar nuestra sociabilidad y condición moral; y tres, nadie va a cambiar las cosas por ti: vas a tener que hacerlo tú mismo, con ayuda de tus iguales.
Pero esta triple verdad no puede ser admitida por los fanáticos del bálsamo de Fierabrás, el crecepelo infalible y el remedio universal para todos los males; se tapan los oídos los consumidores habituales de esos mercachifles que acaban de inventar la panacea y la venden al por mayor a través de las redes; no quieren hablar de revolución, de vida épica, de esfuerzo y servicio desinteresado todos aquellos que se suben al carro de la solución rápida, fácil e indolora, la que se reduce a votar a un partido determinado, beberse un chupito de MMS, confiar en que los «militares buenos» den un golpe de Estado redentor, comprar bitcoins, esperar a que el karma finalice su maligno viaje y regrese cargado de bendiciones, rezar a Dios para que su «ley natural» ponga (naturalmente) las cosas en su sitio, suplicar al otro Dios, el Estado, que nos colme de bienestar o, ¡qué diantre!, compartir en Telegram todos esos contenidos elaborados desde algún laboratorio de la policía, esas fotos del cielo fumigado o esos vídeos fabricados en serie que, por pensamiento mágico, solo por ser compartidos, van a conseguir cambiar el mundo sin más riesgo que el de usar el teléfono móvil. Todos estos ilusos (y todos lo hemos sido alguna vez) se ponen a la defensiva. Algunos, incluso, reaccionan, se enfurecen, se convierten en trols e insultan, difaman y amenazan a Félix y al resto de activistas de la revolución integral.
Y no digo que no tengan parte de razón. Tan errados están en sus planteamientos como acertados a la hora de señalar, apuntar y disparar contra un colectivo demasiado contracorriente, demasiado sincero, demasiado aficionado, demasiado masculino, demasiado anciano, demasiado torpe, demasiado desorganizado, demasiado bienintencionado, demasiado pobre, demasiado reducido, demasiado ambicioso en sus propósitos y demasiado humano.
Seres humanos que no tenemos mejor cosa que hacer que reunirnos con nazis en un local de nazis para dialogar con ellos, solo para que luego nos acusen de ser también nazis; seres tan inocentes como para caer en una burda encerrona en forma de linchamiento-debate, solo para que luego nos llamen maleducados; seres que sufrimos insultos, chantajes y censura por parte de un colectivo «libertario», solo para que acabemos por aceptar una invitación posterior de ese mismo colectivo, sin que ninguno de los censores se haya disculpado todavía; seres que compartimos generosamente nuestros aportes, solo para que docenas de trepas sin escrúpulos copien nuestros postulados —sin citarnos siquiera— y adulteren perversamente su contenido; seres que nos empeñamos en convencer a una élite de fanáticos de cualquier ideología, solo para olvidarnos de la gente normal y corriente; seres que nunca hemos negado el derecho de admisión a toda una legión de frikis, fumados, dementes, vendehumos y confidentes, solo para luego tener que deshacernos de ellos; seres que no hemos sabido practicar el difícil arte de la convivencia, ese del que tanto nos gusta profesar y presumir. La gente no lee y nosotros escribimos; la gente tiene déficit de atención y nosotros nos explayamos; la gente se pirra por las nuevas tecnologías y nosotros vivimos en la edad de la piedra; la gente odia a los intelectuales porque son agentes del poder y nosotros presumimos de erudición; la gente quiere que le den la razón y nosotros les llevamos la contraria; la gente quiere aspirinas y nosotros les damos dolores de cabeza; la gente se ha habituado a tragar mentiras de terciopelo y nosotros escupimos verdades con espinas.
Desde este modesto púlpito entonamos el mea culpa. Personalmente me comprometo a hacerlo mejor. Mucho trabajo nos queda para mejorar nuestra estrategia comunicativa, mucho tenemos que cambiar las formas, la manera en que hacemos las críticas o decimos las cosas, la manera como acogemos y tratamos a quienes se acercan a la RI, y a quienes están aquí desde hace mucho tiempo, y todo ello sin perder la esencia de lo que es y debe ser la revolución integral. De todas las alternativas que pululan por estos lares somos, sin lugar a dudas, los que lo hacemos peor, lo hacemos, de hecho, rematadamente mal. Pero de todos esos colectivos también somos los que más trabajamos, los que no paramos de organizar charlas y cursos, crear revistas y editoriales, escribir libros y artículos, grabar vídeos y audios, hacer talleres y plantar bellotas. Además, somos los únicos que despreciamos el poder y el dinero, somos los únicos que no recibimos ni un euro ni aparecemos en los medios y, con diferencia, también somos los que más palos recibimos. Por algo será. Como escribió Goethe, «ladran, señal de que cabalgamos». Ahora se trata de no cabalgar solos, de no perder el rumbo y de tener mucho cuidado de no ir pisando los sembrados, como hacía el caballo de Atila.
Antonio Hidalgo Diego
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