Minería urbana

Publicado el 1 de agosto de 2025, 7:50

Por Jesús Trejo 

[Tiempo estimado de lectura: 10 min.]

 

Las tierras raras son la última perversión extractiva del sistema de poder estatocapitalista. Son unos óxidos terrosos y metales que se dan con frecuencia en la naturaleza geológica, pero mezclados y veteados con otros componentes (carbón, hierro, etc) que tienen ciertas propiedades, especialmente de conductividad, magnetismo y resistencia al calor o al frío, que son deseables como componentes en instrumental sometido a situaciones extremas. Se llaman raros por esa peculiar costumbre que tiene la cultura monetizada de denominar a las cosas según lo que cueste conseguirlas, no porque sean algo excepcional en la natura. En vez tierras raras podríamos mejor llamarlas tierras caras, por el costoso trabajo de extracción (salvo algunos placeres1), y luego un trabajo depurativo aplicando soluciones químicas y filtrados sofisticados para ir separando estos materiales, con el consiguiente coste residual en forma de desechos químicos, aguas contaminadas y destrucción paisajística del entorno.

 

No es casualidad que China esté al frente de la producción de dichos componentes. La razón no es otra que su desaprensiva forma de tratar el territorio que domina y sus gentes. La absoluta falta de escrúpulos permite que el gobierno comunista pueda destruir parajes y comunidades donde se han detectado vetas con esos materiales y procesarlos para su depuración, dejando en el lugar ingentes detritus mineros sin reciclar. Rusia y otros países africanos siguen la misma política geocida y sociópata, mostrando con ello la cruda realidad de los amigos del progreso de corte antioccidental, mientras que el interés que ha puesto USA en la zona de Groenlandia va igualmente condicionado por ser una zona a devastar sin contestación popular, aprovechando el carácter inhóspito de la región.

 

De todas formas, dada esta onerosa manera de extracción, el reciclaje se impone. Y como muchos de estos elementos están incorporados a la microelectrónica, se ha forjado el término minería urbana para definir la extracción de estos componentes de los aparatos domésticos, sanitarios o industriales, desechados y apilados en los puntos limpios, vertederos industriales o incluso simas de desechos.

 

El objetivo de este artículo es hacer algunas reflexiones, una literal sobre las tierras raras y su cuestionable necesidad, en relación a los costos/beneficios sociales, otra más de filosofía de la naturaleza, en tanto que la estrecha y funcionarial mentalidad positivista acuñó la divisoria entre seres vivos e inanimados, cuando lo que se ve es que hasta las rocas están en constante proceso de cambio, y una última metafórica, aprovechando el concepto de minería urbana para hablar de la rareza de encontrar seres humanos en este vertedero de humanidad que son las ciudades y los prerrequisitos para que la humanidad vuelva a proponerse caminos dignos para sendear.

 

Hemos dicho que las tierras raras se deberían llamar en realidad tierras caras, salvo para las potencias en ascenso, como China, Rusia o India, que pueden costear a buen precio su extracción dado que no les importa en absoluto los costes medioambientales ocultos en esa operación. En este tema, como en casi todos, se impone la (sin)razón de Estado, porque más allá de unas nanoventajas en microelectrónica, medicina molecular, o generadores eólicos, la clave está en las aplicaciones militares, como los drones, los sistemas de seguimiento de misiles y el ciberterrorismo. El descabezamiento de prácticamente toda la cúpula de Hezbolá haciendo que sus teléfonos móviles estallaran es una muestra de la utilidad para los Estados y sus servicios de inteligencia militar de estos componentes. Cuanto más invisibles sean los sistemas de ejercicio del poder, más eficaces y punitivos son sus golpes, y más se adentran en el lema tan querido y cacareado por la izquierda de que lo personal es político. Efectivamente, la nanotecnología permite penetrar en la esfera privada con los usos prácticamente indetectables en los teléfonos móviles y demás utensilios hoy popularizados, y las tierras raras son materiales imprescindibles para ello.

 

El segundo tema a tratar, éste más especulativo, es la supuesta diferencia entre el mundo vivo y el mundo inerte. Al igual que la biología es el imperio de la individualidad, por muchas catalogaciones estancas en forma de especiación que se hagan, también en la geología domina lo único. Materiales magmáticos sometidos a condiciones de presión, calor, etc, provocan que su estructura en la tabla periódica cambie, y con ello sus propiedades. El mundo en su totalidad, orgánico e inorgánico, consciente o (aparentemente) inerte, está en constante cambio, y solo la idea de revolución permite adentrarse en la oscura verdad de las cosas. Introducir la idea de que la mezcla de ciertos niveles de tensión exterior junto a propiedades internas de los objetos da lugar a cambios cualitativos radicales es una eficaz guía en todos los órdenes de conocimiento. Y esto enlaza con la digresión final.

 

En la escuela estructuralista se abusa de la imagen estática e inamovible de las instituciones y su influencia determinante en los individuos: pues bien, quiero reivindicar la imagen metafórica de la minería urbana y la rareza de ciertos materiales, para seguir confiando en que en el vertedero humano en que se han convertido las ciudades, se pueda recuperar de nuevo el potencial humano que subyace enterrado en el detritus del falso mundo de las tecnologías y su control mental y comportamental. Cuando la crisis social, económica, bélica, cultural, conmueva los viejos pilares de la Matrix, las tierras raras de lo espiritual, que anidan en cada individuo, podrán de nuevo desarrollar su peculiar potencial, especialmente el de conductividad revolucionaria, el magnetismo solidario y el de la resistencia moral.

 

 

Jesús Trejo 

 

1 Los placeres son sedimentos de tierras raras que se dan concentrados por escorrentía en ríos o glaciares

 

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